La comunión de los lefebvristas con Roma pasa por solucionar los temas doctrinales

Primeras reacciones tras el levantamiento de la excomunión a los cuatro obispos de la Fraternidad San Pío X

(Antonio Pelayo– Roma) Me atrevo a opinar que la decisión de levantar las excomuniones que hasta ahora pesaban sobre los cuatro obispos consagrados por monseñor Marcel Lefebvre en 1988 haya sido una de las más reflexionadas y sopesadas por Joseph Ratzinger en estos casi cuatro años de pontificado. Seguro de lo bien fundado de sus razones para actuar así, habrá tenido en cuenta factores muy importantes: la incierta reacción de los protagonistas ante su gesto, las dificultades de algunos episcopados para explicarlo y hacerlo aceptar a no pocos de sus fieles, o la interpretación que harán amplios sectores de la opinión pública que llevan algún tiempo interrogándose por el rumbo del Pontificado.

El 24 de enero, después de varios días de filtraciones en algunos medios de comunicación (encabezadas por las de Andrea Tornielli en Il Giornale el día 22), la Sala de Prensa hacía público el siguiente comunicado: “El Santo Padre, después de un proceso de diálogo entre la Sede Apostólica y la Fraternidad Sacerdotal San Pío X, representada por su Superior General Monseñor Bernard Fellay, ha acogido la petición formulada nuevamente por el citado prelado, en carta del 15 de diciembre de 2008, también en nombre de los otros tres obispos de la Fraternidad, Monseñor Bernard Tissier de Mallerais, Monseñor Richard Williamson y Monseñor Alfonso de Galarreta, de levantar la excomunión en la que habían incurrido hace veinte años”.

A causa efectivamente de las consagraciones episcopales realizadas el 30 de junio de 1988 por Monseñor Marcel Lefebvre, sin mandato pontificio, los mencionados cuatro prelados habían incurrido en la excomunión latae sententiae, declarada formalmente por la Congregación para los Obispos con fecha 1 de julio de 1988″.

Monseñor Bernard Fellay, en la citada misiva, manifestaba claramente al Santo Padre que ‘estamos siempre firmemente determinados en la voluntad de permanecer siendo católicos y de poner todas nuestras fuerzas al servicio de la Iglesia de Nuestro Señor Jesucristo, que es la Iglesia católica romana. Nosotros aceptamos sus enseñanzas con ánimo filial. Creemos firmemente en el Primado de Pedro y en sus prerrogativas y por esto nos hace sufrir tanto la actual situación'”.

S.S. Benedicto XVI, que ha seguido desde el comienzo este proceso, ha buscado siempre recomponer la fractura con la Fraternidad, incluso recibiendo personalmente a Monseñor Bernard Fellay, el 29 de agosto de 2005. En aquella ocasión, el Sumo Pontífice manifestó su voluntad de proceder gradualmente y en tiempos razonables en tal camino y ahora, benignamente, con solicitud pastoral y paterna misericordia, mediante un Decreto de la Congregación para los Obispos del 21 de enero de 2009, levanta la excomunión que pesaba sobre los mencionados Prelados. El Santo Padre se ha inspirado para esta decisión en el deseo de que se llegue lo antes posible a la completa reconciliación y a la plena comunión”.

Decreto firmado por Re

Al comunicado de la Sala de Prensa se añadía el decreto de la Congregación para los Obispos, firmado por su prefecto, el cardenal Giovanni Battista Re el 21 de enero del presente año. En él, después de volver a aludir a la carta dirigida el 15 de diciembre pasado por Fellay al cardenal Darío Castrillón, presidente de la Pontificia Comisión ‘Ecclesia Dei’, se afirma lo siguiente: “Su Santidad Benedicto XVI, paternalmente sensible al malestar espiritual manifestado por los interesados a causa de la sanción de excomunión, y confiando en el compromiso por ellos manifestado en la citada carta de no ahorrarse ningún esfuerzo para profundizar en los necesarios coloquios con la autoridad de la Santa Sede en las cuestiones aún abiertas, a fin de poder llegar pronto a una plena y satisfactoria solución del problema creado en origen, ha decidido reconsiderar la situación canónica de los obispos Bernard Fellay, Bernard Tissier de Mallerais, Richard Williamson y Alfonso de Galarreta surgida con su consagración episcopal”.

Con este acto -añade el cardenal Re- se desea consolidar las recíprocas relaciones de confianza e intensificar y dar estabilidad a las relaciones de la Fraternidad San Pío X con esta Sede Apostólica. Este don de paz, al final de las celebraciones navideñas, quiere también ser un signo para promover la unidad en la caridad de la Iglesia universal y llegar a eliminar el escándalo de la división. Se desea que este paso sea seguido por la atenta realización de la plena comunión con la Iglesia de toda la Fraternidad San Pío X testimoniando así la verdadera fidelidad y el auténtico reconocimiento del Magisterio y de la Autoridad del Papa con la prueba de la unidad visible”.

