La otra adicción

A las adicciones que hoy destruyen a las personas y a la sociedad, se está agregando otra que, ante nuestros ojos, aumenta su imperio. Aunque no se toma en serio, constituye una real amenaza: la adicción digital.

 Las muchedumbres de ciberadictos no parecen ser un motivo de preocupación, pero la realidad está lejos de ser tranquilizadora.

El peligro no está en la tecnología sino en el uso que se hace de ella. Es un peligro que se puede prevenir y que plantea exigentes retos a la educación, que puede convertir en positivo lo que hoy se descubre como una amenaza.

“Vivimos en un mundo en donde hay un montón de dioses envejecidos. Estamos inundados de imágenes que dan prueba de que el mundo está jodido. En las redes sociales es como una perversión de todo. Se decapita gente porque saben que todo es globalizado y con serruchar la garganta de alguien frente a una camarita pueden tener un impacto de tres mil millones de personas en una hora”, escribía Jon Lee Anderson, el famoso reportero internacional, quien, ante el espantoso espectáculo de los degollados por agentes del Estado Islámico, seguramente se ha hecho la pregunta: ¿si no hubiera cámaras, los habrían degollado?

Y agrega el periodista: “esto es como un gran basurero. Decidí ausentarme de Facebook y hacer lo mismo con Twiter. Sufrí y me deprimí muchísimo”.

El testimonio de este periodista no es único. A pesar de que es un hecho comprobado, Internet es útil para los negocios y para niños y jóvenes es un formidable juguete, pero es una mala influencia moral.

Así le respondieron al Pew Research Center un 42% de sus encuestados, que también calificaron su influencia en política: es mala para el 30%, buena para el 36%. En economía es buena para el 52% y mala para el 19%; es buena para el 64% en educación y mala para el 18%.

Pero más allá de investigaciones académicas, el uso de Internet ha llegado a ser un asunto criminal. La policía colombiana ha montado un Centro Cibernético contra la multiplicación de los ciberdelitos. Usado por delincuentes, internet ha servido para usurpar la identidad de alguien en 48 casos durante 2015; este fue el delito más frecuente; también presionaron a niños para obtener sexo o pornografía; adultos engañaron a niños para encuentros sexuales, extorsionar o intimidar.

Un grupo de investigadores de la Universidad Nacional se propuso averiguar lo mejor y lo peor en el uso que los colombianos hacen de las redes sociales y encontraron espontaneidad, franqueza, preocupación por los asuntos del país, pero al mismo tiempo el lenguaje mordaz, las acusaciones sin pruebas, la doblez y el uso perverso del anonimato.

Paul Virilio, a su vez, mira el fenómeno global de la cultura digital y señala el contraste entre “la pausa de deliberación y la reflexión con que se hacía la historia, y la velocidad absoluta, la instantaneidad de la ubicuidad y la inmediatez” que reinan en el universo digital. Tal es el mundo en el que está creciendo una nueva y dañina adicción: la de lo digital.

La adicción


Con el alcohol, la coca, la marihuana, el tabaco, pasa que son sustancias adictivas; Internet no lo es. Lo digital es una tecnología poderosa pero inocente, es decir, que no hace daño; el daño corre por cuenta del usuario: “es una consecuencia de nuestra autodeterminación, alimentada por la paranoia personal y profesional, de usar todos sus productos al mismo tiempo. Los síntomas del mal son capacidad de atención fracturada, insomnio, un grupo de amistades cada vez más amplio y variado”, escribió en el Financial Times Jonathan Gutman. El mal es universal y podría dejar su marca en toda una generación.

Y así como el fumador o el adicto a la cocaína se vuelven esclavos de su adicción, el celular llega a tiranizar a sus usuarios. “En un paseo familiar, revela una adicta, entré en crisis cuando me di cuenta de que había olvidado mi celular. Fue como si hubiera dejado una parte de mi cuerpo. Mi familia quedó aterrada, hoy sé que tengo nomofobia. Hago el mismo ejercicio del alcohólico: hoy no miro al celular. Tal vez mañana”.

