San Juan de Dios, más allá del ébola

La orden, galardonada con el Premio Princesa de Asturias, trabaja por los más olvidados en 55 países

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Comedor social en Ciempozuelos regentado por la Orden de San Juan de Dios

San Juan de Dios, más allá del ébola [extracto]

RUBÉN CRUZ. Fotos: SERGIO CUESTA | La Orden Hospitalaria de los Hermanos de San Juan de Dios realiza una “ejemplar labor asistencial, que se centra, en los difíciles momentos que hoy vive el mundo, en cuestiones tan sensibles como la epidemia del ébola, las crisis migratorias y, en general, la protección de las personas más desfavorecidas y en riesgo de exclusión”. Así rezaba el acta del jurado del Premio Princesa de Asturias de la Concordia 2015, que se falló el pasado 2 de septiembre. Y es que, aunque la congregación se hiciera visible en la vida de todos los españoles hace un año a causa de la epidemia, su labor va mucho más allá de la acción de lucha contra el mortal virus.

“Ciertamente lo sucedido el año pasado ha tenido un peso muy significativo para la concesión del premio. No obstante, el galardón se concede por el trabajo a lo largo de casi quinientos años en 55 países de los cinco continentes”, comenta a Vida Nueva el hermano Jesús Etayo, superior general.

san-juan-de-Dios-ciempozuelos-G-4Los hermanos levantaron en 1886 el Centro Asistencial de Ciempozuelos (Madrid) y lo han convertido en el mayor de Europa. “Trabajamos siempre al lado del paciente, porque si un legado nos dejó San Juan de Dios fue su entrega total. Por eso, el Princesa de Asturias hace justicia a la labor que llevamos desarrollando durante siglos y a todos los hermanos que han entregado su vida a los más necesitados”, indica Casimiro Dueñas, superior del centro. La realidad es que cuentan con 24 hectáreas en las que conviven 1.100 enfermos de psiquiatría, especialidad en la que son pioneros. No obstante, los años de crisis han hecho que pongan el foco en desarrollar su labor social. Así, han puesto en marcha la Comisión de Desarrollo Solidario, formado por un equipo de profesionales del centro.

“Doy gracias a Dios porque en estos momentos de crisis, aunque la gente tiene menos dinero, se ha solidarizado más. Los vecinos hasta nos regalan comida para el comedor social”, explica el hermano Casimiro. Él tiene claro que mientras haya dinero van a atender a todo aquel que vaya al centro, independientemente de su religión. El pasado año emplearon 350.000 euros a la labor social, es decir, el comedor, el abastecimiento de medicinas, el pago de facturas de agua y luz, los alquileres o hipotecas y cualquier otro gasto extra al que las familias no puedan hacer frente.

350.000 euros de ayuda

La comisión, que lleva trabajando desde 2013, se encarga de buscar los recursos necesarios para poder llevar a cabo los proyectos. “Hemos querido continuar la labor social que los hermanos han desarrollado durante años y la hemos ido adaptando a las nuevas necesidades”, dice Ángel Campos, miembro de la comisión. Ésta no solo engloba la obra social, sino el voluntariado y la cooperación internacional.

san-juan-de-Dios-ciempozuelos-G-3Durante los últimos años, la demanda no ha hecho más que crecer. De hecho, el comedor social, que se creó principalmente para paliar el hambre de los menores, estaba destinado a 25 personas y hoy acuden cerca de 180. Todos los días comen en el centro y se llevan una bolsa con la cena que preparan los ocho voluntarios que ayudan en el comedor. Se trata casi siempre de personas con una media de edad de 60 años que están prejubilados, pero también hay excepciones, como la de Montse Gómez (26 años), que es la más joven del grupo. Ella también trabaja como educadora social en el centro y el poco tiempo que le queda libre es para los demás. “Cuando abrieron el comedor vine sin dudarlo. Para mi no había nada que pensar, sabía que era algo que tenía que hacer”, afirma la joven.

Begoña Fernández es la trabajadora social del centro, que se encarga de realizar un plan para cada familia: “Los alimentos son la vía para llegar a las personas, pero necesitan una atención integral”, señala. Soraya es una de las personas que puede dar de comer a sus hijos cada día gracias a la orden. Ella es desempleada de larga duración y tiene tres hijos, de 13, 14 y 21 años, aunque este último no come en el centro. “No viene por vergüenza, yo le he dicho que más vale que se te ponga la cara colorada y poder comer, pero es joven y no lo entiende”, subraya. Su familia lleva dos años en el comedor: “El primer día no pude ni dormir de lo llena que estaba, porque yo no estaba acostumbrada a comer dos platos y un postre”, confiesa.

