Redactor de Vida Nueva Digital y de la revista Vida Nueva

¿Encontrarán algún día la paz, en la Iglesia, las víctimas de abusos?


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Una oración

La ratificación por un considerable número de países de los derechos de la infancia, el 20 de noviembre desde 1989, como texto final de la Convención sobre los Derechos del Niño ha hecho que cada 20-N se celebre el Día Universal del Niño. Como tantos otros días internacionales es una ocasión para sensibilizar a la sociedad sobre la realidad de los menores más desfavorecidos y para recordar los compromisos por cumplir en las agendas políticas internacionales en esta materia.

Esta misma fecha, que en España además no deja de tener otras resonancias políticas, ha sido elegida por el Comité Ejecutivo de la Conferencia Episcopal Española para que “se institucionalice la Jornada de Oración por las Víctimas de Abusos Sexuales, el 20 de noviembre, Día Universal del Niño, y se introduzca una intención en la oración de los fieles por las víctimas de los abusos de menores. La Conferencia Episcopal se une de esta manera a la petición hecha por el papa Francisco en la que se instaba a las conferencias episcopales a elegir “un día apropiado en el que orar por las víctimas de abuso sexual como parte de la iniciativa de la Jornada Universal de la Oración”.

Las propia promotora de esta iniciativa nos propone un modelo de esta petición: “Por aquellos menores que han sido víctimas de abusos, para que encuentren en su entorno la ayuda que necesitan para reponerse física y espiritualmente. Roguemos al Señor”. ¿Qué es lo que necesitan las víctimas para reponerse?

Un camino continuo

Son injustas las críticas de quienes, mirando desde la galería, equiparan cualquier tipo de abuso hacia un menor o de quienes siguen convencidos de que la Iglesia no hace nada para enmendar el sufrimiento causado durante años a niños por parte de sacerdotes, catequistas o educadores que no lograron entender la solicitud de Jesús por los más vulnerables. Tras un tiempo en el diócesis, congregaciones y otras instituciones confundieron la estrategias jurídicas con la moral que surge el mensaje evangélico; hoy en día la “tolerancia cero”, que tantas veces ha resonado desde los tiempos de Benedicto XVI, es más que un eslogan.

Francisco ha continuado la senda, ha agilizado protocolos y dejado muy claros los principios de actuación de la Iglesia. El Pontífice ha vivido, no obstante, momentos difíciles de explicar como la acumulación de expedientes en los despachos de la Congregación de la Doctrina de la fe o la renuncia de Marie Collins –víctima de abusos mientras estaba internada en un hospital de Dublín a los 13 años– a continuar participando en la comisión para la protección de los menores. Aunque, haciendo frente a la crisis de credibilidad abierta con estas situaciones, Francisco ha dado al cara y ha sido especialmente duro al hablar de este tema ante expertos y, sobre todo, ante obispos y sacerdotes.

Una esperanza

“El daño causado por el abuso sexual es devastador y duradero. Es imposible hacerse cargo de sus dimensiones sin haber escuchado varias veces con suma atención a las víctimas. La suciedad moral de los agresores y sus chantajes invaden todos los recovecos de las víctimas. Es una experiencia inenarrable de posesión por el mal que corrompe su vivencia de lo religioso y su relación con Dios. Sin embargo, de ese infierno de minusvaloración, culpabilidad, temor permanente, silencio vergonzante y odio hacia el agresor es posible salir”.

Este párrafo lo ha escrito el sacerdote José Luis Segovia en un libro imprescindible Víctimas de la Iglesia. Relato de un camino de sanación (2016, PPC). Una obra escrita junto una víctima de esa desgarradora experiencia y el psicólogo clínico y psicoterapeuta Javier Barbero. El relato de la víctima está en primer término, acompañado por sendas pinceladas del sacerdote y del terapeuta que guiaron el proceso y su acompañamiento espiritual y psicológico.

Una historia, la de esta persona anónima, que va desde la crueldad de quien rebasa los límites de la dignidad del otro, hasta la reconstrucción de una identidad que nunca debió ser arrebata. No solo nos dan esperanza las palabras del sacerdote acompañante diciendo que es posible salir. La víctima confiesa que los gestos de la Iglesia le han vuelto a tocar, de nuevo, el corazón: “Para una víctima que ha sido abusada por un sacerdote fue tan importante que Benedicto XVI, primero, y Francisco, después, salieran a su encuentro. ¡Cuántas situaciones humillantes se evitarían si la Iglesia hiciera lo propio!”, escribe.

Desde la experiencia de la víctima, comprobamos que también aquello de la “Iglesia en salida” es más que una expresión bonita.