En Trujillo nació un mártir

Se cumplen 25 años del asesinato del padre Tiberio Fernández

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Desde el altar mayor de su iglesia parroquial, el padre Tiberio Fernández podía ver la muchedumbre compacta que se apretujaba en las bancas, en los pasillos, en las capillas laterales, en el atrio. Era Viernes Santo y él pronunciaba el sermón de las siete palabras refiriéndose a la pasión y muerte de sus feligreses.

Divisaba, confundidos entre la muchedumbre, a los parientes de Carlos Mejía, uno de los líderes del paro campesino que tanta indignación había provocado entre las autoridades y los ricos del pueblo. El asesinato había ocurrido a pocos metros del comando de la policía y el asesino no había huido; se había ido caminando, sin prisa y sin miedo a ser detenido. Ese año de 1988 los cuerpos sin vida de mendigos y drogadictos habían sido descubiertos en zanjas y aceras, sin sorpresa y como una macabra rutina. Uno de ellos fue el de un muchacho pobre y enviciado, Gilberto Hernández, que robaba racimos de plátanos para comprar droga. En 1990 habían encontrado otro muchacho, Julián Restrepo Sánchez, que también robaba para comprar bazuco. La policía lo había capturado y devuelto a su familia como una sombra, después de torturarlo. Había perdido el oído, la voz y tenía trastornos mentales; pero ahí no terminó todo. Lo volvieron a capturar para asesinarlo. Dejaron su cuerpo en Roldanillo.

En esos años de 1988 y 1989 los amaneceres estuvieron llenos de sorpresas escalofriantes ante los hechos de “limpieza social” que un escuadrón del F2 de la policía perpetró en medio del silencio atemorizado de la población.

El sermón del párroco evocó, además, los hechos recientes del 29 de marzo, cuando el mayor del Ejército, Alirio Antonio Urueña Jaramillo, con una motosierra desmembró, uno a uno, a 11 campesinos que un guerrillero capturado por el Ejército señaló de entre una larga lista, para detener las torturas con que los militares lo presionaban. También estaban en la iglesia los parientes de esas víctimas, ellas vestidas de negro y ellos con camisas blancas.

Otra evocación del párroco fue para los 5 ebanistas que la policía le entregó al mayor Urueña.

Con un silencio de estupor y rabia la feligresía revivió la matanza ejecutada entre el ruido de la motosierra y aún no salían de su indignación cuando oyeron la parte final del sermón: “Si mi sangre contribuye para que en Trujillo amanezca y florezca la paz que tanto estamos necesitando, gustosamente la derramaré”.

Una alianza siniestra

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Alba Isabel Giraldo, sobrina del sacerdote, también perdió la vida como consecuencia de la masacre

¿El padre Tiberio había comenzado a pensar los términos de ese reto público después de la acalorada discusión con el comandante de la policía, días atrás? Con un dolor intenso le había reclamado por las muertes, por la crueldad, por la complicidad escandalosa, conocida por todos. Los descuartizamientos del mayor Urueña habían ocurrido en la ostentosa finca de un narcotraficante, conocido por la población. El padre Tiberio inútilmente había intentado obtener la ayuda de las autoridades para detener el horror, pero el oficial debió mirarlo como a un ingenuo que desconocía el pacto de colaboración que después descubrirían los investigadores del Comité de Evaluación. La policía, el Ejército y los narcotraficantes de la región se habían propuesto un control tal de la región que ni una hoja se movería sin su conocimiento. Una de esas hojas era él, descrito en un informe de inteligencia de la Dijín, como un colaborador de la guerrilla.

Tal era el contexto del sermón de las siete palabras.

Las alianzas entre el batallón Palacé de Buga, la policía de Tuluá y de Trujillo y los narcotraficantes de la región habían propiciado la aparición de una estructura paramilitar que esa misma tarde tomó nota del sermón del párroco. Todo el mundo parecía conocer esa colaboración y, si el padre Tiberio la conocía, parecía subestimar su poder y el peligro que esa siniestra alianza representaba para él. Lo que realmente le importaba eran los abusos y humillaciones a que estaban sometidos los pobres de su parroquia.

