La corrupción: el peor mal que afronta La Guajira

Denuncias del obispo de Riohacha

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“Uno a veces se expone a terminar antes su misión”. El obispo de Riohacha, monseñor Héctor Salah Zuleta, asegura que la denuncia es una misión eclesial obligatoria. Por eso el pasado 2 de febrero, durante la fiesta tradicional de Nuestra Señora de los Remedios, les habló a los miembros de la clase política de La Guajira sobre la responsabilidad que le cabe a la mayoría en el hambre que ha causado la muerte por desnutrición de miles de niños y niñas wayuu en los últimos años.

“Si me matan me harán una estatua”. Con cierta ironía plantea que, si bien no es eso lo que quiere, preferiría un monumento por haber sido correcto a uno por cuenta de lo contrario. El obispo denuncia la corrupción de quienes se han enriquecido con los recursos económicos que hubieran servido para evitar las restantes calamidades que hoy acucian al departamento. Asegura que si no se hubieran robado los dineros de las regalías, hace tiempo que se hubieran podido perforar pozos o se hubieran podido comprar máquinas desalinizadoras en favor, preferencialmente, de quienes no tienen acceso al agua potable, en medio de la grave sequía que vive el país.

Es de los que creen que los legítimos beneficiarios de los recursos públicos son los pobres; paradójicamente, los más afectados no sólo por la falta de sentido social de sus gobernantes, sino por aquello que el prelado ha dado en llamar “el chip de la legalidad de lo ilegal”.

“Una dinámica perversa”

Mons_hector _salahPara explicar dicha falta de sentido social y el funcionamiento del chip, monseñor Héctor Salah da cuenta de cómo la educación pública se convirtió en un feudo político de los corruptos. Debido al histórico abandono del gobierno central respecto de La Guajira, la Iglesia Católica se hizo responsable de la atención de cerca de 40 mil niños de educación pública. Con el tiempo, según afirma el obispo, algunos funcionarios, entre ellos gobernadores y alcaldes, comenzaron a pedirle comisión a la diócesis de Riohacha a cambio de los contratos. “Cuando nosotros nos negamos, nos comenzaron a sacar (…) De casi 40 mil estudiantes, tenemos (ahora) 10 mil”.

Al decir del prelado, así nació una dinámica perversa, que consiste en la creación de consorcios, organizaciones y uniones temporales que responden al interés de políticos que buscan lucrarse con recursos públicos, en detrimento de la calidad de los servicios que deberían beneficiar a los más necesitados. Estas instituciones no solo ejecutan el presupuesto de la educación pública sino también contratos de alimentación pactados con el ICBF. “Esa es el hambre de los niños”, afirma el obispo. En lugares como Manaure, Maicao o Uribia no hay forma de que los entes de control supervisen las funciones de terceros a los que estas organizaciones delegan la distribución de alimento. Un terreno propicio para el hurto, mientras miles de niños y niñas mueren por efecto de la desnutrición.

La gangrena de un pueblo

“La corrupción es la gangrena de un pueblo”, ha dicho el papa Francisco. Coincide el obispo de Riohacha al comprobar en dicho mal la mayor calamidad que afronta La Guajira. Entre las prioridades de la Iglesia local está el deseo de favorecer a través de educación integral el surgimiento de una nueva clase dirigente.

A unos meses de cumplir 75 años -edad en la cual la Iglesia sugiere al obispo dar un paso al costado para la llegada a la jurisdicción de un nuevo prelado-, Mons. Héctor Salah se siente contento por no haber faltado al compromiso de denunciar lo que está ocurriendo en esta región del país. “Estamos en un ambiente donde eso se respira”, afirma. De ahí la importancia, a su parecer, de que la Iglesia local continúe en la misma línea.

Para una nueva generación

Cristian-Laverde-RodriguezPor todo esto y más, monseñor Salah está convencido de que La Guajira necesita superar la grave calamidad de la corrupción de su clase política formando a una nueva generación de ciudadanos. Consciente de que hacen falta medidas para hacer frente a las urgencias sociales, el obispo se empeña en seguir apostándole al mismo tiempo a la educación pública y gratuita. “En este contexto del año de la misericordia uno tiene que tratar de llegar a las personas buscando la reflexión sobre las calamidades que la corrupción ha producido y, desde luego, el cambio para que se puedan producir o esperar mejores circunstancias para el futuro; por eso hay que comenzar a educar”.

Cuando, debido a la feria de los contratos, comenzaron a cerrarse las puertas para la Iglesia, incluso en aquellos lugares donde la planta física de los planteles le pertenecía, el obispo concibió abrirlas en otro espacio: una biblioteca que la diócesis pretende entregar a Rioacha, con el fin de responder a la urgencia de formar a los niños y jóvenes en otros valores. Si bien no han faltado las dificultades, continúa la brega. Dedica el tiempo que le queda en La Guajira a favorecer el surgimiento de nuevos liderazgos, aunque sabe que no será testigo en vida de la nueva sociedad que sueña.

Miguel Estupiñán

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