Actualmente, en el centro atienden a dos tipos de familias diferenciadas: las que desde la infancia han estado en riesgo de exclusión social y familias que han tenido una vida estable, incluso con casa en propiedad, pero a raíz de la crisis se han convertido en desempleados de larga duración y a su edad tienen más difícil su inclusión en el mercado laboral. El problema principal al que se han enfrentado es que este último grupo ha crecido en demasía. No obstante, también pueden estar satisfechos porque hay varios casos de familias que se recuperan económicamente y dejan de necesitar su ayuda.

La comisión se encarga además de entregar alimentos a familias que tienen recursos, pero necesitan complementos. También cuentan con un ropero infantil: “Existe una campaña en septiembre a comienzo del curso escolar y otro a final de primavera, de cara al verano”, puntualiza Fernández. Recientemente han puesto en marcha un programa con productos de higiene para los menores en edad escolar, ya que detectaron una deficiencia en este sentido. Además, proporcionan pañales y papillas a las familias con niños hasta los dos años y ofrecen becas escolares.

Empleo en la lavandería

“Tenemos otro programa más puntual pero es el que más dinero necesita. Va desde una cita con el dentista, transporte para ir al médico o una entrevista de trabajo, el pago de agua y luz o la renovación del DNI, algo que parece una nimiedad, pero si no tienen para pagarlo no pueden pedir ayudas”, explica la trabajadora social. La idea es que haya un trabajo con la familia para que la orden se haga cargo de sus gastos durante un periodo, hasta que encuentren como sufragarlo ellos solos. Por ello, han puesto en marcha un proyecto de inserción sociolaboral, para el que ya cuentan con dos empresas: Interserve y el Centro Especial de Empleo de San Juan de Dios. La primera es una empresa de limpieza que está contratando a personas en riesgo de exclusión social y la segunda, la que emplea en la lavandería del centro. “Sin duda, este es el proyecto que a la larga más resultado dará, porque permite a las familias salir adelante”, indica Fernández.

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Centro Especial de Empleo de San Juan de Dios

En Ciempozuelos se encuentra también el Centro Especial de Empleo de la orden, donde trabajan 44 personas lavando y planchando la ropa de cama y la personal de los pacientes de los tres centros de San Juan de Dios en Madrid. Los hermanos detectaron que había una necesidad y acudieron a personas con algún tipo de discapacidad para poder emplearles. “Ellos tienen más complicado insertarse en el mercado laboral y por eso pensamos en ellos. Además, lo hacen de maravilla”, dice Germán Moreno, responsable de este centro de empleo que lleva tres años funcionando. En la lavandería industrial el 90% de los trabajadores tienen, al menos, un 33% de discapacidad.

Incluso trabajan dos pacientes de psiquiatría. “No se trata de ninguna terapia ocupacional o entretenimiento, sino de personas que trabajan con contrato laboral”, asevera el hermano Germán. En Ciempozuelos se lavan cada día 5.000 kilos de ropa, puesto que cada mañana llegan en camiones y por la tarde ya están volviendo a los respectivos centros. Además, la intención del hermano Germán es que puedan ampliar su radio de acción, lo que supondría emplear a más personas.

san-juan-de-Dios-ciempozuelos-G-1“Trabajo gracias a los hermanos”

Maite Albo lleva dos años trabajando en la lavandería. Su desembarco allí fue casualidad. Estaba en un taller ocupacional de informática y habló con la coordinadora de voluntariado para decirle que iba a reducir sus horas para poder encontrar un empleo. “Le dije que iba a intentar echar mano de mi discapacidad para ver si era más fácil conseguir trabajo así”, relata, puesto que Maite padece aniridia –ausencia de iris, lo que provoca pérdida de visión–. La coordinadora habló con el hermano Germán y contrataron a Maite, que por su enfermedad tiene un 33% de discapacidad desde los 15 años. Desde entonces, Maite pasa siete horas diarias en la lavandería, lo que “me permite tener tiempo para mis cuatro hijos, porque para mi la familia es muy importante”.

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En el nº 2.955 de Vida Nueva.

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