“En mi compañía de audio y video, experta en automatización, podía pasar tres días sin comer ni dormir. Mis dos computadoras y mi celular estaban en mi mesa de trabajo y desde allí lo hacía todo”. Por estar metido con sus computadoras, agregó, perdió amigos, dejó de ir a la oficina, a veces conversaba con sus socios que se sorprendían de que jugara con su portátil mientras hablaban. “Así, enfermo por las redes, estuve a punto de acabar con mi familia. Me volví una persona egoísta” (El Tiempo, 21-10-14).

Conectar no es lo mismo que comunicar, y comunicar no significa llegar a la comunión con los demás

Esta adicción puede ser devastadora en niños y adolescentes, fue la conclusión de un estudio de CNN sobre la relación de los adolescentes con las tecnologías. La investigación con 200 jóvenes de Estados Unidos reveló casos como el de una niña que confesó: “prefería no comer durante una semana antes que dejar el celular”. Una compañera suya agregó: “cuando me quitaron mi móvil me sentí desnuda, vacía”.

Los jóvenes, comprobaron, revisaban sus redes sociales en promedio 100 veces al día. Son jóvenes que no diferencian entre la realidad y lo que reflejan sus redes sociales y, sorprendente, el lenguaje de sus mensajes se caracteriza por significaciones sexuales explícitas y por sus referencias al mundo de las drogas. Además, comparten imágenes que deberían reservarse para el ámbito íntimo y producen, también, pornografía de venganza.

“Esta es la nueva condición humana”, le dijo un actor de Los Angeles a The Times. Sin pretensión alguna de sociólogo o de antropólogo, sino basado en su experiencia, el actor agregó: “todos estamos desesperados por tener una comunicación humana”. Pero conectar no significa comunicar. Percibía esta realidad el que dijo que lo digital está ayudando a comunicar con los que están lejos, y a alejar a los que están cerca. A veces, aunque estemos cerca no nos vemos por estar mirando el celular. De hecho, la persona presente deja de ser prioridad cuando se la ignora por estar pendiente de quien llama por el celular. El problema, sin embargo, no lo crea el celular, sino el uso que de él se hace.

Es un problema que ha llegado hasta las refrigeradas y asépticas salas de cirugía. A 292 practicantes de medicina le preguntaron sobre transmisión de fotografías de sus pacientes mientras los atendían: el 17% no había resistido la tentación de fotografiarlos y de colgar la imagen en la red. No veían nada malo en hacerlo porque les eran ajenas las normas éticas y legales sobre esa práctica. En México se conoció el caso de una anestesióloga que fotografiaba a sus pacientes y salía a transmitir las imágenes con comentarios sarcásticos, dentro de la mayor indiferencia, porque en los pénsumes de las universidades aún no se tiene en cuenta ese uso de la tecnología digital.

La presencia de esta adicción creo haberla percibido en el curso de un foro en el que los panelistas estábamos sentados detrás de una gran mesa y frente a una audiencia de 40 personas. Ni la presencia de ellos ni la compañía cercana de los cinco panelistas las tenía en cuenta la profesora que a nuestro lado tecleaba, compulsiva, su celular, un mensaje tras otro, inmersa en su burbuja digital. Encontré después una cita de Henry David Thoreau, quien en 1840 escribió: “la incesante ansiedad y tensión de algunos es una suerte de enfermedad incurable”. Aún no se podía imaginar la adicción producida en nuestro tiempo por el uso dañino de la tecnología digital.

Cuando toda una generación está expuesta a esta manera de vivir es previsible un futuro marcado y moldeado por lo digital. ¿Cómo serán esas generaciones: mejores o peores que las actuales? Las respuestas importan porque muestran lo que será el futuro de la sociedad, si lo construyen la inercia y la resignación con que hoy se mira el fenómeno, o si el uso de lo digital se orienta con la ayuda de un activo sistema educativo.

El futuro digital

La consultora Findasense estudió a jóvenes de siete países de Latinoamérica, Colombia entre ellos, y concluyó que, de continuar la indiferencia frente al fenómeno, dos amenazas tomarán cuerpo: la ciberdependencia y la cibersoledad. Coincide con esta consultora el Pew Research Center de Estados Unidos: “un 30% de los adolescentes está construyendo su identidad social un 100% en internet”, “esto atrofia habilidades de comunicación y socialización”. Es paradójico, una poderosa tecnología de comunicación está produciendo seres solitarios y encerrados dentro de sí mismos por el mal uso de sus posibilidades y aplicaciones.

