Goya, frente al espejo de España

El Prado inaugura una gran muestra ante el bicentenario de la Guerra de Independencia

(Juan Carlos Rodríguez– Fotos: Xavi Torres) Es de día. La luz elegida por Goya, con los tonos rosados de los edificios de fondo, corresponde a la mañana, cuando se produjeron los primeros enfrentamientos cerca del Palacio Real. Todo el grupo comparte protagonismo. Un caballo blanco y escultórico se embrida en el centro y su jinete, un mameluco de la Guardia Imperial, cae apuñalado. Un atacante de mirada ensangrentada, hiere al caballo con un punzón metálico. Viste camisa blanca, calzones amarillos. El mismo atuendo, brazos en cruz, del hombre que va a morir fusilado esa madrugada: el tres de mayo.

Es de noche. En el cielo negro, hay motas rojas. Sangre y patriotas sobre el suelo. Granaderos de línea y marineros de la guardia, con uniforme de campaña y capote gris, apuntan con su fusil. La analogía que revela la unidad de las dos composiciones como un conjunto, en el que una escena es reflejo de la otra. El dos de mayo de 1808 en Madrid: la lucha contra los mamelucos y El tres de mayo de 1808 en Madrid: los fusilamientos de la montaña de Príncipe Pío, dos caras de la misma moneda: muerte, locura, independencia y sinrazón.

Son dos cuadros –dos de 200, entre dibujos, aguafuertes y litografías– que se exhiben en Goya en tiempos de guerra, la gran exposición que el Museo del Prado dedica a Goya y al bicentenario de la Guerra de la Independencia. Dos cuadros pintados en 1814 para dar la bienvenida en Madrid a Fernando VII, primero esperado y luego felón: “Siento ardientes deseos  de perpetuar por medio del pincel las más notables y heroicas acciones o escenas de nuestra gloriosa insurrección contra el tirano de Europa”, escribió al ministro Álvarez Guerra poco antes. “Goya no toma partido. Recoge simplemente la violencia, el dolor, de ese día. Unos matan por la mañana y mueren por la noche”, según interpreta Manuela Mena, comisaria de la muestra. Dos cuadros, dos hojas de un mismo díptico, restaurados, aclarados del polvo gris y el barniz oxidado, repintadas las heridas de la Guerra Civil –un accidente de tráfico del camión que los llevaba de Valencia a Gerona–, que dañó especialmente al Dos de mayo. Relucientes ahora, casi bruñidos, para vertebrar a su alrededor una exposición magna a la vez que épica y desalentadora.

“Es el diario artístico de Goya en el cambio de siglo. Verdadero testimonio de un ilustrado que asiste al inesperado triunfo de la sinrazón, de alguien que pasa del optimismo más exultante del Siglo de las Luces a la oscuridad más profunda del corazón del hombre”, explica Miguel Zugaza, director de la pinacoteca madrileña. Acaso un Goya muy diferente, más trágico, manifiestamente inabarcable. “Ésta es una exposición dura –añade Mena–. Goya no es crítico con lo que está sucediendo en España, sino, simplemente, es un espejo. No es un copista servil, sino que capta todo lo que la realidad le ofrece para expresar sus ideas. No es un cronista, sino un gran artista que nos presenta la realidad como algo complejo”. Muerte, guerra y desesperación.

 

 

 

Viaje de ida y vuelta

Más que un artista, Goya es un pensador. El pintor asume los postulados de la Ilustración y convierte sus obras en dardos contra la tradición y en icono de vanguardia. Rastro mismo de la España de 1808. Y de su contradicción. Vencedor y víctima. “Goya persiguió la independencia, la libertad y el amor, pero como todos en la vida, no lo consiguió en su totalidad”, añade la comisaria. Es decir, la exposición, organizada por el Museo del Prado y la Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales, con la colaboración de la Comunidad de Madrid, es un viaje de ida y vuelta a través del propio Goya, del optimismo a la resignación.

