Divorciados, el necesario abrazo de la Iglesia [extracto]
JOSÉ LUIS PALACIOS | En los últimos años, la atención pastoral a los matrimonios fracasados en España avanza con grandes dosis de comprensión y compasión en la Iglesia. El cambio es un giro importante y, sobre todo, una respuesta a los muchos llamamientos de importantes figuras eclesiales para tener en cuenta el sufrimiento que padecen las personas envueltas en tales circunstancias.
Durante el Sínodo de los Obispos sobre la Nueva Evangelización, el purpurado de Basilea, Felix Gmur, ha vuelto a poner el foco sobre los divorciados católicos vueltos a casar.
En el transcurso de un encuentro con periodistas, declaró: “Hay que replantear la cuestión, porque cada caso es único. Yo conozco una pareja: están casados desde hace 50 años y ambos tienen en su pasado experiencias matrimoniales. ¿No cuentan nada estos 50 años? ¿Es una realidad solamente pecadora? Tal vez la Iglesia debe imaginar un nuevo trato. Yo digo que se debe considerar seriamente este problema; también lo ha dicho el Papa”. En concreto, la última vez, por ahora, fue durante la fiesta de las familias en el aeropuerto de Bresso, con motivo del encuentro convocado en Milán en junio pasado.
Frente a la percepción muy extendida de la excomunión inapelable que pesa sobre estas personas, Benedicto XVI subrayó que “no están fuera de la Iglesia”, para añadir a continuación que, “aunque no puedan recibir la absolución eucarística, viven plenamente en la Iglesia”. Es más, quiso poner énfasis en la atención pastoral necesaria: “El contacto con un sacerdote, para ellos, puede ser igualmente importante, después de que sigan la liturgia eucarística real y participativa: si entran en comunión, pueden estar espiritualmente unidos a Cristo”.
Una pastoral prometedora
Estas palabras, que suenan muy diferentes a las condenas y el rigor del pasado, refuerzan una línea pastoral prometedora como la puesta en marcha en el Arzobispado de Barcelona, al inicio de este año 2012. La Delegación de Pastoral Familiar abrió un servicio expresamente denominado “de atención a las personas separadas y divorciadas”.
El pasado junio, en el EMF de Milán
Benedicto XVI subrayó que los divorciados
“no están fuera de la Iglesia”, y que,
“aunque no puedan recibir la absolución eucarística,
viven plenamente en la Iglesia”.
Con la mirada puesta en experiencias similares de Francia y, sobre todo, de Italia, el proyecto trata de ofrecer asistencia especializada y personalizada a aquellos creyentes que sufren por un matrimonio en dificultades, o definitivamente arruinado, y acuden a la comunidad en busca de respuestas.
En realidad, la iniciativa ha ido creciendo poco a poco, hasta llegar a presentarse oficialmente. Desde unos meses antes, en la Parroquia de Nuestra Señora de Nuria, en pleno centro de Barcelona, a escasos metros del Paseo de Gracia, el párroco Santiago Bueno, doctor en Derecho Canónico, además de catedrático de la Universidad de Barcelona, ideó con ayuda del responsable de la Pastoral Familiar de la Diócesis, el sacerdote Manuel Claret, y el experto en psicología del Instituto Vidal i Barraquer, el claretiano Antonio Gomis, un servicio de atención a las muchas personas que llegaban con su matrimonio en peligro o directamente fracasado.
El responsable de Medios de Comunicación del Arzobispado, Ramón Ollé, quien participa desde su comienzo en calidad de “escuchante y acompañante”, recuerda que “todo empezó poco a poco; se atendía a una pareja o una persona, que se lo iba contando a otras personas en parecidas circunstancias”.
Ahora hay ya todo un equipo de ayuda psicológica, en su totalidad formado por mujeres voluntarias, y la idea es extender el programa a otras parroquias. Cada martes, Ollé dedica las tardes a realizar la acogida.
El objetivo es conjugar la ayuda jurídica, el acompañamiento espiritual y la acogida cristiana, tratando de atender individualizadamente a cada persona, porque “cada uno es un mundo y, normalmente, las situaciones que viven son realmente duras”.
En algunos casos, desgraciadamente, con un dolor añadido a su traumática experiencia vital, por respuestas eclesiales inadecuadas, malinformadas o excesivamente rigoristas. “Hay personas confundidas que se autoexcluyen de la Iglesia o rodeadas de un entorno próximo que les hacen sentirse fuera, cuando la realidad es que forman parte, como bautizados, del cuerpo eclesial”, matiza Ollé.
“Recuerdo a una señora que llevaba separada 20 años. Al vislumbrar el final de su vida, quería poner en orden su situación… No se había vuelto a casar. Después de mucho escuchar y de confesarse, se sintió muy aliviada, hasta se puso a llorar”, rescata Ollé de su memoria.
La intensidad de estos encuentros le hacen decir al responsable de Comunicación del Arzobispado barcelonés que este servicio, al que sigue dedicando parte su tiempo, “es muy gratificante personalmente”. La parroquia pionera ha dado cobijo también a encuentros mensuales de oración de estas personas los primeros martes de cada mes, después de una pequeña conferencia. La idea es extender la experiencia a cada vez más templos. Sencillamente se trata, según explica Ollé, de poner en práctica la parábola de la samaritana, donde “se acoge, escucha y perdona sin entrar en detalles escabrosos de la vida del otro”.
Cambio de actitud
El cambio de actitud de la Iglesia hacia los divorciados se hizo ya evidente al inicio del pontificado de Juan Pablo II, quien en 1984, en el documento apostólico Familiaris Consortio –en el mismo artículo donde se reafirma la práctica general de “no admitir a la comunión eucarística a los divorciados que se casan otra vez”–, exhortó “vivamente a los pastores y a toda la comunidad de los fieles para que ayuden a los divorciados, procurando con solícita caridad que no se consideren separados de la Iglesia, pudiendo y aun debiendo, en cuanto bautizados, participar en su vida”.
