Héctor Sampieri Rubach, director del Pontificio Instituto Juan Pablo II para las Ciencias del Matrimonio y la Familia en México
Director del Pontificio Instituto Juan Pablo II para las Ciencias del Matrimonio y la Familia en México

Acompañamiento: espacio que trasciende


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                                                          Para mi esposa y mis hijos, hoy de forma especial

Ha iniciado un nuevo ciclo en el tiempo que se nos ha dado para vivir. Un nuevo año. En la luz del alba del 2021 en la que nos encontramos, retomamos nuevamente en este espacio la senda del acompañamiento; hemos de hacerlo todavía en tiempos de incertidumbre por todo aquello que hemos vivido en el ya pasado, pero aún presente, 2020.



En la última entrega, en el mes de diciembre, hemos reflexionado sobre el camino personal rumbo a la Santidad, comprendiéndole como un sinónimo de aquella conocida frase del desarrollo humano tan en boga, “la mejor versión personal”. Hemos planteado que lograr esa mejor versión, que debe ser acercarnos a lo que Dios ha dispuesto para nosotros, habrá de conducirnos sin duda al “Encuentro entre los encuentros”.

Con aquellas anotaciones, y con el lienzo en blanco de un nuevo año por delante, quisiera, si el lector me lo permite, ahondar en la huella que el acompañamiento suele dejar en nuestra vida cuando lo experimentamos. Y quisiera hacerlo en primera persona.

La presencia quien nos ayuda a ser mejores

Conocí a Gustavo desde mis once/doce años. Ingresé, no tengo duda en decirlo así, por Voluntad de la Providencia Divina, a un movimiento eclesial conformado para niños y adolescentes. Ahí, en ese caminar dentro de la Iglesia, pude tener mi primer encuentro personal con Jesús.

Esto fue posible también por el compromiso y la dedicación de muchos actores dedicados a la Evangelización, como decíamos en aquel tiempo, del niño por el propio niño. En la experiencia pastoral, el grupo combinaba la presencia de niños y adolescentes (pandillistas), jóvenes (papis y mamis) y matrimonios, y sacerdotes y religiosos (a quienes les decíamos “tíos”) que caminaban juntos en la vida del grupo.

Pandillas de la Amistad, había surgido en la entonces Diócesis de Toluca, cercana a la Ciudad de México, y era ya un movimiento nacional con presencia en diversas ciudades y parroquias. Viví un retiro de fin de semana y pasé a la continuidad sabatina que el grupo ofrecía para perseverar y crecer en la fe, en la Parroquia de San Antonio de Padua, en Xalapa, la ciudad donde nací y crecí.

En esos encuentros matutinos, descubrí que el grupo era mucho más que el retiro y la actividad en la parroquia, pues el movimiento existía en otras ciudades y de vez en cuando se sostenían también encuentros regionales y nacionales con otros miembros del grupo. Estaba en preparación un evento nacional, donde recibiríamos a más de mil personas provenientes de diversos estados de la república, y me invitaron a sumarme, a mi corta edad, en la organización del evento.

Tuve entonces dos “responsabilidades”: colaborar en la animación de los eventos deportivos que tendrían lugar durante el evento nacional, y participar en la puesta en escena de dos obras de teatro durante el encuentro. Y como seguimiento a estas actividades, participaría en muchas reuniones de preparación y conocería a muchas personas.

En esas reuniones me encontré por primera vez al matrimonio Zermeño, Maga y Gus, que además de estar en la organización del evento, resultaron ser uno de los matrimonios fundadores del movimiento en mi ciudad y encargarse por aquel entonces de la dirección nacional del movimiento en México. Sin saberlo, comencé a convivir, trabajar, y aprender sobre Dios y la Iglesia, con quienes terminarían siendo mis suegros, los padres de mi esposa y los abuelos queridos de mis hijos.

Durante más de seis años, viajamos juntos, por diversas ciudades de México y estuvimos en muchos encuentros como aquel que nos reunió por primera vez. Compartimos momentos de alegría y de tristeza, de triunfo y de desesperación. Nos fuimos curtiendo en la vida pastoral que, como seguramente lo sabe quien me lee, no siempre es fácil y color de rosa, suele exigir de nosotros lo mejor que tenemos. 