 

 

Un Goya ya sordo, que recorre 25 años decisivos de su vida y de la historia de España. Un Goya entre dos amagos de la muerte. De 1794, cuando se queda sordo, a 1819, cuando la enfermedad está a punto de llevárselo, y pintó su última obra pública: La última comunión de san José de Calasanz. Y se nota. Pero siempre hay un trazo verdadero, retratos, por ejemplo, que hablan de debilidad, ambición y estupidez, como el de la Familia de Carlos IV. Y en obras maestras que se ven por primera vez en España y en donde el trazo nunca se traiciona: Maja y celestina al balcón y Retrato de la marquesa de Montehermoso o El general Nicolás-Philippe Guyé. Incluso en joyas como Fray Pedro y el bandido maragato y el Prendimiento de Cristo.

 

 

UN BICENTENARIO POR TODO LO ALTO

El 2 de mayo festeja su bicentenario: exposiciones, películas, ensayos, desfiles, novelas… celebraran el levantamiento contra las tropas de Napoleón de Madrid y Zaragoza hasta Aranjuez y Bailén. 200 años sin que España se haya liberado de un debate que sigue enervando pasiones: absolutistas o liberales, patriotas o afrancesados, Antiguo Régimen o Ilustración, revuelta organizada o espontánea, toma de conciencia de una única nación en armas o guerrilla visceral. La cuestión, en cualquier caso, es que el combate contra las tropas de Napoleón remueve la programación cultural a lo largo de todo el país a partir de la próxima semana. Madrid, como origen de la revuelta, se lleva la palma. “El 2 de mayo se había acabado convirtiendo en una cosa folclórica madrileña”, ha dicho la académica Carmen Iglesias. “Ya José María Jover insistía en que había que situarla en el contexto internacional. Realmente, es la primera guerra de liberación. Y Bailén causó una conmoción impresionante porque demostró que los ejércitos napoleónicos no eran invencibles. Fue una guerra larga y cruel”.

Y eso es lo que se va a reflejar. Éstas, entre otras, son algunas de las previsiones en Madrid: ‘Madrid, 2 de mayo 1808-2008. Un pueblo, una nación’ (Canal de Isabel II, del 26 de abril a 12 de octubre), ‘España, 1788-1814. Ilustración y liberalismo’ (Palacio Real, del 1 de octubre al 31 de enero de 2009), ‘Miradas sobre la Guerra de la Independencia’ (Biblioteca Nacional, hasta el 31 de mayo), ‘España 1808-1814. La nación en armas’ (Teatro Fernán Gómez, hasta el 11 de mayo), ‘Vivencia y memoria en la Guerra de la Independencia’ (Museo Lázaro Galdiano, del 1 de mayo al 31 de julio) y, entre otras tantas, ‘Madrid 1808: Ciudad y Protagonistas’ (Museo de Historia de Madrid, del 25 de abril al 19 de octubre).

En Bailén se conmemorará la primera derrota de los ejércitos de Napoleón en toda Europa con la muestra del Ministerio de Defensa ‘La historia y su enseñanza: 200 años de la Guerra de la Independencia’ –entre otras actividades–, Zaragoza acoge ‘La ciudad de Los Sitios’ y Segovia ‘La Guerra de la Independencia, una visión del Romanticismo’.

Congresos de especialistas se reparten, asimismo, por todo el país: ‘La Guerra de Napoleón en España: reacciones, imágenes, consecuencias’ (Universidad de Alicante), ‘La Guerra de la Independencia y el primer liberalismo de España y América’ (Universidad de Santiago), ‘La época de Carlos IV’ (Oviedo y Gijón) o ‘Vivir en tiempos de Guerra: gobierno, sociedad y cultura en la Península Ibérica entre 1808 y 1814’ (Universidad Complutense).

Y los libros: que llueven. Primero, las novelas. ‘Un día de cólera’ (Alfaguara), de Arturo Pérez Reverte, la reedición de ‘Dos de mayo’ (Ediciones B), de José Luis Olaizola; ‘¡Independencia!’ (Edhasa), de José Luis Corral; ‘El cuarzo rojo de Salamanca’ (Tusquets), de Luciano G. Egido, y ‘La artillera’ (Suma de Letras), de Ángeles de Irisarri. Y los ensayos, entre los que destacan los de Christian Demange (‘El dos de mayo. Mito y fiesta nacional. 1808-1958’. Ed. Marcial Pons), Emilio de Diego (‘España, el infierno de Napoleón. 1808-1814’. Ed. La Esfera de los Libros), Jean-René Aymes (‘La Guerra de la Independencia en España’. Ed. Siglo XXI).

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