Enrique Lluc
Doctor en Ciencias Económicas

Buena es la riqueza cuando es sin pecado


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Los sabios nos aconsejan no perseguir las riquezas ni andar buscando las compañías de los que tienen más que nosotros. Los libros sapienciales argumentan que el afán de lucro nos va a llevar al pecado con facilidad, que provocará que a nuestro alrededor crezcan parásitos y amigos interesados, que arruinará nuestra salud con desvelos provocados por la preocupación para obtener unas ganancias que en ocasiones son efímeras y que no podremos llevarnos con nosotros cuando perezcamos o que caerán en manos de otros que serán quienes lo disfruten.



A pesar de todo esto, los sapienciales no condenan las riquezas en si mismas, sino el afán que tenemos de ellas “Buena es la riqueza adquirida sin culpa, mala es la pobreza causada por la arrogancia.” (Eclo 13,24) Hay que mirar al corazón de las personas y no a sus atributos externos. Porque, como también decía San Ambrosio, podemos poner a trabajar esas riquezas y lograr que con ellas otros se beneficien, encuentren trabajo, puedan lograr cubrir sus necesidades… Hacer que esas riquezas trabajen al servicio de las personas y no de mi propia acumulación y lograr que gracias a ellas muchos puedan tener unos ingresos suficientes para llevar una vida digna, es algo que no se puede censurar. Por ello esa riqueza que se hace trabajar y se pone al servicio de los demás, tiene esa aprobación del sabio.

Ahora bien, ¿Es fácil ser rico y no dejarse seducir por las riquezas? ¿Es factible que alguien que no pretende aumentar sus ganancias se convierta en una persona rica? Ser una persona adinerada y mantenerse íntegro ante el afán de dinero resulta complicado. De hecho, ya en aquella época parecía complicado encontrar en la sociedad israelita contemporánea a ricos que fuesen limpios de corazón. De los escritos sapienciales se deduce que encontrar un rico justo y piadoso en aquel entonces debía ser una cosa tan rara como un publicano honrado en tiempos de Cristo, algo así como una aparición milagrosa.

El afán de dinero

Esta experiencia que tenían los sabios en sus tiempos, es fácilmente trasladable a la actualidad. En nuestro día a día podemos observar cómo no se encuentran con facilidad personas que tengan un gran patrimonio sin estar seducidas por el afán de dinero. Normalmente, los que tienen mucho, cada vez quieren más e intentan ingeniárselas para acumular sin descanso. Además, lograr tener una gran hacienda sin haber perseguido previamente ese objetivo es, francamente, muy complicado. Las personas que no tienen las riquezas como el principal fin de su vida, no suelen acumular grandes fortunas a lo largo de su existencia. Seguramente habrán conseguido otras cosas interesantes o apetecibles, pero salvo por azar o herencia, difícilmente habrán logrado un patrimonio muy elevado.