La rebelión de Camilo


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Francisco corrige el rumbo con su certeza del poder de los pobres.

A Camilo lo conocí durante la celebración de una misa en un cuartel, en una calurosa población tolimense. Entonces escribí para mi libro Testigo de seis guerras: con las manos juntas, pegadas al pecho, bajos los ojos, inclinada la cabeza y con un gesto de concentración que le arrugaba la frente amplia, aquel joven sacerdote asistió al obispo de Ibagué en una misa frente al Batallón Colombia, como un acólito cualquiera. Tenía esa cándida apariencia de los seminaristas o novicios y al mismo tiempo la desenvoltura y libertad de movimientos de los que saben que están en casa. Tuvieron que señalármelo para convencerme de que ahí estaba Camilo Torres, uno de los sacerdotes más brillantes y famosos del país en ese momento. El único que parecía ignorar su importancia y estatura de personaje era él mismo.

Grupos de bandoleros habían asolado los sectores rurales, asaltaban buses y asesinaban a pacíficos viajeros, allanaban viviendas con incendios de casas y cultivos y la matanza inclemente de sus habitantes.

El Batallón Colombia, con la experiencia y laureles internacionales ganados durante su lucha en Corea, venía a poner orden con ayuda de las armas y de una acción cívico-militar en aquella comarca. Las grandes líneas de esa actividad habían sido trabajadas por un grupo de sociólogos que estudiaban la región y sus conflictos. Entre ellos estaba el padre Camilo Torres y esa era la explicación de su participación en la ceremonia religioso-militar que contemplábamos.

Después lo tuve al frente en un amplio vestíbulo de la ESAP, en su vieja sede frente a la iglesia de San Agustín. Fue una entrevista accidentada, interrumpida decenas de veces por estudiantes, profesores y espontáneos que cruzaban por ahí mientras yo trataba de conocer su reacción frente a las acusaciones que acababa de lanzar el presidente Valencia sobre la infiltración comunista en el clero. Sin un solo dejo de ironía, sin vehemencia, con una serenidad y frialdad de científico, respondió una a una mis preguntas, como si para esa entrevista dispusiera de todo el tiempo del mundo.

15 años después, el mismo brillo en los ojos, la misma pasión, pero en jóvenes sandinistas que encontré en la frontera de Costa Rica con Nicaragua, en vísperas del triunfo de la revolución. De haber creído en la reencarnación habría jurado ver a Camilo reencarnado en esa muchachada revolucionaria.

La imagen y el pensamiento de Camilo recorrieron el continente, motivando rebeldías e impulsando otra manera de ver lo cristiano, algo así como si hubiera escrito el capítulo cero de la Teología de la liberación.

¿Estaban esas ideas en la mente de los cristianos latinoamericanos comprometidos con los pobres? ¿O fueron el ejemplo de Camilo y su discurso revolucionario los que hicieron arder la pradera?

Pudieron ser lo uno y lo otro los elementos que explican el despertar social latinoamericano, el proceso de la Teología de la liberación y la aparición de una nueva conciencia social que avanza con una lentitud que no es de debilidad sino de deliberación y que le da una creciente seguridad. Tal ha sido el proceso de la Teología de la liberación, rodeada de sospechas al comienzo, aparentemente condenada por Roma ayer y hoy en pleno desarrollo.

Camilo aportó lo suyo, su voz se siente en las páginas escritas por Gustavo Gutiérrez como una certeza evangélica con la que era forzoso coincidir y hoy, como apareció en el A fondo del número 129 de Vida Nueva, como un anticipo de las expresiones y pensamiento del papa Francisco.

El Papa coincide con Camilo, pero también corrige. El entusiasmo juvenil de Camilo en Francisco se modera y enriquece con la alegría y seguridad de quien cree en las riquezas de los pobres. A la fe de Camilo en el movimiento político Francisco le corrige el rumbo con su certeza del poder de los pobres que, como un espíritu transformador, son “compañeros de viaje de una Iglesia en salida, son nuestros evangelizadores”.

Para Camilo los pobres son una fuerza que, organizada y orientada, producirán resultados políticos. Camilo cree en la toma del poder “para que en la sociedad impere el amor del prójimo”.

Francisco cree en la dinámica de la misión de la Iglesia. De la comparación resulta que el discurso de Camilo renace en Francisco, pero corregido y enriquecido. Francisco le habría hecho ver que más eficaces que las armas del ELN, son los pacientes y austeros recursos del espíritu.