2022 acaba con 18 misioneros asesinados (confirmando una tendencia a la baja)

Doce sacerdotes, un religioso, tres religiosas, un seminarista y un laico han perdido la vida en su tarea evangelizadora, según el informe de la agencia Fides

Enrique Rosich, misionero comboniano en Chad

La agencia Fides, vinculada a Propaganda Fidei, ha dado a conocer los datos de misioneros asesinados en el año 2022. En 2022 han sido asesinados en el mundo 18 misioneros y misioneras: doce sacerdotes, un religioso, tres religiosas, un seminarista y un laico. Un dato relativamente esperanzador ya que en 2021 fueron 21, en 2020 los casos fueron 20, pero se elevaron a 29 en 2019 o a 40 en 2018. Mirando más allá, de 2001 a 2021, el número total de misioneros asesinados asciende a 526, casi un centenar menos que en la última década del siglo XX.



En la cotidianidad 

Volviendo a los datos de este año, el mayor número de asesinatos de misioneros –sin que se hable formalmente de martirio en sentido estricto– se ha registrado en África donde han sido asesinados 9 misioneros (7 sacerdotes, 2 religiosas), seguido de América Latina, con 8 misioneros asesinados (4 sacerdotes, 1 religioso, 1 religiosa, 1 seminarista y 1 laico) y por último de Asia, donde han perdido la vida 1 sacerdote.

Las historias de estos misioneros, de las que el informe contiene un pequeño extracto, se sitúan en contextos de violencia, miseria, falta de justicia o de “respeto por la vida humana”, según el documento. En algunos casos la muerte se produce en actividades tales como animar las celebraciones litúrgicas –como el caso del laico Pablo Isabel Hernández que iba a realizar una celebración de la Palabra en Honduras– o el atender un dispensario o en asaltos a la misión.

Para el director de la agencia vaticana, Gianni Valente, del informe “cada año, lo que más llama la atención son los escuetos detalles biográficos de cada una de las víctimas y el escaso número de los detalles y circunstancias de sus muertes violentas”. “La mayoría de ellos fueron asesinados no durante misiones de alto riesgo, sino mientras estaban inmersos y sumidos en la ordinariez de sus vidas y trabajos apostólicos, en la rutina diaria de las ocupaciones y gestos más habituales, donados en el olvido de sí mismos y por el bien de todos, incluidos –a veces– sus propios verdugos”, destaca.

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