Luis Alberto Gonzalo: “Estamos ante la encrucijada más compleja que debe afrontar la vida consagrada”

L.A. Gonzalo Díez, CMF

“El gran reto de nuestro momento histórico para la vida consagrada no es otro que crear espacios de comunión para crecer, celebrar, esperar y anunciar. Ahí está el mirador privilegiado de un porvenir para el que ciertamente nos faltan apoyaturas reales, más allá de los buenos intentos de voluntarismo que aunque conscientes de su efecto placebo o de entretenimiento, seguimos practicando“. Así ha comenzado su ponencia el claretiano Luis Alberto Gonzalo Díez en la 53º Semana para Institutos de Vida Consagrada, que ha tenido lugar este jueves bajo el título ‘¿Es posible un nuevo paradigma de comunidad? Luces y sombras en el camino’.



“Nos jugamos todo a una carta que se llama comunidad, espacio de vida compartida con arte, ligereza y vida de calidad. En esa búsqueda estamos y quizá nos estemos perdiendo, valga la redundancia, en las innumerables herramientas de búsqueda que nuestro momento cultural nos ofrece”, ha advertido el religioso, reconociendo que “es indudable que nuestro tiempo tiene distracciones y en no pocas ocasiones nuestras instituciones contribuyen a crearlas por no situarse en la verdadera urgencia y atender a clamores impostados, artificiales y, por supuesto, deudores de efímeras tendencias del momento”.

“Estamos ante la encrucijada más compleja que debe afrontar la vida consagrada: configurar comunidades que celebren la vida, expresen vida, disciernan y sean anuncio de un carisma que está vivo”, ha continuado. “Comunidades que han de ser intergeneracionales, pero no para vivir encasilladas en otro siglo; han de ser interculturales para no dar por supuesto ni patrones comunes de comprensión y visión, sino un horizonte nuevo de globalización”.

“Los sentimientos han de escucharse”

Por ello, considera que “han de ser espacios comunitarios habitados por hombres y mujeres del siglo XXI (somos todos) que, sobre todo, en sus edades intermedias proceden (procedemos) de una comprensión de la individualidad que choca frontalmente con los principios clásicos de la comunidad”.

Por último, Díez ha subrayado que “es indudable que los sentimientos han de escucharse”, ya que “cuando la persona consigue expresar lo que siente es ya un triunfo”, con el que, sin embargo, la comunidad “no debe conformarse”. “Ha de ejercitar el crecimiento y la razón para que los sentimientos se sitúen en adecuada correlación con el proyecto vital, la visión y la misión de la comunidad”.

“Este crecimiento no es posible, a mi modo de ver, sin el horizonte iluminador de un liderazgo que de manera real y cordial haga una opción por las personas, antes que por las obras; por las situaciones humanas antes que por las coyunturas funcionales”, ha aseverado. “Si este ejercicio de liderazgo no adquiere responsabilidad en el acompañamiento del crecimiento y cuidado de las personas, la comunidad puede ser una obra de teatro, en el mejor de los casos comedia, en la que los consagrados serán solo personajes. Actuarán mientras dure la función, pero indudablemente colgarán sus atuendos siempre que vayan a descansar o se decidan a ser ellos mismos”.

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