César Valero Bajo: “La predicación ha de ser experiencial y estar en diálogo con el mundo”

Dominico y experto en Comunicación

César-Valero(Texto: Victoria Lara– Foto: L. Medina) Cuántas veces habremos escuchado aquello de “no voy a misa porque me aburro”. Aunque en muchas ocasiones puede tratarse sólo de una excusa, lo cierto es que bastantes cristianos aseguran sentirse poco identificadas con lo que el sacerdote o la persona que predica la Palabra de Dios les cuenta. Esto es, en buena medida, lo que movió a los Dominicos –la también conocida como Orden de Predicadores– a crear el Curso de Predicación y Comunicación, que se imparte en el convento de San Pedro Mártir de Madrid y que ya va por su segunda edición. No sólo está dirigido al clero, sino “a todas aquellas personas inquietas por transmitir los mensajes del Evangelio”, según su director, César Valero Bajo. Una charla con este dominico castellano es, en sí misma, una lección de buena comunicación: voz contundente pero armoniosa, mensajes comprensibles y bellos, la utilización de múltiples ejemplos y citas…

eficacia de su discurso quizá esté en que aplica para sí mismo las que considera claves fundamentales para ser un buen predicador: “Una comunicación del mensaje que esté basada en la experiencia y que esté en diálogo con el mundo de hoy”. La estética, la belleza de las palabras, también es importante, pero según Valero “no serviría de nada un bellísimo discurso si no está encarnado en vida”. Y esto, asegura, “es válido para cualquier tipo de predicación”, ya sea homilética, catequética o de unos ejercicios espirituales. Al margen de estas premisas, no existen más “trucos” a la hora de transmitir con eficacia el mensaje de Jesús, aunque el dominico reconoce que hay determinadas personas que tienen un don personal innato para atraer, desde que empiezan a hablar, la atención y el interés del público.

Recuerda con cariño una de sus primeras predicaciones ante un grupo de jóvenes durante unas convivencias en Ávila, en la que les contó la experiencia del profeta Jeremías: “Él decidió dejar de ser profeta, porque estaba cansado de que se burlaran de él: ‘No hablaré más en tu nombre’, dijo; sin embargo, poco después, Jeremías reconoció: ‘Había un fuego dentro de mí, lo quise evitar pero no pude’. Al decir esto, noté un impacto en ese grupo de jóvenes que, por aquel entonces, tenían unos 16 ó 17 años”. Se emociona también al recordar el caso de un joven estudiante al que preparaba para convertirse en catequista: “Era el mejor de su promoción en Farmacia y se preguntaba si seguir trabajando para ser el mejor, si entrar en la competición… Yo le dije: ‘Dios te ha hecho inteligente; pues sigue desarrollando tu inteligencia, pero no la pongas al servicio sólo de ti. No para enorgullecerte tú, sino para poder transformar el mundo desde tu campo en clave del Evangelio’. (…) La predicación es una siembra generosa; nunca sabes dónde va a caer la semilla ni cómo va a fructificar”.

Actualizar el mensaje

Para explicarnos cómo podemos hacer actual un pasaje del Evangelio, César Valero pone un ejemplo de los que utilizan en el curso: el pasaje del evangelio de san Lucas que habla de la predicación de Jesús en la Sinagoga de Nazaret: “Se dice que los cristianos hemos abundado mucho en el pecado y poco en extinguir el sufrimiento de  la vida de los demás. Podemos actualizar ese mensaje diciendo a los que nos escuchan que miren a su alrededor y piensen qué pueden hacer para acabar con el sufrimiento de las personas que les rodean”, añade Valero.

Volviendo sobre la cuestión de qué hacer para que los feligreses no se aburran en misa, el director del Curso de Predicación cree que esta responsabilidad no debe recaer sólo en el sacerdote: “Es un doble juego: por un lado, el lenguaje de la predicación debe ser un lenguaje inteligible a la asamblea que escucha el mensaje, pero, por otro lado, la asamblea también debería hacer un esfuerzo por refrescar los contenidos que van unidos a nuestra fe”. Esto último requiere catequesis, formación, lecturas… Aunque César Valero opina que también sería muy provechoso que el sacerdote y los fieles pudieran preparar juntos la celebración de la fe y, al término de la misma, volver a reunirse para intercambiar impresiones.

En esencia

Una película: Las sandalias del pescador, de Michael Anderson.

Un libro: el Evangelio, en cualquiera de sus versiones.

Una canción: Gracias a la vida, de Violeta Parra.

Un deporte: caminar por el bosque.

Un rincón del mundo: un parque de Osaka, en Japón.

Un deseo frustrado: saber más.

Un recuerdo de la infancia: la sensación de desorientación un día en el campo con mi padre.

Una aspiración: un mundo de felicidad para todo ser humano.

Una persona: Jesús de Nazaret.

La última alegría: esta entrevista para Vida Nueva.

La mayor tristeza: el sufrimiento sin rostro que padecen tantas personas.

Un sueño: un Curso de Comunicación y Predicación aprovechado por muchos.

Un regalo: una sonrisa.

Un valor: la honradez.

Que me recuerden por: la bondad.

En el nº 2.681 de Vida Nueva.

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