El cambio de actitud de la Iglesia
se hizo evidente con Juan Pablo II, quien exhortó
a los pastores y a toda la comunidad para que
procurando que los divorciados
no se consideren separados de la Iglesia.
Precisamente a la “solícita caridad” recurre el misionero del Espíritu Santo Rogelio Cárdenas para explicar su dedicación desde hace dos años al grupo de personas separadas y divorciadas de la Parroquia de Guadalupe, en Madrid: “Intentamos cumplir con la exhortación de Juan Pablo II y responder a la urgencia de acompañar, seguir y ofrecer un trato pastoral a las personas en esta situación. Hay que tener en cuenta que sufren mucho y que llegan, en algunos casos, muy confundidas y mal asesoradas”.
Los sepas, como cariñosamente se les conoce dentro de la parroquia, no forman una comunidad estable, como otras, sino que, en palabras de Cárdenas, configuran “un espacio amable para que estas personas se sientan acogidas cálida y caritativamente y puedan seguir dando testimonio de su fe. No es un grupo de terapia ni un club social, sino más bien una etapa para el acompañamiento humano y espiritual”.
Este proceso está previsto que no dure más de dos años, un tiempo que parece suficiente para el necesario duelo y re-comprensión de su experiencia, al que sigue la integración en otros grupos en marcha de la parroquia o la continuación de la propia peripecia vital lejos de los itinerarios pastorales ofrecidos. “No es un fin, sino un puente hacia una comunidad de vida más estable”, apunta el religioso.
Experiencia traumática
Sin duda, el fracaso matrimonial es una de las experiencias más dolorosas que puede acontecer a la persona, junto con la muerte de la pareja o la de un hijo.
“El bien de las almas exige
que se tenga en cuenta que cada persona es única,
que no se puede aplicar la ley sin más”,
asegura el sacerdote Rogelio Cárdenas.
El redentorista australiano John Hosie, en el libro Con los brazos abiertos. Católicos, divorcio y nuevo matrimonio, expone que “muy pocos, fuera de los que se han divorciado, pueden apreciar realmente que se trata de una de las peores experiencias que pueden sucederle a uno. El dolor que produce es perfectamente comparable al provocado por la muerte del cónyuge. Pero, además de este sentimiento, pueden producirse otros (fracaso, vergüenza, culpabilidad, rabia…) verdaderamente abrumadores”.
El sacerdote Cárdenas, hijo él mismo de divorciados, coincide plenamente: “Algo se fragmenta; para empezar, pierdes a la mitad de la familia y a muchos amigos que no saben de qué lado ponerse. De pronto, aparece la vulnerabilidad, sobre todo, en las mujeres, que suelen sentirse solas e indefensas”. De hecho, la mayoría de quienes pasan esta etapa en la parroquia son mujeres.
Además, hay que añadir –según este presbítero mexicano que llegó a España hace siete años–, que “en nuestras sociedades cada vez es más difícil saber vivir el duelo cuando la vida se rompe”.
De hecho, cuando alguien del grupo de Guadalupe tiene dificultades personales que exceden las habilidades y competencias de sus miembros, no se regatea a la hora de aconsejar la intervención de ayuda profesional. Pero el papel de Cárdenas como asesor espiritual se limita a “estar para que sientan la cercanía del equipo sacerdotal y de todo el Consejo Pastoral y ofrecer diálogo de corte espiritual, desde un punto de vista muy cuidadoso y nunca vergonzante”, aunque admite que “a veces hay que aclarar malentendidos”.
Lo hace poniendo especial cuidado en “el lenguaje, el modo y el momento”. Lo que tiene muy claro Cárdenas es que “el bien de las almas exige que se tenga en cuenta que cada persona es única, que no se puede aplicar la ley sin más; el énfasis no debe ser el cumplimento de la norma, sino el bienestar de la conciencia”.
Lo que no quiere decir que haya que desatender el enunciado de la norma canónica o, incluso, la opción de recurrir a los tribunales eclesiásticos en busca de la debida nulidad, puesto que “detrás hay una razón teológica y dogmática que tiene que ver con el carácter permanente del sacramento, con la indisolubilidad del matrimonio”.
Insiste en remarcar que en “ningún caso, se debe a mala voluntad de la Iglesia o a un deseo de fastidiar”. Su labor le ha enseñado que, “cuando llega el momento de exponer la cuestión jurídica, si se ha cuidado la acogida, se respeta la biografía personal y, en última instancia, la conciencia, las personas se suelen quedar en paz”.
“Protección especial”
También el añorado cardenal Martini se sentía desvelado por la situación de los divorciados vueltos a casar. Así, en la última entrevista concedida, publicada tras su muerte, señaló la trascendencia futura de una cuestión que podría afectar a generaciones enteras: “Pienso en todas las personas divorciadas y unidas en nuevas parejas, en las familias extendidas. Tienen necesidad de una protección especial. La Iglesia apoya la indisolubilidad del matrimonio, y es una gracia cuando una pareja lo consigue. Pero la actitud que tengamos hacia las familias extendidas determinará el acercamiento a la Iglesia de una generación de hijos. Imaginemos a una mujer que es abandonada por el marido y encuentra a un nuevo compañero que cuida de ella y de sus hijos. El segundo amor tiene éxito. Si esta familia es discriminada, se expulsa de la Iglesia no solo a la madre, sino también a sus hijos. La Iglesia perderá a la siguiente generación…”.
En el nº 2.824 de Vida Nueva.