Cuando cundió la noticia de su desaparición días después, la reacción fue de incredulidad: “¿secuestrar a Tiberio? ¿Para qué?”, fue la expresión de Jorge, hermano del sacerdote, cuando un sobrino le dio la noticia. El mismo Jorge contó que se había preocupado y se fue para Trujillo donde unas amigas lo dejaron estupefacto cuando le dijeron entre susurros:

No busques a Tiberio por ninguna parte, sino por el río Cauca.

En Trujillo ya tenían la terrible experiencia de los cadáveres desmembrados que bajaban por las aguas del río.

Al párroco se lo habían llevado el 16 de abril y cinco días después encontraron su cadáver. En ese cuerpo torturado y destrozado leyeron lo que había pasado en esos cinco días: “lo vimos totalmente mutilado, sin la cabeza, sin las manos, sin su órgano genital, y con un tiro en el pecho”.

Había vivido 47 años, en el campo, al principio. Como sacerdote regresó al campo para crear 20 empresas comunitarias y trabajar para campesinos y obreros. El párroco, ante esa persecución a los débiles, se puso de su lado en una clara toma de partido, y así lo hizo explícito en su sermón de las siete palabras.

El silencio de pasmo con que la feligresía escuchó el reto final de ofrecer su sangre, dio a entender que no se trataba de una frase retórica, como si presintieran la sangrienta historia que estaba a punto de desencadenarse.

“Los asesinos habían perfeccionado torturas que hasta entonces eran inéditas en el país: el uso de la motosierra contra personas vivas, los hierros candentes, el martilleo de los dedos, que luego se extendieron por el país”, anota el informe de Cinep (Caso 12, p. 192). A esas torturas, aplicadas al párroco, agregaron la moral, de ver que a su sobrina la violaban unos y otros, hasta hacerla morir.

La terrible historia fue conocida por un testigo ocular a quien los asesinos, con ayuda de médicos siquiatras, jueces y abogados quisieron hacer pasar como loco y mitómano. Pero los hechos mantuvieron su lógica aplastante.

Opción por los pobres

Parque Monumento de Trujillo, Valle

Parque Monumento de Trujillo, Valle

Cinep incluye en su informe de Noche y Niebla una impresionante galería de 284 fotografías de víctimas de la brutalidad de agentes oficiales ayuntados con narcotraficantes. A todas esas víctimas les dio voz el padre Tiberio en ese sermón de las siete palabras.

Otra vez el martirio adquirió una dimensión y apariencia distinta de la que había mantenido en la historia. Es larga la lista de mártires latinoamericanos cuya fe y amor por los pobres y marginados los hizo objeto del odio de los asesinos.

Esa opción por los pobres fue manifiesta en el ejercicio pastoral de Tiberio a quien sus feligreses recuerdan:

“No le gustaba la injusticia, no quería que hubiera pobres”.

“Trabajaba duro con los grupos que tenía organizados”.

“Cuando empezaron a matar viciosos y ladrones, él parecía un padre para esta gente, los defendía con valentía”.

“Cuando empezaron a desaparecer gente, él empezó a buscar ayuda y apoyo”.

“Fue un jefe intachable, un amigo, un consejero inolvidable”.

“Nuestros ojos no ven su cuerpo, pero nuestras mentes y oídos conservarán siempre sus buenos consejos”.

Refiriéndose a monseñor Romero, el teólogo Jon Sobrino escribió sobre su opción por los pobres unos párrafos que parecen referidos al padre Tiberio. Al fin y al cabo se trata de almas gemelas:

“Optar por los pobres es defenderlos de sus opresores y victimarios. Y por esa razón, no por revanchismo alguno, es también enfrentarse a los ofensores, victimarios, y luchar contra ellos en cuanto victimarios —lucha que ofrece menos dificultades para la moral si se considera a los victimarios como estructuras que oprimen y reprimen—. Sin esa defensa habrá compasión, solidaridad y ayuda, pero no hay verdadera opción. Y sin esa lucha habrá buenas intenciones, pero no hay opción. Enfrentarse a sus opresores implica, cuasi ex opere operato, sufrir persecución y aun asesinato. Quien no introduce el ‘riesgo’ en el concepto de ‘opción por los pobres’ no ha entendido (casi) nada. Y quien no lo introduce en su acción permanece en la secular, benemérita, necesaria, pero insuficiente, caridad”.

Texto: Javier Darío Restrepo

Fotos: CINEP, VNC

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