El carisma comparte techo: así son las comunidades mixtas de laicos y religiosos

Antes de que el papa Francisco convocase un sínodo dedicado a la sinodalidad, esta ya se vive de forma muy concreta, desde agosto de 2015, en la comunidad escolapia de Salamanca. A la misma mesa se sientan a diario el rector de esta, Manel Camp, con tres religiosos más y el matrimonio formado por Esther Morales y Santi Casanova con sus tres hijos: Álvaro, Inés y Juan.



Es una “comunidad conjunta”, que ha realizado un intenso camino y ha sobrevivido a unas cuantas obras y una pandemia. Hace ya seis años, la nueva provincia escolapia de Betania apostó por desarrollar esta experiencia que se había concretado en otras demarcaciones, en sintonía con la fraternidad laical vinculada a la congregación. En uno de estos grupos surgió la disponibilidad del matrimonio para formar parte de este proyecto.

La presencia calasancia en Salamanca lleva adelante un colegio con internado, una serie de viviendas hogar para jóvenes con dificultad, la escuela de Formación Profesional Lorenzo Milani o la Fundación Mil Caminos de “economía ecosocial”. En esta diversidad de frentes, la comunidad en misión compartida anima toda esta rica y variada realidad escolapia. Así, tanto el matrimonio como los religiosos trabajan directamente en las diferentes obras.

La tarea de la comunidad conjunta –explica Casanova– es “participar en la vida de las tres obras, cuidarlas, cuidar a las personas, ser de alguna manera el centro de la presencia de la comunidad cristiana, animar todo lo celebrativo, ofrecer posibilidades de acompañamiento”, además de desarrollar los propios trabajos: como profesores, dirigiendo las casas de acogida, atendiendo a migrantes o incluso una quesería en un pueblo de Salamanca.

Más allá de la comunidad, hay también otras realidades en las que religiosos y laicos trabajan codo con codo, como “un equipo de misión compartida con profesores y educadores desde el que crecer en la fe quienes sienten un mayor compromiso, los grupos extraescolares de la pastoral juvenil…”, apunta Santi Casanova.

Camino compartido

Además de la implicación misionera, la sinodalidad se vive también en la vida comunitaria. Para Camp, esta fórmula aporta “frescura” a la vida comunitaria y a la propia misión carismática. Y es que una clave de este proyecto es que, cuando se dio el paso por parte de la institución, la comunidad prácticamente comenzó de cero, con nuevos religiosos y el traslado de la familia desde Madrid. “Frente a la tentación de hacer que los laicos se adapten a las estructuras y los ritmos clásicos de los religiosos, mutuamente unos se han adaptado a los horarios y los ritmos de los otros”, destaca el rector.

Para el religioso escolapio, estar en una comunidad así “ayuda a ampliar el horizonte, es un impulso para centrar la mirada en la misión y enriquece la propia mirada de los religiosos, que aprenden de las relaciones personales que se establecen en la vida matrimonial y familiar”, llegando incluso a suponer una llamada a la fraternidad más radical que la que los propios religiosos esperan.

Para Esther Morales, formar parte de una comunidad así implica, para los laicos y para los religiosos, un “cambio de cultura y mentalidad”, ya que la convicción de que el futuro es de los laicos pasa de ser una idea teórica a una realidad muy concreta. Aunque esta propuesta no sea apta para todos los públicos.

Camp destaca que la opción por poner en marcha algunas comunidades compartidas está muy clara en la orden, si bien a nivel provincial sea más difícil de llevar adelante. Además, hay resistencias no solo entre quienes por formación hayan podido educarse en otro concepto de vida religiosa y comunitaria, sino también –lamenta– entre algunas de las jóvenes generaciones de consagrados que han salido más recientemente del noviciado.

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