Héctor Sampieri Rubach, director del Pontificio Instituto Juan Pablo II para las Ciencias del Matrimonio y la Familia en México
Director del Pontificio Instituto Juan Pablo II para las Ciencias del Matrimonio y la Familia en México

Marcar el rumbo dentro del acompañamiento: un horizonte


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En nuestro último saludo dentro de este espacio, cerramos la ruta de revisión de las cinco habilidades básicas del acompañamiento propuestas para el trabajo educativo y pastoral, en el que muchos de nosotros nos desenvolvemos.



Y para abordar el sentido “biográfico” que se requiere como impulso y motivación, dentro de la concreción de acciones, es necesario ahora fijar la mirada en el horizonte. Necesitamos descubrir el “para qué”, en términos del conjunto de anhelos profundos del corazón humano, tanto de quien acompaña como de quien es acompañado.

La búsqueda de la mejor versión personal

En el ámbito del desarrollo humano, en sus diversas interpretaciones y matices, existe un objetivo compartido. Una especie de maduración o logro pleno de aquellas capacidades o características de una persona cuando esta ha obtenido algo valioso, relevante y que le dota de significado y sentido personal. Muchos especialistas del acompañamiento, en las diversas modalidades que hemos comentado previamente aquí, suelen referirse sobre este fenómeno con un “nickname” conocido: “la mejor versión personal”.

Hablemos de este concepto, en el ámbito que nos es propio,  en el mundo de la fe y la educación, en nuestras comunidades y espacios de acción como agentes de pastoral. Y es que la “la mejor versión personal”, la búsqueda de la plenitud desde una perspectiva “operativa”, es decir constante y cotidiana, podría ser comprendida desde la lógica propia de la Santidad.

Acompañamos a nuestros hermanos, y nosotros mismos nos dejamos acompañar, dentro de la comunidad a la que pertenecemos porque tenemos una aspiración compartida, una meta común. Reconociendo que estamos aquí “de paso”, sabemos que peregrinamos a la verdadera Patria que nos es propia. ¡Queremos ver a Dios, queremos encontrarnos con Él cara a cara!

Buscando el Encuentro entre los encuentros

Y ante ello conviene recordar que la Santidad es un estado del alma que se vive de forma distinta, dependiendo del momento histórico de nuestra propia vida, asociado claramente a la fe y a la traducción de esta fe en acciones concretas que nos acercan, o nos alejan en ocasiones, del destino al que nos sentimos llamados. Ello puede ayudarnos a comprender que en vida ningún Santo, de los miles que han caminado sobre la tierra, es en primer lugar Santo por mérito propio sino por acción de la Gracia, y que la perfección absoluta no se tiene bajo el sol sino hasta el momento en que uno está frente al Sol que nace de lo Alto.

La santidad en esta tierra es un camino de perfección, de acercamiento a pasos grandes, en la ruta que debemos recorrer y que naturalmente nos es propia. Cada uno está llamado a la Santidad en la vivencia de su propia vida, en la construcción y ejecución del proyecto biográfico que, mediante nuestra libertad, consciencia y madurez, podemos realizar para coincidir con la mayor plenitud posible, es decir, con aquello que la Providencia quiere para nosotros y que confía que somos capaces de alcanzar bajo su Gracia.

Nadie expresa que esto sea fácil, nadie lo vive como un “pan comido”, sino que por el contrario a veces nos sentimos y expresamos temerosos ante un horizonte tan grande, que nos rebasa, pero, también es cierto, al que nos sentimos llamados desde aquello que está inscrito en lo más profundo de nuestro ser personal. Bien decía san Agustín: “Nos has hecho, Señor, para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”.

El Santo no es perfecto en vida pero perfectamente en vida el Santo se da cuenta y actúa sobre aquello que debe corregir, mejorar, cambiar, convertir, transformar, para hacerse digno de contemplar un día a Dios cara a cara. La famosa expresión “la mejor versión personal” debe tener para nosotros esta misma propiedad que la vivencia de la Santidad hace patente.

El deber, el privilegio, de desarrollarnos plenamente como personas, en el contexto que nos es propio, en la familia, en la comunidad, en el trabajo. Si verdaderamente me ocupo por desarrollar mi persona y mis capacidades, entendiendo mis limitaciones y transformando mi interior, sin duda me acercaré a eso que Dios quiere para mí desde el día en que me pensó, me dio la vida y la hizo posible.

