Un metro desdichado

Los tejemanejes que se producen en torno al metro para la ciudad de Bogotá son por lo demás expresión de la manera como truculencias políticas e intereses de diverso tenor no claramente explícitos se camuflan en un exceso de palabras sin soportes. Se han hecho tantos estudios de uno u otro tenor, tantas promesas y predicciones acerca del tiempo en el cual se iniciaría su construcción y solo basta que se cambie de gobernante para que nuevamente se cuestione lo que venía siendo implementado y se vuelvan a iniciar estudios; y estudios que valen sumas astronómicas. ¡Qué metro tan desdichado!

Se cambian funcionarios con el paso del poder de un partido al otro y se supone que quienes llegan nuevos poseen la capacidad de entroncar y continuar sin mayores traumatismos. Y eso no es verdad. De allí las dilaciones en el tiempo y el creciente e insoportable deterioro de la movilidad que afecta y oprime fundamentalmente a los pobres; sometidos a toda suerte de incomodidades y a perder horas y horas antes de llegar a sus hogares, o a sus sitios de  trabajo.

Ciertamente, el metro que hemos esperado para Bogotá, desde hace tanto tiempo, no vendrá por muchos años y seguramente, como yo, muchos otros y otras se estarán haciendo la pregunta maliciosa pero no desacertada: ¿Qué poderosos intereses han hecho de este metro una realidad tan desdichada?

La profunda crisis ética que vivimos desafía la coherencia de un laicado cristiano en las esferas del Estado, dadas las maneras como se manejan las obras de grandes inversiones de capital, ante la mirada y el oído impotentes de los ciudadanos. ¡Dios nos guarde! Porque los colombianos parecemos maniatados por la maraña de tantas versiones encontradas, tanto del lado oficial como desde la oposición.

Ignacio Madera Vargas, SDS

Teólogo

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