José Cobo: “La Cuaresma es el tiempo propicio para abrirnos a la mirada amorosa de Dios”

El cardenal arzobispo de Madrid ha presidido la misa de este Miércoles de Ceniza en la catedral de La Almudena

Jose Cobo

“Volver a iniciar un camino cuaresmal tiene que ser ilusionante. Haremos nuestra la Cuaresma y sentiremos su oportunidad si descubrimos lo que nos ofrece: la conversión, más entendida como la renovación”. Con estas palabras ha comenzado su homilía el cardenal José Cobo, arzobispo de Madrid, que ha celebrado la Eucaristía de este Miércoles de Ceniza en la catedral de La Almudena.



De esta manera, el cardenal ha expresado que en este tiempo “algo distinto tiene que despertar en nosotros”, ya que “la conversión” significa “dejarnos mirar con una mirada que enamore. Esa que Cristo tiene permanentemente por cada uno de nosotros”. Además, la conversión propine un “cambio de rumbo en la vida” para “crecer, no en clave de desarrollarse para ir a más, sino que también es madurar y despojarse de cargas y prioridades diversas en cada momento de la vida”.

Por eso, la conversión no es otra cosa sino “despojarse”, según el cardenal, “de los fondos reservados que todos tenemos en el fondo de la vida, de esas pesas que se esconden siempre y que nos acompañan en muchos momentos de la vida”. En este sentido, la ceniza, ha explicado, “nos hace caer en la cuenta del tiempo que tenemos y vivimos. Tirar la toalla o grabarse ceniza. Esa es la opción. No se trata de hacer cosas solamente: es dejar que la ceniza se grabe en lo oculto de nuestra vida.

Así, el cardenal ha recordado que en este tiempo “nace la sinceridad” de intentar responder a ciertas preguntas que son fundamentales. “¿Estoy viviendo la vida que quiero vivir? ¿Me relaciono conmigo mismo con la valoración que Dios me tiene? ¿Qué se llevan los demás que forman parte de mi vida?, ¿Qué se llevan alegría o frustración y queja permanentes?”. Y, para responderlas, “la conversión profunda nace de la convicción de que podemos vivir lo de siempre, pero desde otras perspectivas. La realidad externa no la podemos cambiar, pero nuestra forma de acogerla sí”.

“Es Jesús quien nos rescata”

La cuaresma es el tiempo “de descubrir las incertezas, las mentiras, y abrirnos a vivir cada vez más en la libertad que nos hace libres. Necesitamos convertir la mente —ampliando la lucidez—, el corazón —el amor— y el cuerpo —activando la vitalidad—”. Por ello, “es toda una provocación gravarse la ceniza confesando que somos mediocres, pero así invocamos la misericordia de Dios”.

En un mundo que olvida a Dios, ha señalado, “nosotros queremos poner a Dios en su lugar y comprometernos a no ser dioses. En este punto, la ceniza nos abre los ojos ante ‘tanta violencia personal, por no escuchar al Evangelio, por tanta omisión y descarte de lo más pobres'”. Y lo hacemos, ha reconocido, sabiendo que “estamos manchados allí donde fuimos ungidos en el bautismo. Con el tiempo nuestra unción se ha ido manchando y borrando con cenizas y restos de demasiados olvidos y pecados”.

No obstante, la Cuaresma también tiene remedio “porque es Jesús quien nos rescata. Él va por delante y nos convoca a la Pascua. Ahí nos lleva a preguntarnos a dónde quiere que vayamos. No a dónde queremos ir”. Así ha pedido que no olvidemos que “para ir con Cristo es necesario enterrarse, y si no nos enterramos no nos hemos enterado. La semilla tiene que estar debajo de tierra”.

Y así, la conversión tiene un valor que la expresa y la visibiliza: “Este es un tiempo favorable para reavivar nuestras relaciones con Dios y abrirnos a la mirada amorosa de Dios y rompemos las cadenas del individualismo. Entonces redescubriremos, a través del encuentro y la escucha, quién es el que camina a nuestro lado cada día, y volveremos a aprender a amarlo como hermano o hermana”.

Ayuno, limosna y oración

Los medios que nos ofrece el Evangelio de hoy, el ayuno, la oración y la limosna “tienen como objetivo activar de forma renovada esas dimensiones que nos configuran”. El cardenal ha recordado que el ayuno nos recuerda que tenemos cuerpo. “Nos recuerda esa bendita sensación de tener hambre y sed, de sabernos incompletos, limitados, esa hambre y sed que son camino de la Bienaventuranza”.

Por otro lado, la oración incide en el corazón. “En el escuchar permanentemente que tenemos un Dios que es Padre, que nos ama con amor eterno, que nos ha creado, que nos conserva la vida, que ‘en él vivimos, nos movemos y existimos'”.

Por último, la limosna “nos activa la mente, nuestra capacidad de comprensión de que somos esencialmente relacionales, que no somos sin los demás”. El cardenal ha concluido asegurando que “un año más se nos ofrece un tremendo regalo: el de encontrar la novedad de lo que Dios sueña que vivamos. Que la ceniza nos recuerde el fuego que Jesús viene a prender en nuestros corazones”.

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