Siria grita al mundo: “Necesitamos vuestro apoyo”

Testimonio de un marista en Alepo, cuya comunidad permanece junto a su pueblo

M_Siria2

Siria grita al mundo: “Necesitamos vuestro apoyo” [ver extracto]

MIGUEL ÁNGEL MALAVIA | Después de tres años de guerra civil en Siria, en un contexto de “rutina sangrienta” del que solo trascienden a través de los medios internacionales las noticias que refieren hechos especialmente graves, hace dos semanas tuvo un gran eco la desesperada llamada de atención de George Sabe, miembro de los maristas azules que permanecen junto a su pueblo en Alepo.

Denunciaba en una carta difundida por su congregación:

Mi ciudad está sufriendo terriblemente. Unidos a sus más de dos millones de habitantes, nosotros también gritamos: ¡Tenemos sed! Los rebeldes han cortado el agua… ¡Llevamos 10 días sin tener ni una gota! ¡Es una vergüenza! ¡Necesitamos vuestro apoyo! ¡Haced lo que podáis! Callarse significa hacerse cómplice… Alepo tiene sed… Alepo está castigada a muerte… Es vergonzoso, en este siglo XXI, asistir a la agonía de todo un pueblo ante la indiferencia mundial.

Contactado por Vida Nueva, el religioso describe el pavoroso panorama que padece su tierra:

Son ya tres años de guerra, en los que esta se desplazó de una parte del país a otra. Muchos han huido, algunos a los países limítrofes y otros fuera de Oriente Medio. Nuestro pan cotidiano es la muerte de un joven, la destrucción de un edificio, los morteros, los bombardeos, el robo, el llanto de las madres y de los hijos, de repente huérfanos… Nuestro pan cotidiano es gente llevándose cualquier cosa de casa y huyendo, sin saber a dónde dirigirse. Lo peor es que se está instalando el miedo. Este se hace realidad, se encarna en cada rincón. El miedo es ya nuestro compañero de vida, con lo que ello conlleva, pues el miedo destruye a la persona.

En el caso de Alepo, la situación es ya límite:

En un principio, la guerra no llegó aquí. Pero todo cambió el 23 de julio de 2012. Desde ese día, la ciudad se viste de negro, el color de la muerte. Una vez que fuimos ocupados, comenzó nuestra destrucción sistemática: se acaba con todo, todo, todo… Hay un bloqueo general que impide desde hace muchos meses pasar de un lado al otro. Estamos divididos y encerrados. Es una vergüenza. Para llegar de un barrio al otro, lo que antes se hacía en cinco o diez minutos, ahora lleva 15 horas o más. Evidentemente, el bloqueo lleva consigo la carencia de las necesidades básicas. Al cortarse la carretera principal, nos falta el abastecimiento de pan, alimentos, gasoil, electricidad. Hasta que, por último, cortaron el agua.

 

Respuesta coordinada

Con el fin de interpelar al mundo sobre la necesidad de ayudar urgentemente a la población siria, Sabe enfatiza que allí la gente no permanece de brazos cruzados, sino que se moviliza desde un fuerte sentimiento comunitario que no establece diferencias entre condiciones sociales o religiosas:

Hay días en los que perdemos la ilusión, pero nunca la esperanza. Sabemos que hay que levantarse y que no podemos dejarnos llevar por la muerte y la guerra. Y no lo hacemos, actuamos. Las escuelas públicas han sido abiertas para ser dormitorios, la Cruz Roja Internacional está instalada en todo el país y hay varios programas de ayuda de la ONU, sobre todo de atención a los refugiados. A nivel local, la gente se organiza. Se están creando varias ONG de ayuda y de servicio a la población.

Una labor en la que las comunidades religiosas se están dejando literalmente la vida, como tristemente evidenció el caso del jesuita holandés Frans van der Lugt, asesinado en abril en Homs y quien, a sus 76 años, llevaba 48 acompañando a la población siria (VN, nº 2.890).

Los maristas azules mantienen idéntico compromiso: “Hemos escogido quedarnos, tanto los consagrados como los seglares. Lo tuvimos claro desde el inicio de la guerra: nos quedamos para servir y educar. Sentimos que nuestra misión es aportar la ayuda necesaria a la población; es un servicio a la paz, a la gente desplazada, que consiste en dar de comer al que tiene hambre, escuchar los lamentos de los que sufren y tratar de aportar un apoyo psicológico especial a niños, jóvenes y mayores”.

