La era Trump

 

¿Qué representa la presidencia Trump para el mundo cristiano?

El episcopado de Estados Unidos y el papa Francisco vuelven los ojos hacia los más pobres porque encuentran en los anuncios del magnate inquietantes señales que se agravan cuando este triunfo electoral se lee como el retorno de un poder blanco.

Los migrantes africanos y asiáticos, la migración latina, las muchedumbres de ilegales ponen sitio a un cristianismo ritual que, sin embargo, debe dejar su huella en la historia que comienza a escribir Donald Trump.

En medio de los aplausos y las protestas por la victoria electoral de Donald Trump se levantó la voz del episcopado de Estados Unidos. Con la firma del arzobispo de Louisville y presidente hasta hace poco de la conferencia episcopal, Joseph E. Kurtz, llegó a oídos del presidente electo el mensaje: “ahora es el momento para avanzar hacia la responsabilidad del gobierno para el bien común”.

Joseph E. Kurtz, arzobispo de Louisville, Estados Unidos

Quedaba atrás una ruidosa y estridente campaña electoral en la que los programas de gobierno habían quedado en segundo lugar porque lo principal había sido el ataque personal, la mentira, el rebusque en la vida del candidato opositor para motivar a los electores. Concluidos esos ataques, oídos los electores, comenzaban los años de trabajo por el país. ¿Cómo deberían ser?

A juzgar por las reacciones de los medios, los resultados de la elección habían dejado a los Estados Unidos y al mundo en medio de una pesada incertidumbre. Dijeron entonces los obispos: “podemos acoger a los migrantes y refugiados sin sacrificar nuestra seguridad”. Y agregó monseñor Kurtz: “cada elección trae consigo un nuevo comienzo. Alguien se pregunta si el país podrá reconciliarse, trabajar de forma unida y realizar la promesa de una unión más perfecta”. Parte de las incertidumbres con que se recibió la elección del nuevo presidente la hizo el ambiente de división profunda en que había quedado el pueblo de Estados Unidos después de la campaña electoral.

También el Papa recibió la noticia de esa elección con preocupación. “No juzgo sus políticas, pero quiero entender el sufrimiento que puede causar a los pobres y excluidos”, dijo en una nueva entrevista a Eugenio Scalfari, director del diario la Repubblica. Para la Iglesia hay prioridades claras.

Cuantos han comentado la elección de Trump han manifestado su preocupación por el impacto Trump sobre la economía mundial; se ha repetido el temor por el uso que hará del botón nuclear y por el futuro de los tratados de libre comercio y el de las relaciones internacionales, que son temores válidos; pero el primer pensamiento de la Iglesia ha sido el de los pobres.

Los pobres bajo Trump

El presidente saliente del episcopado estadounidense y el papa Francisco piensan en los once millones de ilegales que, de cumplirse los anuncios de Trump durante su campaña, serían expulsados de Estados Unidos. Las razones de seguridad que el candidato Trump alegó en apoyo de su proyecto de expulsión son las que alude e invalida el documento episcopal.

Enrique Peña Nieto, presidente de México.

Pero a esa amenaza de deportación y expulsión masivas se agrega la iniciativa delirante de construir un muro fronterizo de 3.145 kilómetros para impedir la entrada de mejicanos al territorio estadounidense, a un costo de veinticinco mil millones de dólares. Pero la desmesura del proyecto resulta insignificante frente a su complemento: el muro deberá ser costeado por los propios mejicanos, una pretensión que recuerda las ignominiosas escenas de las películas de vaqueros en que a los condenados a muerte se los obligaba a cavar sus propias tumbas antes del fusilamiento. De la humillante escena de la recepción que le ofreció el presidente Enrique Peña Nieto al entonces candidato Trump se recuerda su declaración sobre los temas tratados con el mejicano, entre los que destacó la construcción del muro, sin que el obsecuente anfitrión hubiera reaccionado.

Una amenaza más realista que la anterior es la de una reforma de las leyes migratorias para impedir la entrada de migrantes a un país reconocido en la historia como hechura de migrantes.

Estos proyectos amenazantes y xenófobos hicieron parte de la tarjeta de presentación de Trump como candidato. Podían ser bufidos intimidantes para llamar la atención sobre el nombre y la figura de un candidato que por primera vez pisaba los terrenos de la política. De hecho, fueron estas propuestas extremas el material que los medios de comunicación destacaron al registrar la presencia del inesperado candidato.

