‘Malinche’: el Bautismo de América bajo el foco

Un grupo de esclavas indígenas entran en escena. Avanzan lentamente en la penumbra. Con vestiduras blancas. Al momento, son despojadas de las sogas que las mantienen cautivas. Van pasando bajo una cascada donde son bendecidas por un fraile. Entre ellas, una joven. Malinalli Tenépatl. Malinche. La Malinche. A partir de ese momento, doña Marina.



El clérigo arranca un canto: “Hoy te bautizó en el amor de los cristianos”. Todos le siguen. Y el público contempla a las que se considera icónicamente  las primeras mujeres cristianas que hubo en la Nueva España. Es el bautismo de América. Con la canción México, grande y libre como estandarte en la que se entona cómo los que llegaron del otro lado del Atlántico, “hablan de amor y compasión, con la escopeta y la oración”.

Al menos así lo retrata Nacho Cano, cabeza y corazón de Malinche, el musical que estrenó el 16 de septiembre en Madrid después de doce años de trabajo. Para el alma del grupo Mecano, esta escena marca el antes y el después de la historia del Continente. De la esclavitud a la liberación. Del sacrificio humano al respeto a la vida. Del politeísmo a Jesús. De ser objetos a ser humanos, a reconocer que tienen alma. Y dignidad.

Durante tres horas que vuelan como si fuera media, el espectador navega por la colonización sorteando leyendas negras genocidas y blanqueamientos de unos y de otros, para reivindicar la diversidad y fraternidad que selló la relación entre aquella náhuatl y Hernán Cortés. Y es que su primogénito Martín se erige hoy en símbolo del mestizaje racial, que no solo fue reconocido con su apellido, sino que acabaría siendo comendador de la Orden de Santiago. Y ella, más que la traductora de Cortés y Moctezuma se erige como mediadora entre dos culturas.

Un relato supervisado

Todo a través de un despliegue titánico que incluye el mayor escenario de Madrid levantado en una carpa en Ifema con más de 1.000 butacas que permite contemplar una escenografía de órdago con una pirámide, un barco, cascada… Una escenografía e iluminación envolvente que realza las melodías y la interpretación, ya sea a ritmos pop o aflamencados, con artistas de la talla del coreógrafo del espectáculo Jesús Carmona –Premio Benois de la Danse– y de Olga Llorente, premio nacional de Danza. El otro aval entre bambalinas es Javier Navares, director de actores del musical, considerado el mago de este género en nuestro país, que además da vida a un embaucador gobernador de Cuba, Diego Velázquez de Cuéllar.

El guión no pretende ofrecer una lección de historia milimétricamente relatada, pero tampoco una versión naif de lo ocurrido hace cinco siglos. Eso sí, para bandear los aguijones revisionistas, el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) de México ha supervisado el relato de la mano de un grupo de investigadores. Es más, la obra cuenta incluso con la bendición de Beatriz Gutiérrez Müller, historiadora y esposa del presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, que conoció el proyecto de primera mano en un largo almuerzo con Nacho Cano.

La madre del mestizaje

“Queremos dar la visión de que, en medio de un desastre, nace el regalo de la diversidad”, entona Amanda Digón, que alterna el papel protagonista con Andrea Gallardo, que sustituye a Chanel Terrero, la representante española en Eurovisión que ha dejado el espectáculo tras su tercer puesto en el festival. “Malinche fue la madre del mestizaje –apunta Amanda–, es la mujer más empoderada que he protagonizado hasta ahora, porque, aunque no te lo creas, en los musicales todavía hay muchos clichés y los personajes femeninos no suelen tener tanto carácter. Malinche es de armas tomar”.

Con esta premisa, verbaliza lo que siente cuando se mete en la piel de la indígena en el instante del bautizo: “Yo, como Malinche, veo esa escena con miedo. Imagínate ver a un montón de gente llegar con cruces que son aparentemente un símbolo de muerte y con incensario… Te imaginas lo peor, o lo que les ha pasado a otros esclavos antes que a ti, que te van a sacrificar para ofrecerte a un dios. Pero, de repente, te sumerges en el agua y eres alguien nuevo”.

Y en este despliegue, ¿qué papel tiene el hecho religioso? La identificación que los mesoamericanos hacen de Hernán Cortés con Quetzalcóatl se muestra en el musical como el punto de partida que permitió a los misioneros mostrar, a partir de la gran deidad de Cholula, el rostro de Cristo. Se lo anticipa una profetisa a Malinche a mitad de la obra: “Moctezuma sabe que el regreso del Dios de la Creación supondrá el fin del imperio”. Y lo rubrica una de las moralejas del guión que Nacho Cano pone en boca de Cortés y al que le sigue una ovación de la platea: “Jesús muere en la cruz para salvar al mundo entero”.

Dos frailes protagonistas

Junto al mensaje redentor, dos son los eclesiásticos que reparten juego en la obra. Por un lado, fray Bartolomé de Olmedo, mercedario nacido en la localidad vallisoletana que se apropia de su apellido y que ha pasado a los libros de historia como el religioso que celebró la primera misa en territorio mexicano, al ser la mano derecha de Cortés, responsable de las negociaciones y misiones diplomáticas.

Por otro, fray Jerónimo de Aguilar, el clérigo que llegó a América con Pedro de Valdivia y acabó como prisionero de los mayas durante ocho años.  Tras ser liberado por Hernán Cortés, sirvió de intérprete entre los españoles y los pueblos originarios.

En un montaje que no nace con un fin confesional ni presume de botafumeiro, Bartolomé y Jerónimo vienen a dejar entrever la convivencia entre dos miradas eclesiales con fronteras difuminadas que todavía perduran hoy. Aquella que, bajo la bandera de la evangelización, acaba vinculándose al poder y se deja deslumbrar por el otro. Y esa otra Iglesia misionera que se incultura, que se hace una con aquellos con los que convive. Todo, enmarcado en el contexto de una fusión de hierro forjado entre corona, patria, política y religión, que interpela sobre el ayer y el hoy del anuncio de la Buena Noticia.

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