Tribuna

Laicos, a capítulo

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A la hora del recreo, la madre Consuelo cruzaba el paseo Pablo Iglesias, se colaba en el Colegio san José y se llevaba a un chaval para ensayar la Canción Misionera. En tiempos de educación diferenciada, las ‘pastoras’ necesitaban un niño por exigencias del guión en verso, y una monitora tenía un párvulo con mofletes sonrosados y pelo a tazón. Encajaba. De la mano, un día tras otro, de una calasancia. Durante más de tres décadas. De la mano de las calasancias se colaba en la asamblea general del capítulo general de unas religiosas que ya no hablan solo de instituto, sino de familia. Y les sale natural. Interiorizado. Integrado.



En la España de los 80, había monjas por doquier en colegios, hospitales, residencias… El clero también se las bastaba y sobraba para apañárselas y sostenerlo todo. El laico, en la mayoría de foros, era un espectador y consumidor que tampoco se desvivía por asumir un rol de discípulo emprendedor. Pocos supieron ver en el futuro una Filomena secularizante. Y eso que el Concilio no dejó lugar a dudas de algo más que el papel proactivo de los seglares, y en el Vaticano se comenzaba a hablar de familia carismática. Algunas congregaciones lo cogieron al vuelo.

Ya las había de origen con ramas consagradas y laicales, que reforzaron su raíz. Otras desarrollaron todavía más su tercera orden con entidad propia. Pero otros tantos ahondaron en las pistas romanas y fueron configurando algo nuevo a la luz de la oración y del discernimiento, que hace soplar el Espíritu con vuelo rasante. Y la vida. Ellos más que ellas. Maristas. La Salle. Escolapios. Algunos más… Pero estos resuenan por su tenacidad, convencimiento y audacia. Con esa “tesonera paciencia” y “afortunado atrevimiento” que acuñó Calasanz en sus constituciones.

Madres, ¿ustedes saben lo que están haciendo?”, le dijo un seglar a Julia García Monge cuando por primera vez el Instituto Calasancio Hijas de la Divina Pastora planteó un proyecto de misión compartida. Ella era la superiora general. No se achantaron. Pico y pala. Separando tarea de misión. Desvinculando contrato y cargos de vinculación carismática. No exentos de traspiés, desengaños y algún frenazo por unos y otras. Es lo que tiene ser de barro. Es lo que tiene embarrarse. Pasos en lo pequeño, en lo cotidiano. Como lo es apostar por evangelizar educando, sin proselitismo ni aires de innovación de postín. Que parece que no luce entre tanta pastoral de relumbrón, pero va dejando poso.

Misión compartida

Guadarrama. Desde el 2 de enero, las calasancias se reúnen en cónclave. Durante seis días abren su particular Sixtina a los laicos. Es la segunda vez que lo hacen. Y ya no habrá última. La primera se contó con ellos para abordar el presente y futuro de las aulas. Ahora, un salto más. Por un lado, para aterrizar juntos el Pacto Educativo Global. Por otro, para seguir adelante en la misión compartida, con la confianza puesta en el Señor de la vida que sabe lo que les conviene a cada uno de sus sarmientos. Con voz y voto para dirimir líneas generales. Recogiendo el sentir de un par de años de trabajo en las treinta realidades de un modesto instituto en cifras.

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