El ‘Descendimiento’, a escena

El Descendimiento, de Carlos Marquerie

Antes de la escena, es necesario un prólogo, pintado hace casi seiscientos años. Porque, en realidad, es una de las grandes obras maestras del Museo del Prado, El descendimiento (1443), el famoso óleo sobre tabla de Rogier van der Weyden. Y también es preciso un poemario, Descendimiento (Pre-Textos), que Ada Salas (Cáceres, 1965) publicó en 2019.



Más bien, lo imprescindible es imaginar a la poeta frente a los versos que va escribiendo, quizás, para poder dar sepultura a un cadáver –“emocional”, en este caso– que había quedado en el olvido: “El cuadro no fue un origen, sino un destino. El cuadro se incorporó durante el proceso de escritura, y se adueñó de él. Yo asistía perpleja a lo que estaba sucediendo, admirada, y agradecida. Él me eligió a mí, y me ayudó a elaborar un discurso que yo sentía que él y yo teníamos que pronunciar”.

Antes aún de la escena, también es forzoso imaginarnos a la poeta el 21 de marzo de 2019 en el propio Museo del Prado leyendo esos versos: “Lo que pintó Van der Weyden / es / la verdad de la muerte. / Y no el lamento. El acto. El acto / de morir / el acto / de sufrir / que no son tan pasivos / como/ pudiera parecer”, por ejemplo.

“Fue emocionante. Fue casi paralizante por la intensidad de esa emoción –admite Ada Salas–. Pero fue también una fiesta del y de los sentidos. Algo estaba pasando en ese auditorio, algo que no tenía que ver conmigo, sino con la fuerza y la belleza de ese cuadro, de la música que escuchamos, Brocke, Bach, del imán de la poesía, de las palabras”.

Teatralizar el cuadro

Entre el público, estaba el dramaturgo Carlos Marquerie (Madrid, 1954): “Tras la lectura, fuimos a ver ese otro Descendimiento, el de Van der Weyden. Al salir del museo, me di cuenta de que quería trabajar sobre ese texto, pensar en la posibilidad de llevarlo a la escena. No montarlo, ni tampoco ponerlo en escena; solo llevarlo, cuidarlo en su camino hacia la escena, trasportarlo hasta ella. No hacerlo teatro, teatralizarlo”.

Y así ha sido dos años después. “No quería explicar el poemario, ni buscar en él una narración lineal determinada. Solo, y no es poco, darle sentido en la escena. Sentido, como dice Ada Salas: ‘Un sentido que no tiene nada que ver con la racionalidad, sino con ser: decirlo es hacerlo ser, eso es todo’”, manifiesta Marquerie, todo un referente de las artes escénicas más vanguardistas.

Descendimiento ocupa desde el 8 de abril –y hasta este domingo, día 25– el Teatro de La Abadía, en Madrid. Y sí, como Marquerie pretendía, no es una obra de teatro, ni siquiera una dramatización barroquista, menos aún un recital, sino todo un encuentro, casi un rito, en el que confluyen tres actores –Fernanda Orazi, Emilio Tomé y Lola Jiménez–, con el Niño de Elche en directo junto a los músicos Clara Gallardo y Joaquín Sánchez Gil, y el propio Marquerie con sus marionetas.

En medio, como un eje sobre el que todo gira, también está Cristo, aún con la corona de espinas: “Debajo de la piel / corre la sangre. Debajo del color / el blanco del estuco. / La luz. / La transparencia. / Otro poco / de aceite / para / que lo vivo / aflore entre lo muerto”, que dicen los versos de Ada Salas.

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