Gustavo ha sido desde aquellos años una presencia relevante en mi vida, un recordatorio vivo y patente del amor de Dios. Sabía escuchar profundamente y solía orientarte, en un modo único, para descubrir con mayor eficacia aquello que debías y podías hacer para crecer en humanidad y fe. Un verdadero profesional del acompañamiento humano, un ejemplo y una guía suave pero firme.

Años después, y en una experiencia diferente, mucho más cercana e íntima, su acompañamiento como Padre y como Esposo, ha labrado mucho de lo que hoy yo mismo soy para mis hijos y para mi esposa. Siempre la alegría, la sabiduría y la palabra oportuna me han sido valioso recurso, valeroso auxilio entregado siempre generosamente. No solo me encuentro también agradecido por hacerme crecer en la humanidad, sino en la espiritualidad y la vida de la fe. Me reconozco en deuda y debo esforzarme mucho para “saldar” la cuenta.

Después de casi treinta años de conocernos hemos debido despedirnos y, en el duelo en el que me encuentro, no puedo más que reconocer en su vida la trascendencia de quien sirve acompañando para honrar a Dios.

El impacto del acompañamiento rebasa nuestras expectativas

El efecto del acompañamiento en la vida de las personas, en diversos momentos y etapas, es algo aún por aprender y describir. Las acciones que hacemos por otros, en ocasiones cosas pequeñas e insignificantes a nuestro modo de ver, pueden ser elementos cruciales en la vida de quienes acompañamos y no, como hemos dicho aquí antes, como mérito propio sino como contribución benéfica del encuentro que sostenemos. Una mirada, una palabra, una caricia de sincero afecto, pueden ser el bálsamo para encarar las situaciones más difíciles y despertar aquello que la persona tiene para emprender su propia ruta de mejora y cambio.

¿Cómo pagar todo el bien que nos han hecho aquellos que nos han formado y acompañado? ¿Cómo retribuir a quienes nos han ayudado tanto? ¿Cómo favorecer en nosotros esas habilidades interpersonales que nos sorprenden y admiran en quienes caminan a nuestro lado? Son preguntas válidas y necesarias para la labor de acompañar que tanto nos apasiona; yo he tenido a Gustavo en mi vida, y a otras personas valiosas y relevantes, y estoy seguro qué tú también has tenido personas que te han ayudado y apoyado para desarrollarte, crecer y mejorar día a día.

Para acompañar de manera más efectiva es conveniente recordar y valorar nuestra propia experiencia de acompañamiento. Ese especial sentido de acogida, de valoración completa, de reconocimiento y aprecio; desde eso que hemos vivido, estoy convencido, podremos acompañar mejor a las personas a quienes servimos.

Pero es bien cierto que debemos trabajar, con atención y esmero, para que el espacio de acompañamiento, que nosotros hemos experimentado, pueda ser una experiencia replicable en el modo en el que nos encontramos con aquellas personas en el ámbito pastoral y educativo en el que nos desenvolvemos. Esa experiencia puede y debe ser un criterio operativo, una orientación para la acción y una actitud de encuentro, que podremos sostener con quienes acompañamos.

No es un adiós, es un hasta pronto y hasta siempre

Desde el fondo de mi corazón surge una expresión, que he venido repitiendo, constantemente desde aquella mañana del doloroso adiós: “gracias, Gustavo, por tanto”. Creo que pocas personas como tú, por Gracia de Dios, son capaces de marcar huella en la vida de tantas personas. El bien que has hecho no ha sido exclusivo a tu familia, sino a muchas otras y por ello es justo despedirte con aquella expresión del Evangelio, en la parábola de los talentos: “¡Bien, siervo bueno y fiel!; en lo poco has sido fiel, al frente de lo mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor”.

“Santa Teresa de Jesús, ayúdanos a caminar a la casa del Padre”

@HazyAprende

P.D. Nos encontraremos nuevamente en quince días para delinear juntos la ruta de este espacio de acompañamiento para los retos que habremos de vivir en este 2021. ¡Gracias por estar aquí; feliz año nuevo para todos y un gran cierre del tiempo de Navidad con la fiesta de la Epifanía que ya se puede contemplar en el horizonte! ¡Dios nos ayude a acompañar!