El ébola no puede con los misioneros

Más de 25 españoles permanecen en los países más afectados por el virus, que se ha cobrado la vida del padre Miguel Pajares

14-15-Ebola6_Liberia_opt

El ébola no puede con los misioneros [ver extracto]

FRAN OTERO | Aunque el problema del ébola en África occidental se remonta al mes de junio –desde entonces, se ha cobrado la vida de casi 1.500 personas–, Europa, y España en concreto, no comenzó a tomar conciencia de la situación hasta que uno de los tantos misioneros que se dejan la vida en África por los más pobres tuvo que ser trasladado a Madrid para ser tratado al infectarse, aunque finalmente y tras aplicársele un tratamiento experimental ,falleció.

El padre Miguel Pajares.

El padre Miguel Pajares.

Se trata del padre Miguel Pajares, de la Orden de San Juan de Dios, que dedicó gran parte de su vida al continente negro y cuya labor se centraba hasta entonces en el Hospital San José de Monrovia (Liberia). Se contagió mientras atendía al director del centro sanitario.

Junto a él regresó la hermana Juliana Bonoha que, al cierre de esta edición, todavía no había abandonado el aislamiento en el hospital Carlos III de la capital de España, aunque parece no estar infectada. La Orden de San Juan de Dios y la ONG Juan Ciudad, de la que es titular, tratan de reponerse de este y otros fallecimientos que dejaron a esta comunidad religiosa sin presencia en el país, aunque en los últimos días han llegado dos religiosos desde España por iniciativa propia para reforzar la presencia institucional y atender a las demandas gubernamentales para trabajar en la erradicación del virus. Hay que recordar que el hospital en el que trabajaba el padre Pajares y la hermana Bonoha se encuentra cerrado por mandato gubernamental.

A la espera de que les den indicaciones, José María Viadero, director de Juan Ciudad, reconoce que este último mes ha sido de “mucha intensidad, de desgarro e incluso de rabia”. Explica a Vida Nueva:

No es fácil asumir la pérdida de toda la comunidad, ni siquiera con la fe, pero mantenemos la esperanza.

Una esperanza que no es otra que la que transmitía el padre Miguel Pajares, a quien Viadero considera “su maestro”, pues gracias a él pudo trabajar en África unos 26 años. “Era incansable hasta el cansancio”, añade, al tiempo que pone en valor el trabajo pastoral que realizaba en el hospital y que no acababa ahí, pues se involucraba con las familias que tenía cerca, con una escuela de niños y financiando proyectos como pozos de agua que le pedían. “Era un misionero de los pies a la cabeza”, apunta.
 

Polémica repatriación

Quizá por esta entrega desinteresada y desmedida no se entiende la polémica que se generó, sobre todo en los medios de comunicación, en torno al coste de la repatriación de Pajares. Aunque la Orden de San Juan de Dios se mostró dispuesta a pagar si así se le pedía, lo cierto es que el Gobierno finalmente decidió asumir el coste. En este sentido, Viadero se muestra “sumamente agradecido” a las autoridades y recalca que los misioneros, a diferencia de otros colectivos que trabajan en países en vías de desarrollo, “somos de los que vamos y nos quedamos”.

Precisamente, la cuestión del pago de la repatriación de Pajares abre de nuevo una demanda histórica de los misioneros: que se dé solución a su exclusión del régimen de la Seguridad Social. En este sentido, tal y como explica a Vida Nueva el director de Obras Misionales Pontificias (OMP), Anastasio Gil, se ha pedido al Gobierno que, en una futura Ley del Voluntariado, se pueda dar una solución para que tanto los misioneros como los laicos voluntarios puedan acogerse al régimen general de la Seguridad Social.

Hoy en día, como son voluntarios y no tienen ningún contrato laboral, quedan sin atender, una realidad que afecta a más de 13.000 misioneros. En cualquier caso, Gil destacó que el comportamiento del Gobierno en el caso concreto de Pajares es plausible y “de pura gratuidad, porque los misioneros están descubiertos por la Seguridad Social”.

Ya en relación con la crisis del ébola, el también director del Secretariado de Misiones de la Conferencia Episcopal Española (CEE) reconoce que la labor de los misioneros en este sentido es “un aldabonazo en el necesario compromiso de todos con los pobres”.

