¿Fue mejor cualquier tiempo pasado?

(Juan Rubio– Director de Vida Nueva)

Asoman por doquier centenarios, aniversarios y fechas a recordar con tal frecuencia que el fenómeno merece que uno se detenga a pensar lo que mueve esa desmesurada atención al calendario. Hay celebraciones que entran con calzador creyendo los organizadores que el recuerdo del pasado es la mejor forma de movilizar al personal en el presente. Hay quienes se afanan en viejos archivos, husmeando legajos a la caza y captura de una fecha que justifique el evento que se organiza para la conquista del mercado espiritual en estos tiempos de vacas flacas en los que tanto se mira la cantidad, los templos llenos y la masa celebrativa, como si la levadura, lo poco, lo escaso, no contara. Cuando lo que alienta es la mirada agradecida a las fuentes en donde se escancia el vigor que hizo posible la institución, sea bienvenida la efeméride. Cuando lo que prima es el recuerdo cargado de añoranza porque somos incapaces de poner a trabajar la imaginación, entonces hay que preocuparse. Nos entretiene el baile entre la añoranza y el desafío y usamos el pasado más como sofá que como trampolín. Hay un pasado que se fue para siempre, pero hay un futuro que todavía es nuestro. Tiemblo cada vez que se anuncia un aniversario. La agenda serena, con objetivos claros, con medios y largos plazos, con talante de la mejor pedagogía evangélica es más complicada de elaborar. Es menos espectacular, se hace con gotas diarias de trabajo lento y esperanzado, sin voces catastrofistas. La fe siempre rompe horizontes y conforma nuevas formas de trabajo. En la Iglesia, los aniversarios están bien acotados y en las agendas debe ser más importante la hondura que la cantidad.

Publicado en el nº 2.660 de Vida Nueva (del 16 al 22 de mayo de 2009).

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