Para muestra un botón

Recientemente, dentro de este año complejo, la Iglesia se alegró con la proclamación de Carlo Acutis, un joven británico crecido en Italia, como Beato. Y dentro de todas las notas de prensa que en su momento revisé, me llamó poderosamente la atención una entrevista con su madre, quien puede además sentirse llamada a esa versión de mejora personal, por la vida y obra de su hijo que le interpela constantemente y que, de hecho, provocó su propia conversión. En dicha conversación con los periodistas, Antonia Acutis, rememoraba las luchas internas que Carlo experimentaba en la vida diaria:

“No tienes que mirar a Carlo como alguien perfecto. Era un niño muy conectado a tierra. Era un hijo de su tiempo. Jugó con su PlayStation, etc. También entendió; sin embargo, que estas cosas, como la computadora o la PlayStation, podrían reclamar una especie de ‘tiranía’ sobre el alma. Podrías volverte adicto, esclavo de estas cosas. Se podía perder tanto tiempo, y Carlo siempre tuvo la sensación de que no podía perder el tiempo. Entonces se impuso a sí mismo que solo podía jugar en su PlayStation una hora por semana, como máximo. Esto te da una pequeña idea de Carlo.

Entre algunas de sus imperfecciones su madre cuenta: “Le encantaba comer y en un momento, descubrió que estaba exagerando, y se impuso a sí mismo más templanza: comer y disfrutar de la comida, pero en los tiempos y de la manera apropiados”.

Además, dijo que “tenía la costumbre de hablar mucho (…) sus maestros lo corregían, y descubrió que esto era algo difícil de superar”.

“También era un payaso de clase, muy divertido. Escribía pequeñas caricaturas, dibujos en 3-D en la computadora, para divertir a sus amigos, pero también tenía que moderar eso, para hacerlo en el momento adecuado”, añadió.

Antonia afirma que Carlo era “un niño normal en muchos sentidos”, y si bien no era perfecto, “tenía una voluntad muy fuerte” y “mejoró de muchas maneras”.

La Santidad, la mejor versión personal, se conquista como hemos visto aquí, en este caso que nos llena de esperanza, en las “pequeñas batallas diarias” que hacen de nosotros alguien mejor de lo que somos cuando nos sentimos llamados a serlo. Por ello, en los procesos de acompañamiento, en los que cada uno de nosotros participe, debemos hablar y provocar la consciencia y la acción respecto la posibilidad de la Santidad en la vida cotidiana, real y concreta del cristiano. Y como he dicho, esto es tanto para quien acompaña como para quien se deja acompañar.

Un inventario de preguntas posibles

Me despido dejando algunas pistas, a modo de inventario, de preguntas que podemos provocar en el acompañamiento para que la propia persona se las plantee y logre dirigirse a su más grande Horizonte:

  • ¿Qué quiere Dios de mí?
  • ¿Qué acciones, de las que tengo por delante para enfrentar mis retos y mis desafíos, agradarían más Dios?
  • Esta acción o tarea por realizar, ¿me acerca o me aleja del cielo?
  • ¿Cómo puedo ser aquello que Dios sabe que puedo ser?
  • ¿Cómo puedo lograr mi éxito personal, profesional, familiar, sin perderme de la meta espiritual más importante de mi vida?
  • ¿Qué debo cambiar en mi interior? / ¿Cómo puedo lograr mi conversión?
  • ¿Qué actitudes o conductas deben “morir” en mí para permitir un hombre nuevo?

¿Qué otras preguntas podrías agregar a este inventario?

¡Hasta pronto y hasta siempre!

@HazyAprende

P.D. Ha sido un honor y un privilegio grande en mi vida, en este año tan necesitado de acompañamiento, poder dar orden a estas ideas y entregar estas colaboraciones. Han sido 21 reflexiones sobre esto que tanto me apasiona y a lo que me sentido llamado de manera profesional. Doy gracias a Dios y a Vida Nueva Digital por esta oportunidad de saludarte de manera quincenal. Esta será la última entrega de este 2020 y quiero aprovechar para desear a todos, los que me leen y los que hacen posible el hecho mismo de ser leído, una muy feliz y santa Navidad. Que el Señor nos permita convertir el corazón y caminar con mayor decisión a su Encuentro en este año 2021 que estamos por comenzar. Volveremos a leernos el 2 de enero, para marcar la ruta de un nuevo ciclo de reflexión en este espacio dedicado a los profesionales del acompañamiento dentro de la Iglesia. ¡Dios nos ayude a todos! .