Hasta aquí los hechos fundamentales. Nuestros lectores nos piden, tal vez, una opinión.

Creo que para entender correctamente esta histórica decisión hay que volver a leer la carta que Benedicto XVI dirigió a todos los obispos del mundo el 7 de julio de 2007 al hacerse pública la Summorum Pontificum, el motu proprio que introducía la posibilidad de usar la liturgia romana anterior a la reforma de 1970 querida y decidida por los Padres del Vaticano II.

En esa amplia carta en la que el Papa explica esa decisión -a la que habían manifestado abiertamente sus reticencias diversos episcopados- escribe este significativo párrafo: “Se trata de llegar a una reconciliación interna en el seno de la Iglesia. Mirando al pasado, a las divisiones que a lo largo de los siglos han desgarrado el Cuerpo de Cristo, se tiene continuamente la impresión de que en los momentos críticos en los que la división estaba naciendo, no se ha hecho lo suficiente por parte de los responsables de la Iglesia para conservar o conquistar la reconciliación y la unidad; se tiene la impresión de que las omisiones de la Iglesia han tenido su parte de culpa en el hecho de que estas divisiones hayan podido consolidarse”.

Esta mirada al pasado -sigue el Papa- nos impone hoy una obligación: hacer todos los esfuerzos para que a todos aquellos que tienen verdaderamente el deseo de la unidad se les haga posible permanecer en esta unidad o encontrarla de nuevo. Me viene a la mente una frase de la segunda carta a los Corintios donde Pablo escribe: ‘Corintios, hemos hablado con toda franqueza; nuestro corazón se ha abierto de par en par. No está cerrado nuestro corazón para vosotros; los vuestros si lo están para nosotros. Correspondednos… abríos también vosotros’ (2 Cor 6, 11-13). Pablo lo dice ciertamente en otro contexto pero su invitación puede y debe tocarnos a nosotros justamente en este tema. Abramos generosamente nuestro corazón y dejemos entrar todo a los que la fe misma ofrece espacio”.

Un objetivo asumido

Es obvio, por otra parte, que uno de los objetivos que se marcó Benedicto XVI al asumir la sucesión de Juan Pablo II fue intentar por todos los medios restañar la herida del cisma lefebvriano. Eso explica que ya el 29 de agosto de 2005, cuatro meses después de su elección, recibiese en Castelgandolfo a Bernard Fellay en un -dijo entonces Navarro Valls– “clima de amor por la Iglesia y de deseo de llegar a la perfecta comunión”. El comunicado finalizaba: “Conscientes sin embargo de las dificultades, se ha manifestado la voluntad de proceder gradualmente y en tiempos razonables”. Atendiendo las reiteradas peticiones de la Fraternidad, el Papa ha dado ahora un nuevo paso levantando las excomuniones.

Cuál va a ser la reacción de los hasta ahora cismáticos a esta benevolencia papal es una incógnita no fácil de despejar. Entre otras causas más profundas, porque la autoridad de Fellay no es indiscutida y dentro de la Fraternidad hay algunos sectores a los que será difícil, por no decir casi imposible, dar marcha atrás en sus ataques al Concilio, a la “curia modernista” que rodea y condiciona al Papa, a la liturgia posconciliar que -Williamson dixit– es “una tarta envenenada”, el ecumenismo, la colegialidad, el modernismo y el diálogo interreligioso, que -siempre según el obispo inglés- “es uno de los mayores obstáculos presentes en el camino de reunión con Roma”.

A esto ha que añadir que los lefebvristas -a imitación de su fundador- son interlocutores no siempre dignos de fiar, y eso lo sabe muy bien el Papa, que, como cardenal Ratzinger, asistió impotente a un repentino cambio de actitud del rebelde prelado francés, que negó por la mañana lo que había afirmado y firmado de su puño y letra la noche anterior.

Condiciones mínimas

El último intento fallido en el camino de reconciliación tuvo lugar en julio de 2008 (VN, nº 2.620). Después de un encuentro el 4 de junio entre el cardenal Castrillón y Fellay, se hicieron públicas las cinco condiciones que el Vaticano consideraba “mínimas para que pueda haber haber una relación caracterizada por el respeto y la disponibilidad hacia el Santo Padre y por un espíritu eclesial constructivo”, como las definió el P. Lombardi. Se les pedía comprometerse a: “dar una respuesta proporcionada a la generosidad del Papa”; “evitar cualquier intervención pública que no respete la persona del Santo Padre o pueda ser negativa para la caridad eclesial”; “evitar la pretensión de un magisterio superior al Santo Padre y a no proponer la Fraternidad en contraposición a la Iglesia”; “demostrar la voluntad de actuar honestamente en plena caridad eclesial y respetando la autoridad del Vicario de Cristo”; y que respondiesen en la fecha fijada “como preparación inmediata a la adhesión para tener la plena comunión”. Por razones que no podemos enumerar aquí, la respuesta no estuvo a la altura de lo que Roma esperaba, y algunos consideraron que el diálogo con los ultratradicionalistas había entrado en un callejón sin salida…