Estamos hablando de los “millennials”, nacidos entre 1979 y 1999 que, según la directora de Target Group Index, Diana Carolina Alba, es “una generación marcada por el amor a la tecnología y a la información, para quienes Internet ha sido una constante”. El 15% de ellos tiene tableta, celular y computador; el 90% tiene alguno de los tres; hacen parte de las redes sociales, se comunican con su familia, amigos y condiscípulos por Whatsapp o Telegram y, según Simon Sinek, un conocido y seguido conferencista de creciente influencia por sus videos en la red, es una generación que, por esta influencia, cree tenerlo todo con solo desearlo, dependen en alto grado de sus padres, −de hecho retardan la salida del hogar para hacer una vida independiente− creen saberlo todo, satisfechos con lo que les proporciona la red. La interactividad en las redes, explica Simon, libera en los cerebros la dopamina que opera como una droga estimulante y adictiva. Una respuesta a sus mensajes, por ejemplo, los reanima y mantiene su conformismo frente a la vida que siempre está bien: ¿los estudios? Van bien; ¿la relación con la novia? Bien. Todo, todo está bien.

Son personas incapaces de construir una relación sólida, no saben enfrentar dificultades porque para ellas todo es transitorio y fácil. Buscan la lectura fácil, las actividades fáciles, el estudio fácil, porque así son las estructuras en que se mueven: hundir una tecla, emplear formularios que piden SÍ o NO, reducir los enunciados a fórmula simples y fáciles; excluyen de su horizonte intelectual lo complejo, el razonamiento profundo, lo que excede los espacios de ver y oír.

El proceso lento del pensamiento supone esperas pacientes y un ritmo pausado del tiempo que ellos desconocen. El suyo es un ritmo rápido, de pensamiento disperso que no se detiene en un tema, acosado por una ansiedad y necesidad de cambio y movimiento. Cambian de trabajo como de ropa, no conocen el equilibrio porque la emoción de lo nuevo los enajena.

¿Es esto lo que queremos para hijos y nietos?

Prevenir la ciberdictadura

En el mundo son muchos los que han comenzado a decirle NO a esta nueva cultura.

Paul Miller es uno de ellos. Trabaja en Nueva York y un día de 2012 resolvió liberarse de todas las ataduras que tenía con lo digital. No más Smartphone ni Skype ni correo electrónico y, en cambio, contacto con las personas y con la vida real. Al principio se sintió libre, disfrutó el contacto cara a cara con las personas y el ritmo alocado de su vida se hizo más sosegado y placentero. Después llegaron el tedio y las ausencias: le hicieron falta los amigos y sus ocurrencias en las redes sociales. “Me sentí fuera de sincronía”, escribió antes de admitir que las soluciones radicales dejan el problema intacto.

Humberto Eco, el sociólogo y novelista italiano, observó la aparición de la nueva adicción y celebró el servicio que encontró en el Hotel Byron en la Riviera italiana: “los huéspedes, escribió en una de sus columnas de prensa, tienen a su disposición un severo terapeuta, cuyo objetivo es ayudarles a superar la dependencia, que ha inducido todo un nivel de neurosis”.

Los empresarios del hotel tuvieron la lucidez de identificar la nueva adicción y de pensar que merecía un tratamiento. El mismo Eco, a su vez, admitió que la tecnología digital es un paso adelante porque nos conecta virtualmente. “Y un paso atrás porque interrumpe el tiempo que dedicamos a estar juntos, frente a frente”.

No es solo el Hotel Byron, hay otras acciones que parten de la convicción de que se trata de una adicción dañina. En Estados Unidos hay tratamientos residenciales que apartan al sujeto un par de meses; aunque las recaídas son comunes el reporte concluye: “superar la adicción es posible”. Más radicales son los que informan sobre “la heroína electrónica que se combate en 400 campamentos con régimen militar”. Los padres de los jóvenes en tratamiento pagan 1.600 dólares, para un tratamiento efectivo en el 70% de los casos. En Corea del Sur son dos millones de ciudadanos los que padecen esta adicción y reciben apoyo sicológico y consejería. En 2014 se celebró un congreso internacional, el primero, para estudiar los efectos de esta adicción.

