¿Por qué son honestos los honestos que aún quedan?

Los que están robando miles de millones no necesitan pistolas, sino respetabilidad

La cara oculta del fenómeno de la corrupción. Detrás de los corruptos están los honestos que escogieron otro camino. ¿Cuál es ese camino? ¿Por qué lo escogieron?

Congresistas y magistrados que cotizaron para recibir una pensión de tres millones de pesos hoy están recibiendo mesadas de hasta 17 millones merced a la habilidad para poner las leyes a su favor. Los cálculos del Ministerio de Hacienda indican que esa trampa legal le costará al Estado 20 billones de pesos. La noticia fue otra más dentro de la inacabable serie de relatos sobre latrocinios hechos a los dineros públicos.
Cuando la prensa relató que los contratistas Nule se habían ido para el exterior con los dineros asignados para hacer vías, puentes y carreteras y que dejaban como huella de su paso avenidas destrozadas, vías a medio hacer y deudas sin pagar, la historia pareció ser otra más.
Los informes de la televisión que revelaron lo que parecen ignorar los entes de control, el robo de las millonarias regalías en departamentos y municipios, tuvieron  una arista peligrosa: dejar la idea de que el multimillonario robo se puede hacer impunemente. En Arauca se perdieron 1.7 billones de pesos, en Meta fueron 290 mil millones, en Casanare la cifra espanta: fueron 8 billones y en Huila 2 billones. Las páginas de los periódicos todos los días dan cuenta de hechos como estos hasta el punto de que se pierden las cuentas lo mismo que la capacidad de sorprenderse o de indignarse. “Se están robando el país” exclamó en su titular principal la revista Semana al publicar un informe desolador sobre esta escandalosa enfermedad nacional: la corrupción.
El dato más significativo y preocupante, sin embargo, es que los que están robando a manos llenas no son los ladrones, esos peligrosos delincuentes que asaltan apartamentos, atracan secretarias en las calles o despojan de sus joyas o sus computadores a la gente en los buses. Los que están robando esas increíbles sumas de miles de millones no necesitan pistolas, ni cuchillos, sino respetabilidad. Son gentes de alta posición política y social que roban sin ensuciarse las manos y sin asustar a sus víctimas.
Un exministro utilizó su prestigio, sus apellidos y sus mentiras para apoderarse de un paquete de 145 millones de valiosas acciones que dejan rendimientos de 27 mil millones, y solo 14 años después, acosado por la justicia, las devolvió sin el menor gesto de arrepentimiento o de vergüenza porque a estas horas la corrupción ha adquirido categoría.

En una declaración sobre el tema, firmada en Chile en 1997 por el ex-presidente Eduardo Frei y por obispos de todo el continente, gente de academia, ministros y dirigentes políticos, aparece la explicación del fenómeno: “en una situación de poder,  se multiplican las posibilidades de ejercer la corrupción, debido al cargo que se ocupa o al poder que da el dinero en la sociedad. Así se da la contradicción de que la corrupción es más posible entre aquellos que son menos sancionables”.

Nos preocupa la brecha que existe entre la fe que profesamos y la ética que vivimos. En consecuencia expresamos públicamente nuestra profunda convicción de que el primer paso para superar la corrupción es asumir un estilo de vida sencillo y austero coherente con el Evangelio en que creemos y entender toda responsabilidad pública como un servicio a la comunidad.

Declaración de obispos y expertos en Santiago de Chile, 05-1997.

Pero desde allí, desde las alturas del poder político o económico, la corrupción se ha convertido en costumbre y en parte de la cultura. A pesar de los daños que hace a la economía, a la confianza y a la misma seguridad ciudadana, combatir la corrupción no ha llegado a ser una prioridad. En las encuestas sobre el tema, la prioridad número uno de la ciudadanía es la violencia; la número dos es el desempleo; la corrupción es la número tres.
Un columnista sentencia: “la sociedad reconoce que la corrupción va camino de convertirse en práctica” (Guzman de Hennessey, El Tiempo, 11-03-11). Al conocerse un estudio sobre percepción de la corrupción en el mundo, los editorialistas alertaron a sus lectores: “inquietante, por decir lo menos, el retroceso de Colombia” (El Tiempo, 18-11-09). Se refería al puesto 75 entre 180 naciones. El mismo editorialista confirmaba el dato al recordar que según el barómetro de Transparencia Internacional los sectores de mayor corrupción en Colombia son los partidos políticos, el congreso y los servidores públicos. Otro editorialista lamenta que “no se entiendan sus efectos negativos sobre la efectividad y legitimidad de las instituciones” (El Espectador, 18-11-09). De paso por Colombia un profesor español se admiraba: “el 1% de la población se queda con todo el dinero que entra y que sale. Quiero decir que la corrupción solo favorece a los ricos, debilita el poder económico de los pobres y de la clase media” (A Garrigués, El Espectador, 19-02-11).
Un exconcejal  de Bogotá, periodista e historiador, lo advierte: “además de ser robos a gran escala, la corrupción destruye la legitimidad de la democracia y corroe el ambiente ético en la sociedad y eleva a mandamiento la sórdida regla de que “el que no roba es un pendejo” (J.Carlos Flórez, El Espectador, 20-02-11).
A pesar de esa regla elevada a mandato en la conciencia colectiva, no obstante el carácter de epidemia que ha alcanzado el fenómeno de los corruptos que aparecen hasta debajo de las piedras, en Colombia hay gente honesta.
El taxista que investiga hasta encontrar al dueño de la bolsa repleta de dólares que encontró en el cojín de atrás de su taxi; el tendero que explica por qué debió subir el precio de la leche y del pan; la empleada de servicio que se queda sola en el apartamento mientras la dueña trabaja, y maneja dinero, joyas y objetos de valor de modo impecable; el empresario que cultiva el buen nombre de su negocio, no con trucos publicitarios, sino con la justicia ambiente que ha creado con sus trabajadores y con su clientela; el político que pone su declaración de renta y su contabilidad a la vista de los electores. Son personas, humildes y de escasos recursos la mayoría, que van contra la corriente creada por los corruptos y que se mantienen allí, aferrados a sus principios y convicciones. ¿Por qué lo hacen?
Ante el fracaso de las medidas para sancionar y detener el avance de los corruptos, puede ser más efectivo averiguar por qué son honestos los honestos.