La noticia de la suspensión de las excomuniones ha tenido, por desgracia, curioso estrambote. Pocos días antes de que ser público el decreto, Williamson (sin duda el más radical de los cuatro obispos rehabilitados), en unas declaraciones a la televisión sueca, se sumó a la escasa y desacreditada lista de los “negacionistas” que afirman que nunca hubo un genocidio judío por parte del terror nazi. Esto llevó a algunos periódicos a afirmar, forzando las cosas de modo increíble, que “el Papa prefiere olvidar la shoah“. Desde Ecône (Suiza), el mismo Fellay se apresuró a aclarar que “el único responsable de esas afirmaciones sobre la shoah es sólo monseñor Williamson, y la Fraternidad no entra para nada en este asunto”. El cardenal Kasper, presidente del dicasterio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, calificó las palabras del prelado como “inaceptables”.

Como ha dicho el P. Lombardi, el valiente paso dado por el Papa no soluciona los problemas doctrinales de fondo, que tampoco han sido despejados por las declaraciones de Fellay, bastante anodinas dada la importancia del momento. El escollo básico seguirá siendo la aceptación del Vaticano II, que, como exige la fe de la Iglesia, no puede quedar sometido a ningún tipo de compromiso, y lo mismo se diga del reconocimiento de la validez de la Misa y de los Sacramentos celebrados según la liturgia renovada por el Concilio.

En cuanto a las reacciones que ha suscitado dentro de la Iglesia este gesto, son numerosas y polivalentes. Los obispos, personal o colectivamente, han respetado la decisión pontificia, aunque algunos mantengan sus dudas sobre los efectos que pueda causar dentro de la Iglesia. En otras esferas más periféricas, las interpretaciones no son demasiado favorables y en algunos casos se vuelven negativas; se ve como una confirmación de la deriva involucionista de este Papa. Por las razones arriba expuestas, no comparto este punto de vista.

LOS JALONES DE UN DOLOROSO CISMA

  • 1-11-1970: Charriére, obispo de Friburgo, Lausana y Ginebra, erige canónicamente la Fraternidad Sacerdotal de San Pío X (FSSPX).
  • 1971: Lefebvre funda el seminario de Ecône.
  • 21-11-1974: ‘profesión de fe’ condenando las reformas del Vaticano II.
  • 6-5-1974: se le retira la erección canónica a la Fraternidad.
  • 2-5-1976: discurso de Pablo VI al Consistorio deplorando la actitud de Lefebvre.
  • 29-6-1976: Lefebvre ordena en Ecône a 13 sacerdotes y 13 diáconos.
  • 24-7-1976: suspensión a divinis.
  • 29-8-1976: misa en Lille ante unos 6.000 seguidores, en claro desafío al Papa.
  • 11-9-1976: encuentro entre Pablo VI y Lefebvre en Castelgandolfo.
  • 18-11-1978: encuentro entre Juan Pablo II y Lefebvre en el Vaticano.
  • Oct. 1980: el Papa rechaza un convenio. El ‘dossier Lefebvre’ pasa de la Secretaría de Estado a Doctrina de la Fe.
  • Dic. 1982: Lefebvre rechaza una proposición de acuerdo de Ratzinger, y rechaza otra en abril de 1985.
  • 14-7-1987: encuentro entre Ratzinger y Lefebvre; se repite el 18 de octubre; el tercero y último es el 24-5-1988.
  • 30-6-1988: ordenación ilícita de los cuatro obispos en Ecône.
  • 1-7-1988: decreto constatando la excomunión latae sententiae. Al día siguiente, se constituye la Comisión ‘Ecclesia Dei’.
  • 25-3-1991: Lefebvre fallece en Ecône. 
  • Jul. 1994: Bernard Fellay, elegido como superior general de la FSSPX.
  • Ago. 2000: los lefebvristas peregrinan a Roma con motivo del Jubileo.
  • 30-12-2000: encuentro entre Juan Pablo II y Fellay en la capilla privada del Papa.
  • 29-8-2005: Benedicto XVI recibe a Fellay.
  • 7-7-2007: motu proprio ‘Summorum Pontificum’.
  • 1-7-2008: Fellay rechaza las cinco condiciones de la Comisión ‘Ecclesia Dei’.
  • 15-12-2008: carta de Fellay a Darío Castrillón, presidente de ‘Ecclesia Dei’.
  • 21-1-2009: decreto de la Congregación para los Obispos que levanta la excomunión.

En el nº 2.646 de Vida Nueva.

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