Y es la parte de su programa de gobierno que el Papa y el episcopado recordaron al saludarlo como nuevo presidente de Estados Unidos. No los sedujo el contenido conservador de su programa: la posición antiaborto ni las declaraciones contra el matrimonio gay. Para la Iglesia tiene una mayor importancia y constituye un peligro real la insensibilidad frente a los pobres y marginados.

En la entrevista con Scalfari, Francisco reiteró un pensamiento que ha expuesto en numerosas ocasiones: “el dinero está en contra de los pobres, además de contra los inmigrantes y refugiados; pero también hay personas pobres en los países ricos que temen la llegada de estas personas. Es un círculo vicioso que debe ser detenido. Hay que derribar los muros que dividen y construir puentes que permiten disminuir las desigualdades y aumentar la libertad y los derechos”.

Trump y el dinero

La advertencia papal, que es la voz de la conciencia cristiana, tiene que ver con otra parte del programa presidencial de Trump: la que se refiere a la economía. La crisis económica que encontró el presidente Obama al llegar a la Casa Blanca, aunque atenuada, se mantiene en estos días iniciales de la era Trump.

Fuera el propio Trump, o algún asesor, o un comité, lo cierto es que la campaña electoral se centró en la respuesta que debía dársele a las necesidades de la población blanca afectada por la crisis; tal fue la clave de su éxito electoral, como describió Ignacio Ramonet, el director de Le Monde Diplomatique, en una columna que llamó Siete razones del éxito electoral de Trump. De esos siete puntos fundamentales cinco tienen que ver con la economía: uno, combatir la globalización de la economía que aisló a la clase media; dos, proteger la producción del país mediante gravámenes a los productos importados; tres, suprimir la ley Glass Steagall, que separa la banca tradicional de la banca de inversiones, de modo que la tradicional pueda hacer altas inversiones; cuatro, suprimir el impuesto federal que afecta la economía de 73 millones de hogares; y cinco, el abandono de la OTAN, para la que no hay recursos, además de las razones políticas.

Cada una de estas razones parece dictada por el hombre de negocios para quien no hubo reserva moral que le impidiera recibir más y más dólares, que sorteó con el mínimo daño tres quiebras y que durante veinte años dejó de pagar impuestos, hazaña que atribuyó a su inteligencia y no a su débil espíritu público. Tales son algunas de las características que encuentran en su personalidad los que estudian y delinean su perfil.

En los primeros momentos después de su triunfo las bolsas del mundo reaccionaron temerosas y registraron bajas; la más sensible fue la de Méjico; pero, pasados la sorpresa y el desconcierto, las acciones fueron al alza, como expresión de que habían recuperado la confianza ante la certeza de que tenían al frente a alguien que sabía cómo se hace y se multiplica el dinero.

Barack Obama, presidente saliente de Estados Unidos

En efecto, Donald Trump es alguien que ama el dinero, lo persigue, lo multiplica y le rinde culto. Tal era el líder que esperaban sus compatriotas golpeados por la crisis no resuelta de la economía desde la crisis financiera de 2008. Anota Ramonet: “la victoria de Trump puede hacernos entrar en un nuevo ciclo geopolítico cuya característica ideológica principal es el autoritarismo identitario. Un mundo se devela y da vértigo”.

El vértigo de Ramonet lo comparten los comentaristas que destacan entre los numerosos anuncios de Trump la anulación de las medidas con que el presidente Obama había brindado apoyo a grupos de la población como los veinte millones que reciben los servicios de salud de ObamaCare, aplicados durante los últimos cinco años. ¿Qué se propone Trump con ese proyecto? ¿Ahorro de dinero? ¿Poner en marcha una solución alternativa? ¿Acabar con una obra de su predecesor?

También propicia el retiro de Estados Unidos del NAFTA, el tratado de libre comercio de Estados Unidos con México y Canadá; y la imposición de gravámenes a los productos de China. Caben las mismas preguntas: ¿qué es lo que importa? ¿Poner la política económica al servicio de las personas? ¿Hacer una demostración de poder?

Estas preguntas y otras, como las que provoca la expulsión de migrantes a pesar de lo que ha representado y representa el trabajo de estas personas, han aparecido durante la campaña electoral; pero una cosa es el discurso propagandístico de un candidato y otra la voz de un presidente sometido a los condicionamientos de un sistema de equilibrios, de pesos y contrapesos como el que caracteriza al sistema de gobierno de Estados Unidos. De hecho, en una de sus primeras intervenciones, Trump precisó que los migrantes que expulsará serán los que tienen antecedentes penales. Los comentaristas han recordado el énfasis del recién posesionado Obama en el cierre de la cárcel de Guantánamo. Los dos períodos presidenciales no le dieron tiempo suficiente para cumplir con ese propósito.