En Chile, el sicólogo, magister en adicciones, Max Möller, recibe pacientes adictos a Internet, mientras la sicóloga Sandra Troncoso, directora del Centro Psiquis, recomienda la terapia familiar: “Si el hijo está así es porque el adulto no puso reglas, no lo motivó para hacer deporte ni le puso horarios al computador ni al celular”, afirma.

Otro medio de combate es el desarrollo de las potencialidades positivas de esta tecnología. El director de investigaciones del Instituto de Relaciones Internacionales y Estratégicas de París, Frederic Martel, es un entusiasta de las posibilidades de Internet para cambiar la vida de las personas. En diálogo con El Espectador (21-05-15) afirmó: “es una herramienta para empoderar a las personas en las favelas, en los municipios, en los barrios y en los ghettos. Internet puede cambiar la vida de las personas. No supera los límites geográficos ni erosiona las identidades culturales ni borra las diferencias lingüísticas, las ratifica”.

Dos amenazas pendientes: la ciberadicción y la cibersoledad

Rahaf Harfoush trabajó con Barack Obama, como candidato y como presidente, en la comunicación online, y da fe de que la tecnología digital “ofrece oportunidades para cambiar formas anticuadas de gestión, los datos se pueden utilizar para obtener lo mejor de la gente, y motivarlos; se tiene una mejor idea de lo que sucede en lugares lejanos, mire la reciente crisis de Siria, ha movilizado a muchas personas y ayuda a las organizaciones”.

Hay, pues, distintas formas de utilización que convierten a Internet en ayuda o en juguete. Una formación que haga entender el valor de la ayuda y lo dañino de poner un poder tal al servicio de un capricho o de un deseo trivial puede ser el comienzo de un proceso de liberación de la adicción.

Pero las grandes preocupaciones nacen de la visión de un futuro posible de generaciones que, por las facilidades que ofrece la tecnología, se han desacostumbrado al esfuerzo y, por tanto, han crecido inermes frente al fracaso y a sus consecuencias; el régimen de lo inmediato que suprime las largas esperas y la paciencia y perseverancia para obtener avances, las condena a lo superficial y efímero, las priva de lo profundo y sólidamente construido. Estas generaciones de nativos digitales incapaces de recuperación ante el fracaso no disponen de defensas y quedan aniquiladas y sin posibilidades de lucha. Son previsibles, por tanto, muchedumbres de derrotados y sin esperanza puesto que la resiliencia y la esperanza no figuran como posibilidades entre sus recursos disponibles.

También es previsible otra consecuencia que ya comienza a destacarse por su naturaleza de paradoja: el más formidable medio de comunicación de todos los tiempos está produciendo seres solitarios.

En Estados Unidos hay 400 campamentos para tratamiento de ciberadictos

La comunicación que hoy proveen Internet y todas las aplicaciones digitales conecta, pero no comunica; y si comunica no logra comunión entre las personas. Este hecho se está convirtiendo en acusación y en reto.

Es un hecho acusador para una civilización que subestima a los humanos al considerar que es una meta lograda el intercambio de símbolos y no de vida, a pesar de tener entre manos poderosos instrumentos para lograrlo.

El reto es convertir estos instrumentos en medios para el acercamiento, para el conocimiento de los humanos entre sí y para la mutua donación de que son capaces los humanos.

Escribió el papa Francisco que “el encuentro entre la comunicación y la misericordia es fecundo en la medida en que genera una proximidad que se hace cargo, consuela y cura, acompaña y celebra. Esta comunicación contribuye a la buena, libre y solidaria cercanía entre los hijos de Dios y los hermanos en humanidad”.

Lograr que la tecnología digital esté al servicio de esa comunicación que crea comunión es el reto para cuantos desean un mundo más humano para las generaciones que vendrán. 

Javier Darío Restrepo

Compartir