1. Porque distinguen entre el bien y el mal.

Para la gente honesta no hay lugar a confusión, lo malo no puede confundirse con lo bueno y aceptable para todos. En Nuremberg  y en Jerusalem, lugares donde se juzgó a los nazis responsables de crímenes contra la humanidad, fue evidente que la línea que separa el bien del mal estaba casi borrada, o porque alguien había ordenado cometer el delito: un jefe, un partido, o una idea política, religiosa o social. O porque la habían justificado con sofismas como el de reciente expresión en Colombia: “la corrupción es inherente a la naturaleza humana”.
Los honestos  nunca consideran que el mal sea un chiste o un asunto banal. Para ellos es claro que la medida de lo bueno la da el bien que el otro recibe, y la de lo malo, el daño que otro sufre. Hay honestos porque oyen el llamado elemental del cuidado: o sea, velar por los derechos y el bienestar de los otros; el hombre que se arrojó a un caño en Bogotá para salvar la vida de una mujer; o los que descubre la televisión como buena gente porque no lo dudan cuando alguien necesita ayuda, el maestro que va de vereda en vereda con un burro cargado de libros para ampliar los conocimientos y la imaginación de los campesinos; o el colombiano que asombra a Nueva York con su empeño de ofrecer comida caliente por las noches a los pobres. Todos ellos obedecen a esa lógica que distingue con claridad qué es lo bueno y qué es lo malo. Ellos no tienen confusión alguna al respecto.

2. Los honestos tienen la mirada larga.

Ven más allá de los efectos inmediatos de sus acciones. Los premios que periódicamente se dan a líderes comunitarios, a ciudadanos ejemplares, a mujeres admirables, proveen a la sociedad de ejemplos. Son personas que no se quedan en los resultados inmediatos de sus acciones porque tienen la ambición de crear futuro. Son lo contrario de los corruptos que viven de lo inmediato.
Cuando el primer efecto es la riqueza, o el prestigio, o el poder, el pragmático y con él el corrupto, eso es lo que busca y lo que toma. El honesto va más allá porque ha desarrollado una visión amplia del por qué y el para qué de sus acciones. Al corrupto se lo detecta fácil por su avidez por el provecho inmediato; el honesto subordina el provecho inmediato a los principios que le descubren efectos y posibilidades a largo plazo.

3. El honesto se aprecia.

Valora su condición humana, ha acumulado un profundo respeto por su propia persona. Anota Adela Cortina que “la moral  requiere comportarse consigo, una convicción coherente y arraigada de lo que es un hombre”. La deshumanización, por el contrario, es una pérdida de fe en lo humano y esta es la explicación de la propagación de la corrupción con la celeridad eficaz de una peste.
En una palabra, hay honestos porque hay gente que se respeta y tiene un compromiso de dignidad consigno misma.

4. Son honestos porque para ellos cuenta el Otro.

Sus derechos, su dignidad, el respeto que se le debe y el interés por el otro son a la vez estímulos para la honestidad y defensa contra las embestidas de las prácticas y argumentos de la corrupción.
Georg Devereux habla de un ejemplar humano común en el mundo de hoy, que representa lo contrario del honesto. Los llama los esquizoides y los describe: “impersonales en sus relaciones, de fría objetividad, indiferentes en lo  afectivo, sin sentimientos ni compromiso en el mundo social”. Por su parte Ignacio Ramonet se refiere a ellos como “átomos infrahumanos, vacíos de cultura, vacíos de sentido y vacíos del sentido del otro”. El mundo los vió a comienzos del siglo cuando colapsaron en Estados Unidos poderosas compañías como Enron o Worldcom por el saqueo a que las sometieron ejecutivos de un perfil radicalmente contrario al del humano abierto al otro. En la corrupción desaparece el sentido del otro, o a lo sumo se lo tiene en cuenta como instrumento, o medio para un fin. Los seres humanos honestos explican su actitud porque para ellos existe e importa el otro.
Es difícil saber si hay honestos suficientes en Colombia para que el país no perezca. Se sabe sí que la calidad humana que le queda al país la han acumulado ellos. Por eso, multiplicarlos es un asunto de supervivencia nacional, como la conservación del agua, del aire limpio o de la libertad. VNC

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