Los misioneros están viviendo el mismo destino que los nativos. No hay deseo de retorno y este es un testimonio grandilocuente.

Precisamente, según informa, en la zona más afectada –Liberia, Sierra Leona, Nigeria y Guinea Conakry– se encuentran un total de 26 misioneros españoles, todos ellos religiosos, y una laica de la Diócesis de Madrid. “El último contacto que tuvimos con ellos fue hace cuatro días y todos estaban bien”, añade.

Uno de ellos es el padre Luis Pérez, misionero javeriano de Toledo, quien, desde Sierra Leona y a través de la delegación diocesana de Misiones de la capital manchega, explicaba hace unos días el estado de la situación:

Los ánimos están serenos, aunque con una cierta preocupación, pero seguimos adelante con calma. Muchos extranjeros ya se han marchado: empleados de compañías dedicadas a la minería, construcción de carreteras, producción de electricidad, ONG; varias compañías aéreas han suspendidos los vuelos… Lo malo es ver, como siempre con tristeza y aprensión, los resultados de la situación: muertos, afectados, sufrimiento, estado de preocupación, paso atrás en el poco orden económico y bienestar que tienen, que los hospitales se hayan convertido en el mayor peligro…

 

Responsabilidad pastoral

También en Sierra Leona están presentes tres misioneros españoles, que junto con otros cuatro filipinos, forman la comunidad de Agustinos Recoletos en el país, quienes, a través de una carta, han comunicado que no quieren salir del país a pesar de que se lo han ofrecido. Creen que la mejor ayuda que pueden prestar es quedarse. Se puede leer en la misiva, enviada a Lauro Larlar, superior de la Provincia de San Ezequiel Moreno:

Obligados por nuestra responsabilidad pastoral, colaboramos con el Gobierno de Sierra Leona en el esfuerzo de sensibilizar a la gente sobre la realidad y el peligro del ébola, así como sobre cómo prevenir la propagación de este virus. Durante este difícil momento, orar con la gente es lo que mejor podemos hacer por ellos.

Uno de ellos, José Luis Garayoa, escribe en su blog África en el corazón unas palabras que acompaña con una fotografía suya con una niña en brazos y que ejemplifica muy bien el compromiso misionero:

Murió su madre al nacer y, como cada mes, vino a verme para que le diese leche y papillas. Cuando me agarra de la camiseta y me abraza… No renuncio yo a ese abrazo ni por todo el ébola del mundo.

Así narra sus diez años en Sierra Leona, más allá de esta crisis humanitaria:

En Sierra Leona llevo diez años actuando como bombero, es decir, apagando emergencias en una zona donde la mortalidad en el parto es la más alta del mundo, y donde cuatro de cada diez niños no cumplirá los cinco años. Vivo mi compromiso desde la fe y sigo creyendo que predicar el Evangelio es dar buenas noticias. Y que una buena noticia para el que no sabe leer y escribir y, por tanto, no tiene futuro, es hacer una escuela. Y que para el que bebe agua con gusanos, la buena noticia será excavar un pozo. Y disfruto viendo cómo los niños que perdieron a su madre en el parto se aferran al biberón con leche solidaria española. Pero esto no es ni será nunca noticia de primera plana. Es ahora, cuando las circunstancias han hecho que aparezca en los medios de comunicación por el simple hecho de vivir cerca de un virus que está de moda y que amenaza con saltar la frontera de la pobreza. Y es que los misioneros somos mediáticos únicamente cuando santa Bárbara truena. También lo fui en 1998, cuando los rebeldes del RUF me secuestraron en Sierra Leona durante 14 días. Los medios de comunicación en estas ocasiones nos llaman santos, o héroes…, incluso dicen que somos de una pasta especial, pero los misioneros somos gente normal. Personas con un claro compromiso de servicio allá donde la Iglesia nos llama y necesita.

No hacen falta más palabras para comprobar que los misioneros pueden con el ébola, incluso cuando mueren por ello.

En el nº 2.906 de Vida Nueva

 

CONTENIDO RELACIONADO:

Compartir