Tribuna

Sin ancianos no hay futuro

Compartir

Una reflexión sobre la pandemia actual Covid-19

La pandemia por la aparición del Covid-19 ha suscitado en el mundo diversas situaciones que han llevado, todas, al replanteo de muchas de nuestras acciones. De hecho nos encontramos con los factores, ya anticipados por papa Francisco en la encíclica ‘Laudato sí’’, como la transformación del ambiente, la urbanización, la crisis climática, el calentamiento global, la deforestación con la destrucción de ecosistemas. Todo ello ha sido y es el caldo de cultivo para situaciones como las que estamos viviendo a nivel global.



Pero también, y se ha dicho especialmente en referencia a la realidad de los barrios populares, la pandemia ha dejado al descubierto y evidenciado con crudeza las carencias que afectan a muchas personas: falta de agua corriente versus la necesidad de mantener la higiene de manos; hacinamiento versus la necesidad de mantener la cuarentena; filas en cajeros automáticos o comercios, gente transitando y circulando por las calles versus la necesidad de mantener suficiente distancia social; negocios cerrados con dificultades para mantener alquileres y personal versus una economía que necesita imperiosamente repuntar.

Sin embargo, y se sabe mucho de lo sucedido en los países que sufrieron por esta pandemia en el hemisfero norte y de los que hemos tomado mucha experiencia, poco se habla o se alza la voz en relación a la situacion de los ancianos.

Compromiso e invitación

Como Comunidad de Sant’Egidio sentimos que esta situación merece que se preste una mayor atención. Particularmente, si consideramos la cantidad de contagios e infectados en institutos geriátricos, los fallecidos que en su mayor porcentaje son ancianos por tratarse de una población de alto riesgo. La soledad de los ancianos de este tiempo es demasiado fuerte, el aislamiento al que se ven obligados es una protección, pero a su vez se debe considerar la necesidad que ellos tienen de contactarse con el entorno familiar y social.

Por ello.  llegamos a la reflexión que invitamos a hacer a toda la ciudadanía y que se ha transformado en una campaña de firmas y concientización: “Sin ancianos no hay futuro”, apelando a cambiar radicalmente de mentalidad para impulsar nuevas iniciativas sociales y sanitarias a favor de la población anciana. Es por ello que afirma el llamamiento: “Nos preocupan las tristes historias de mortalidades de ancianos en residencias. Se está abriendo paso la idea que se pueden sacrificar sus vidas en beneficio de otras. El papa Francisco lo define como ‘cultura del descarte’”. Cuando se llega a poner en el tapete la cuestión de salvar a las personas según su espectativa de vida, cuando se llegan a definir los parámetros para direccionar el uso de un respirador, se pierde la visión que todos llegaremos a ser ancianos, y la vida, que encierra un gran misterio, se transforma en una especulación más.

En 2007, con relación al tema de la eutanasia de los ancianos, el entonces arzobispo de Buenos Aires, Cardenal Jorge Bergoglio, ha manifestado: “En la Argentina hay eutanasia encubierta. Las obras sociales pagan hasta cierto límite; si te pasás, ‘morite, total sos viejo’. Hoy se descarta a los viejos cuando, en realidad, son la sede de la sabiduría del pueblo”, y afirmó que, según la Iglesia, “el derecho a la vida es dejar vivir y no matar; dejar crecer, alimentar, educar, curar y dejar morir con dignidad. No interferir manipuladoramente“.

Evitar la institucionalización de los ancianos, junto a la necesidad de una sanidad que los ampare, necesita de una reflexión profunda que como sociedad no podemos postergar. De hecho, estamos convencidos que hay múltiples respuestas a la propuesta de erradicar los institutos pequeños o grandes, donde los ancianos muchas veces no son más que una fuente de ingreso o quedan como en un depósito en soledad, mientras se apagan “sin pena ni gloria”.

Los invitamos a firmar el Llamamiento “Sin ancianos no hay futuro” y difundirlo para que, en busca del bien común, hagamos un frente común por la dignidad y la vida de nuestros mayores.

Llamamiento para re-humanizar nuestras sociedades. No a una sanidad selectiva

Durante la pandemia del Covid-19 los ancianos están en peligro en muchos países europeos. Las dramáticas cifras de muertos en residencias hacen estremecer.

Habrá que revisar muchas cosas en los sistemas sanitarios públicos y en las buenas prácticas necesarias para llegar a todos y curarlos con eficacia, y para superar la institucionalización. Nos preocupan las tristes historias de mortaldades de ancianos en residencias. Se está abriendo paso la idea de que se pueden sacrificar sus vidas en beneficio de otras. El papa Francisco lo define como “cultura del descarte”: privar a los ancianos del derecho a ser considerados personas relegándolos a ser solo un número y, en algunos casos, ni siquiera eso.

En muchos países, ante la necesidad de atención sanitaria está surgiendo un modelo peligroso que fomenta una “sanidad selectiva” que considera residual la vida de los ancianos. Así, su mayor vulnerabilidad, su avanzada edad y el hecho de que pueden ser portadores de otras patologías justificarían una forma de “elección” a favor de los más jóvenes y de los más sanos.

Resignarse a una solución de este tipo es humana y jurídicamente inaceptable. Lo es no solo según una visión religiosa de la vida sino también según la lógica de los derechos humanos y de la deontología médica. No se puede avalar ningún “estado de necesidad” que legitime o dé cobertura al incumplimiento de dichos principios. La tesis de que una menor esperanza de vida comporta una reducción “legal” del valor de dicha vida es, desde un punto de vista jurídico, una barbaridad. Que eso se produzca a través de una imposición (del Estado o de las autoridades sanitarias) ajena a la voluntad de la persona representa un intolerable atropello añadido de los derechos de la persona.

La aportación de los ancianos sigue siendo objeto de importantes reflexiones en todas las culturas. Es fundamental en la trama social de la solidaridad entre generaciones. No podemos dejar morir a la generación que luchó contra las dictaduras, que trabajó por la reconstrucción después de la guerra y que edificó Europa.

Creemos que es necesario reafirmar con fuerza los principios de igualdad de tratamiento y de derecho universal a la asistencia sanitaria conquistados en los últimos siglos. Es el momento de dedicar todos los recursos que sean necesarios para proteger el mayor número de vidas posible y para humanizar el acceso a la atención sanitaria para todos. Que el valor de la vida sea siempre igual para todos. Quien rebaja el valor de la vida frágil y débil de los más ancianos, se prepara para desvalorar todas las vidas.

Con este llamamiento expresamos nuestro dolor y nuestra preocupación por el elevado número de ancianos que han fallecido en estos meses y esperamos que se desate una revuelta moral para que cambie la dirección en la atención sanitaria a los ancianos y para que estos, sobre todo los más vulnerables, jamás sean considerados un peso o, aún peor, inútiles.

Para la firma del llamamiento se puede ingresar a www.santegidio.org