En este sentido, perciben a un tiempo lo más triste y lo más esperanzador, que se aúnan demasiadas veces en esta terrible situación:

Lo malo viene con los casos de las muchas familias y jóvenes que han salido del país. Es terrible el momento en que vienen a decirnos: ‘Adiós, nos vamos mañana’. Sabemos que es hacia un destino lejano y muchas veces desconocido. En cambio, cada día escuchamos también esta otra frase: ‘Gracias por ser diferentes’. Nos preguntamos en qué somos diferentes, pero nos alegra pensar que lo somos por nuestra manera de ser, ayudar y educar. Todo esto lo vivimos como maristas. Es nuestro compromiso: cuando más de tres millones de niños sirios necesitan educación, con el riesgo de estar ante una generación perdida, los maristas queremos aportar una respuesta que viene de nuestra tradición y de nuestro carisma. Lo mismo con el resto de cosas: cuando más de la mitad de la población siria vive de la ayuda, los maristas estamos comprometidos en dar leche, comida, vestidos, medicamentos, hospitalización, alojamiento y tantos otros servicios a los más necesitados.

Así, más de 500 familias cristianas y musulmanas son las que atienden en Alepo los maristas azules dentro del programa Los ciudadanos heridos por la guerra. Gracias a este, con la ayuda de los médicos de un hospital y con las religiosas que colaboran en él, acogen a civiles heridos. “Aquí vivimos el ser marista todos juntos, los religiosos y los laicos –abunda Sabe–. Nuestra vocación se ha abierto a seglares musulmanes que comparten con nosotros la misión educativa y la misión de ayuda. Esa es una experiencia inolvidable. Lo que hacemos responde a la llamada de nuestro último capítulo general, pero también a lo que nos dice el papa Francisco: ‘Nuevos horizontes… quedarse en las fronteras’”.

Algo que viven con naturalidad en su día a día: “Nuestra casa está abierta a todos. Ahora hay chicas musulmanas que viven en nuestra residencia. En un mes tienen que presentarse a los exámenes universitarios y no pueden atravesar cada día el pasaje entre las dos partes en que la ciudad está dividida. Hasta hace poco también han vivido con nosotros más de 30 familias, que se han alojado en nuestra casa durante seis meses. Luego les hemos ayudado con el alquiler. Con nosotros, niños y jóvenes, musulmanes y cristianos, todos reciben educación de calidad. Aparte, las mujeres participan en actividades de desarrollo y tenemos otra casa de acogida para los más necesitados. Estamos abiertos a todos: desde los que necesitan tomar un baño o lavar su ropa hasta los que necesitan una comida caliente o pasar solo una noche”.

Con esa humildad, Sabe se pregunta: “¿Somos héroes? No, somos solo maristas. Sembramos semillas. Ojalá que de paz”.
 

Una fuerza que contagia

El 13 de mayo, si el SOS de George Sabe fue recogido por numerosos medios, fue porque Emili Turú, superior general de los maristas, removió cielo y tierra para que este llegara a las redacciones. En conversación con Vida Nueva, Turú transmite su admiración por la labor de sus hermanos en Alepo:

Cada vez que he tenido ocasión de hablar con ellos, me dicen que les doy mucho ánimo y que se sienten en comunión con nosotros. ¡Pero el que sale animado de esas conversaciones soy yo! Sus palabras no hacen más que confirmarme que viven como en un pequeño ‘laboratorio’ las grandes intuiciones de la Vida Religiosa hoy: presencia en los márgenes y las fronteras; comunión entre religiosos y laicos; oración y trabajo conjunto con personas de otros credos y religiones; vida comunitaria abierta y acogedora; profunda vivencia de la oración…

Es impresionante el impacto que esa pequeña comunidad marista ha tenido entre nosotros: los maristas azules han inspirado y continúan inspirando a jóvenes y mayores en los cinco continentes. Otra confirmación de que ese es el camino adecuado para nosotros, de que ese es el lugar en el que tenemos que estar.
“Como maristas –abunda–, nos sentimos llamados a construir una Iglesia de rostro mariano. Me llena de alegría saber que un grupo de hermanos y laicos, cristianos y musulmanes, lo están haciendo en Alepo, con entusiasmo y generosidad.

En el nº2.896 de Vida Nueva

 

LEA TAMBIÉN:

Compartir