¿Cómo prevenir los abusos sexuales en la Iglesia?

ilustracion-proteccion-nino(Vida Nueva) El informe sobre la pederastia en el clero irlandés ha reabierto un herida que urge atajar. ¿Cómo? José Ramón Romo, sacerdote operario diocesano y José María Fernández-Martos, rector del Colegio Mayor Comillas, aportan posibles respuestas ante esta inquietud.

Acompañamiento, formación y transparencia

jose-ramon-romo(José Ramón Romo Sánchez-Heredero– Sacerdote Operario Diocesano y párroco de Gamonal-El Casar de Talavera,Toledo) A lo largo de mi vida sacerdotal, he entrado en contacto con otros sacerdotes, religiosos y religiosas que han sufrido problemas emocionales, alcoholismo, drogadicción, abusos sexuales… Algunos traspasaron los límites de la ley y se enfrentaron a la justicia. Hoy me pongo a escribir unas cuantas palabras porque me siento comprometido con ese lado oscuro, doloroso, del ministerio y de la vida consagrada.

La primera palabra es transparencia. Algunos casos en la historia reciente de la Iglesia tienen un denominador común: el silencio culpable. La tentación infantil de cerrar los ojos para no ver y, por tanto, para borrar la realidad ha desembocado en fúnebre connivencia y más graves daños, en la enfermedad y, a veces, el escándalo. Los casos de los Estados Unidos, sobre todo en la archidiócesis de Boston, algunos en la vecina Portugal, los de Irlanda y algún otro reciente en España son exponentes de ese silencio que termina siendo cómplice.

La segunda palabra es formación. ¿Será necesario recomendar que el discernimiento en el seminario mayor atienda los posibles casos de abusos sexuales de los candidatos en su entorno familiar? Y si hay causa, hay que ponerse en manos de profesionales que hagan un diagnóstico sereno y honesto. 

La formación requiere un contexto pastoral en el seminario en el que la vida de fraternidad, la comunicación personal con los formadores y en el pequeño grupo, sean características normales. En el que la misericordia del Señor cale en la experiencia y sea sanadora, y no una excusa para seguir sin darse a conocer.

En nuestro mundo, que percibimos día a día con una gran carga erótica y consumista, el sacerdote tiene que recibir una conformación de la propia afectividad a semejanza de Cristo Pastor, que le ponga en relación abierta y a la vez protegida con el mundo y con las gentes. 

La tercera palabra es aprender a cuidarse. A veces puede ocurrir que el sacerdote joven es enviado al medio rural (por cierto, sin mayor formación para ese mundo), lejos de la ciudad, de la familia y de los amigos y amigas. A veces puede ocurrir que este joven sacerdote tiene tantas actividades que no le queda tiempo ni para descansar. 

En la vida del sacerdote hay una palabra clave que dará fidelidad, disfrute y ánimo al ministerio: autocuidado. Empezando por lo espiritual e intelectual, siguiendo por la salud física y psíquica, y terminando por el cultivo y gozo de la amistad y las propias aficiones en tiempos adecuados de descanso consciente.

Una última palabra, acompañamiento. Los programas de formación permanente necesitan hoy más que nunca desarrollarse en un plan amplio que se interrelacione: la pastoral familiar, la pastoral con los jóvenes y pastoral de las vocaciones, la formación básica en el seminario mayor y la formación continuada en el ministerio.

Específicamente, el acompañamiento espiritual. Entrar en la mirada del Padre, respirar el ambiente del Espíritu, dejarse guiar por la Palabra del Pastor para recomponer una historia que ya no existe quebrada en múltiples pedazos que a veces se dañan y se asfixian. Un proceso en el que el/la guía espiritual tiene una palabra de ayuda para pasar del daño a la salud y de la salud a la fecundidad, es decir, a la misión.

El acompañamiento de los compañeros. Saber escuchar y saber contrastar. El silencio clerical es una de las pesadas losas que el sacerdote joven tiene que cargar, y no debiera ser así. A veces ocurre que en los grupos de sacerdotes se insiste en que lo mejor es callar, que nadie sepa nada. Hay sacerdotes mayores enfermos que podrían dar testimonio de lo que digo.

Por último, el acompañamiento de obispos y superiores. Nuestros obispos tienen un deber principal: el cuidado de sus hermanos sacerdotes. Ellos han de vincular continuamente a sus hermanos con la institución, y lo han de hacer sobre la base de la comunicación, la colaboración y el discernimiento. 

Iglesia, pastores y comunidades tienen la responsabilidad de saber conjugar las palabras que he subrayado. Seguramente se podrían evitar muchos casos de abusos, de dolor, y convertirlos hacia la esperanza y el gozo del Señor resucitado.

