“Quienes hemos experimentado el dolor del divorcio nos entendemos sin reproches”

grupo de apoyo a divorciados en la Parroquia de Guadalupe de Madrid
grupo de apoyo a divorciados en la Parroquia de Guadalupe de Madrid

Grupo de apoyo en la Parroquia de Guadalupe de Madrid

JOSÉ LUIS PALACIOS | Pilar Saráchaga lleva 25 años escuchando a católicos con matrimonios fracasados que llegan buscando el abrazo reparador de la Iglesia. El Consejo Pastoral de la madrileña Parroquia de Guadalupe le encargó que ella los acogiese.

“Les entiendo, porque yo misma pasé por eso. Quienes hemos experimentado ese dolor nos entendemos sin reproches”, explica esta divorciada tras 19 años de matrimonio y cuatro hijos, en una época donde el estigma social era muy marcado.

Hoy acude a sus recuerdos con la tranquilidad que le otorga haber aprendido a convivir con esa experiencia. Aunque no siempre fue así. Afortunadamente, añade, “cuando la gente tiene cerca a personas que han pasado por eso, se vuelven menos rígidas y cambia su percepción”.

Asegura que “solo puede hablar bien” de esta experiencia que comenzó cuando era “una mujer divorciada hacía varios años y llena de inquietud por afrontar el problema dentro de la Iglesia”. El grupo inicial estaba formado por personas, según sus palabras, necesitadas de “consuelo, comprensión y compañía”.

El misionero del Espíritu Santo, Sergio Delmar, participó en el comienzo para intentar responder a estas demandas, ayudando a mitigar el sufrimiento de muchas personas que, siguiendo el testimonio de Pilar Saráchaga, “nos sentíamos despreciadas en el seno de la Iglesia”.

Hoy es una de las dos coordinadoras del grupo. Incluso han intentado llevar la experiencia a otras parroquias. Los proyectos impulsados por su ejemplo siguen en marcha en la del Perpetuo Socorro y la del Santísimo Redentor en Madrid, ambas confiadas a los redentoristas.

Menos traumático gracias a la parroquia

A otra generación distinta pertenece Concha Badía, también divorciada. Por ello, en parte, puede decir: “Siempre me he sentido respaldada por la comunidad y acogida en mi pequeña iglesia”. Se separó a los 37 años, pero desde que tenía 18 forma parte de una comunidad de la Parroquia de Guadalupe.

No obstante, todavía se incomoda cuando oye a “sacerdotes de buen corazón –y lo digo sin ironía– banalizando sobre el matrimonio, intentando justificar el dolor que la Iglesia causa en las personas separadas porque la gente se casa de forma irresponsable”.

Desde luego, asevera, no es su caso: “Nadie puede negarme que estuvimos seis años de novios y once años casados, que reflexionamos bien la decisión de tener hijos, que nos amamos cuanto supimos, que compartimos nuestra fe en una misma comunidad cristiana”. Y remata: “Y no, no fue para siempre”.

Con todo, afirma que, “gracias a la parroquia en la que estoy, no ha sido una experiencia traumática, más allá de lo terriblemente doloroso que fue separarse estando enamorada de quien ya no quería vivir conmigo ni seguir el proyecto de familia con nuestros dos hijos de 7 y 5 años”.

La herida está ahí, “permanece en mi corazón”, dice Concha. Es más, completa, le cuesta entender que haya quien le dice que puede anular su matrimonio: “¿Qué les voy a contar, entonces, a mis hijos del amor con el que fueron engendrados, ese amor comprometido a los ojos de Dios Padre y Madre de ternura?”.

Con todo, quiere dejar claro que “no se rehace la vida porque encuentres otra pareja. Se sigue adelante porque sanas tus heridas y porque Dios siempre tiene hermosos sueños para ti”.

En el nº 2.824 de Vida Nueva.

 

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