Paloma Blanc, madre de nueve niños: “Hacemos turnos para ir a misa”

La de Paloma Blanc (Madrid, 1979) es una casa abarrotada, un paisaje de esquinas repletas por pequeños agitadores que juegan al Monopoly en la terraza, que comen sándwiches en la cocina, que al ducharse hacen vibrar los altavoces y que se pelean para después quererse. Por calcetines, por libros de texto, por réplicas de superhéroes de Marvel. No es Bonnie Hunt en Doce en casa. Sí una madre española de nueve niños.



Una influencer de la maternidad que primero fue blogera, después instagrammer y que entre medias publicó un libro. Siempre bajo la misma firma: 7 pares de Katiuskas. Por todo eso y más, el 26 de enero recogió el Premio Ángel Herrera en la categoría de Valores e Influencia en Redes Sociales, unos galardones promovidos por la Fundación San Pablo CEU.

Su trayectoria como madre fue fulgurante. Comenzó a salir con su marido a los quince, se casó en cuarto curso, aún alumna de Comunicación Audiovisual en la Universidad Complutense de Madrid, y fue madre en quinto, una vocación asumida desde siempre. “Lo tenía clarísimo desde niña. Vengo de una familia de ocho hermanos, mi marido [Guillermo] son seis, pero nunca me hubiera imaginado tantos: cuando nos casamos hablábamos de cinco y nos parecía una burrada”.

El nick, como el pronóstico inicial de hijos, pronto quedó obsoleto. “Todo empezó cuando tenía siete hijos, cuando lo que estaba de moda eran los blogs. Una madre de siete hijos, luego ocho, luego nueve, genera mucha curiosidad por saber cómo se organiza, si es feliz dentro del caos en el que vive”. Lo que comenzó con entradas acerca del número de lavadoras, de los litros de leche comprados para un regimiento infantil, ha terminado con 155.000 seguidores en Instagram.

Perdí el norte

Sin embargo, no siempre supo gestionar la popularidad como lo hace ahora. Se sintió engullida por los 7.000 seguidores que acumuló a los dos meses de abrirse el perfil. “Al poco tiempo se me fue mucho la olla. Me obsesioné con la cuenta, con los likes, con las fotos. Las redes sociales crean mucha adicción y creo que el ego te va comiendo poco a poco. Perdí el norte. A mi me encanta decirlo porque hay que estar, pero hay que saber estar también”.

Sucedió en 2016, cuando se dio cuenta de que “el centro de mi vida, que siempre es y ha sido Dios, mi marido y mis hijos” pasó a ser “yo y mis seguidores”. Pronto recapacitó y cambió de registro, un aprendizaje que acometió desde la naturalidad y no desde el trauma. “Soy una madre de familia numerosa que se ríe de la vida y que le gusta su vida, que puede ayudar mucho a otras madres que lo están pasando peor en ese proceso. Volví, pero haciendo un uso mucho más razonable de mi cuenta”.

Se refiere a las madres que la siguen, que ven en ella un aliento para continuar. “Las redes sociales generan una empatía impresionante. Aunque yo no conozco a las personas que me escriben, nos une una confianza especial, porque tú no estás enseñando un producto, sino un tipo de vida. Se genera una relación un poco familiar, una unión de mucho cariño”, cuenta una mujer que, como el gol de Iniesta, “ha animado a tener más hijos” y sabe de “personas que se habían planteado abortar y no lo han hecho”. Algo que considera “gasolina de la buena” y que la “ayuda a seguir”.

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