¿Cómo prevenir?

jose-mc2aa-fdez-martos(José María Fernández-Martos, sj- Rector del Colegio Mayor Comillas) Qué debe hacer la Iglesia para poner coto a la pederastia eclesiástica? ¿Mejorar la formación humana y espiritual? El 20 de mayo, conocimos las abrumadoras conclusiones de la Comisión de Investigación sobre Abuso Infantil en Irlanda. Las estimaciones más fiables (Plante, 1999) dan menos de un 2% de sacerdotes implicados en pedofilia. El dato no resta la enorme gravedad -“crimen anormal” lo llama el Papa-, sino que la agrava. Un número porcentualmente no tan elevado daña de manera incalculable la fiabilidad de todo el clero y de religiosos a costa del abuso brutal en niños y preadolescentes que se les han confiado y que quedan dañados de por vida. En lo económico, hay diócesis que han pagado más de mil millones de dólares. 

Mis sugerencias serían válidas para toda la formación afectiva:

En la selección y admisión de candidatos:

  • La vida religiosa y sacerdotal no pide un “minus” sino un “plus” de salud mental. Generosidad de por vida, acogida de toda clase de personas y situaciones, celibato, recortes de la libertad, tolerancia sana de la soledad, no son para espaldas blandas.
  • No aceptar a quien no encaja con holgura en el mundo civil (raros, de escasos amigos, repetidores impenitentes, metidos en lo suyo, huidores del mundo).
  • No aceptar a “dudosos” porque “lo quieren y son buenos”. Jesús rechazó a éstos (Mc 5, 18). San Ignacio de Loyola aconseja: “Mire quien ha de recibir que la caridad particular no perjudique a la universal, que siempre debe preferirse como más importante para la gloria y honor de Cristo Señor” (Const., 189). Uno solo, dañado, descalifica a muchos.
  • No aceptar a nadie con experiencias traumáticas de abusos sexuales y afectivos familiares o similares, a manos de adultos. Suelen reproducirlos de maneras patéticas.

En la formación:

  • Desentrañar a muerte el “Veníos conmigo y así os haré pescadores de hombres” (Mc 1, 17). Las grandes cumbres se escalan desde el enamoramiento por la cima y el descubrimiento alborozado de la perla preciosa. El formando que no ha tenido esta experiencia fundante o no responde cotidianamente a ella, no vale, y acabará por extraviar en lugar de ayudar. Se requiere gente capaz del don total de su vida (Pastores Dabo Vobis, nn. 42 y 46).
  • Recabar un informe de personalidad apoyado en técnicas proyectivas -no simples cuestionarios- que muestran el hondón de la urdimbre afectiva. Cuarenta años de psicoterapia me mostraron espléndidas fachadas, carentes de sala de estar o cocina.
  • Formar y sondear las capacidades de comunicación. Se necesita gente capaz de vivir con otros. Sobran raros. La veneración sacral y la distancia del ministerio ha desaparecido, tensando la dificultad de brindar amor cercano a todos sin enredarse.
  • Formar en la libertad. Santo Tomás y Suárez llaman al celibato “status libertatis“, frente al “status coniugalis“. Hay “buenos seminaristas y religiosos” que, dejados a su aire, se pierden en el primer chat de Internet que les encabrita y degenera.
  • El celibato es místico o es garabato de hormonas y contención ridícula. Formar “gentes de oración” no es igual a “gente piadosa”, es “dedicarse a Él en cuerpo y alma” (1 Cor 7, 34). Pastores Dabo Vobis dice: “Formarse para el sacerdocio es aprender a dar una respuesta… a la pregunta fundamental de Cristo: “¿Me amas?” (Jn 21, 15).
  • Desechar a quienes se asientan en “pactos a la baja” y en la “mediocridad”. Un hilo basta para retener a la paloma. Decía Benedicto XVI: “El verdadero fundamento del celibato sólo puede quedar expresado en la frase: Dominus pars (mea), Tú eres el lote de mi heredad. Sólo puede ser teocéntrico. No puede significar quedar privados de amor; debe significar dejarse arrastrar por el amor a Dios y luego, a través de una relación más íntima con Él, aprender a servir también a los hombres” (22/12/2006).

La Iglesia como institución: Benedicto XVI señaló el itinerario a los obispos irlandeses en la visita ad limina de 2006: establecer lo ocurrido, tomar medidas para que no se repita y asegurar la justicia y la reparación de las heridas de “todos los que han sido golpeados por estos crímenes anormales”.

Para los cristianos: valga lo de Ignacio de Antioquía: “Lo que necesita el cristianismo cuando es odiado por el mundo, no son palabras persuasivas, sino grandeza de alma”. Preguntarse humildemente: estos escándalos gravísimos dañan la imagen social de la Iglesia, ¿cuánto dañamos otros su vitalidad y congruencia con la extendida termita de la vulgaridad y el ir pasando de los muchos?

En el nº 2.663 de Vida Nueva.

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