(Juan Rubio– Director de Vida Nueva)
Recientemente tuve un momento hipnótico mientras visitaba la exposición denominada “santas y pecadoras” que cuelga sencilla y provocadora en los muros del viejo templo del Olivar en el corazón de Madrid, organizada por el grupo “vigías de largas distancias” y la artista brasileña Susan Mowbray. Es una muestra hecha de trazos negros sobre blanco níveo. Junto a los autógrafos de Lope de Vega y Cervantes que esta parroquia dominica guarda entre sus legajos, se levanta esta nueva firma. Es una muestra de caras diversas con miradas absortas, perdidas; rostros sobrecogedores recogidos en el metro madrileño. Mujeres con sus mantos de flores y espinas; mujeres bíblicas, mujeres míticas, mujeres que te esquivan la mirada. La última de ellas es la única que mira a la cara, pero no a la cara del visitante, sino a la cara de una imagen de Cristo. Me pareció el rostro lívido de una joven adolescente sentada en la sala de espera de una clínica y a punto de entrar para que le practiquen un aborto amparado por la ley. Mientras tanto, sus padres, que la creen en el instituto, siguen tan tranquilos devanando su vida. Recordé a Mario Benedetti, muerto ese día: “¿Qué les queda por probar a los jóvenes? Sobre todo les queda hacer futuro a pesar de los ruines del pasado y los sabios granujas del presente”. Llevaba un manto de flores y de espinas, como su drama mismo. Nadie ha escuchado a la joven. Todos han decidido por ella. Sólo le queda la mirada atenta para Cristo que abre sus brazos ante su dilema. A la joven le asoma por los labios el poema del nobel uruguayo: “Es tan lindo saber que usted existe; uno se siente vivo”. La joven tuvo aquí otra respuesta que trasciende la ley.
Publicado en el nº 2.661 de Vida Nueva (del 23 al 29 de mayo de 2009).