Los amenazantes anuncios de Trump correrán una suerte parecida; hay una diferencia notable entre el discurso del candidato y la palabra del gobernante.

Una cultura Trump

Manifestaciones en favor y en contra de uno u otro candidato

Llévense a cabo o no esos anuncios lo grave es que influyen y esto es lo preocupante. Es lo que descubre un video que se puede seguir en Youtube en el que se ve un grupo de colegiales que reclaman a grito herido que se construya el muro de separación entre Estados Unidos y México, para librarse de violadores y asesinos mejicanos. En el imaginario de niños como estos, de sus padres y amigos, de sus maestros y vecinos, echó raíces esa visión de los mejicanos. Es lo que proclamó Trump en su campaña, es lo que sostuvo en el despacho del presidente de México. No necesita ser recordada la larga historia de pueblos enteros inferiorizados, perseguidos y esclavizados, como contexto que explica la gravedad de esta posición ideológica y política del nuevo presidente de los Estados Unidos.

La exclusión y satanización del pueblo mejicano hace parte de una política de exclusión que abarca también a los musulmanes, a los migrantes y a los latinos, mirados y clasificados como indeseables para el pueblo de Estados Unidos. Pero no para todos.

Los votantes que el 8 de noviembre optaron por uno de los candidatos a la presidencia representaban dos maneras de pensar radicalmente diferentes: los 60.2 millones que apoyaron a la señora Clinton y los 60 millones partidarios de Trump. Los primeros, tolerantes y comprensivos, abiertos al extranjero y conscientes del valor que para la economía nacional representa el aporte de extranjeros y migrantes; frente a ellos, los que ven en la supresión de los TLC una garantía para el trabajo de los nacionales; la misma razón se da para la anulación de los ObamaCare, de los que piensan como Trump; orgullosos de su país, estos ven con buenos ojos la posibilidad del uso del poder nuclear y de políticas de represión, incluida la tortura, contra los comunistas, enemigos de la democracia. A todos ellos les dio voz y poder el triunfo de Trump.

Fueron dos grupos humanos los que se configuraron en esta campaña electoral. La candidata Clinton tuvo el 88% del voto negro. Trump solo alcanzó el 8%. Entre las personas que votaron por Clinton el 54% eran mujeres; por Trump fueron el 42%. Los hispanos fueron el 62% por Clinton y por Trump el 29%. Pero la gran fuerza de Trump fue el voto de los blancos, que fue el 58%. Trump fue el candidato de una clase media blanca llena de insatisfacción por su situación económica y que ansiaba, después de ocho años de la presidencia de un negro, un cambio. El racismo, que alentaba en el fondo, emergió en esta oportunidad propiciado por el discurso de Trump, que proclamó el regreso de los blancos al poder. Fue lo que la prensa leyó cuando vio llegar a David Duke entre los que acudieron a felicitar a Trump. Duke es el líder del Ku Klux Klan, una organización promotora del poder blanco.

Para esta organización, con sus espectaculares rituales de cruces que arden en la noche y de oficiantes encapuchados y cubiertos con túnicas blancas, hay una motivación religiosa en su persecución a los negros y en su exaltación del poder blanco.

Por estos días las reflexiones sobre el triunfo de Trump se concentran en la pregunta: ¿significa Trump un retroceso en la vida de Estados Unidos y del mundo? ¿O es una coyuntura que permite dejar definitivamente atrás unas políticas que ignoran la dignidad humana?

El comunicado de monseñor Kurtz sobre el nuevo presidente y la entrevista de Scalfari al papa Francisco coinciden: son cautelosos, pero dan una visión clara de lo que significa, como reto pastoral y para los cristianos, la presidencia de Trump.

Es un hecho ambiguo: es la voz de un electorado que puso en evidencia su pensamiento, sus expectativas y sus rechazos; al mismo tiempo dejó ver el estado de un cuerpo social, con sus valores y sus debilidades. Mientras el nuevo gobierno deberá pagar su deuda con los electores, para la Iglesia ha comenzado la urgencia de una acción samaritana. En el nuevo período presidencial se acumularán muchas víctimas que deberán ser curadas. Como nunca, será necesario el bálsamo de la misericordia.

Javier Darío Restrepo

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