Tribuna

La Agenda 2030, un camino compartido con la Iglesia

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En un contexto internacional tan turbulento y convulso como el actual, además de las guerras y conflictos, nos encontramos con que un tercio de la humanidad sigue viviendo en inseguridad alimentaria y sin acceso al agua potable, casi mil millones viven pobreza extrema, las desigualdades han aumentado y millones de migrantes y refugiados se juegan la vida huyendo de la miseria, el cambio climático o las persecuciones injustas.



Desde esta humanidad compartida y herida, es necesario volver la mirada a los proyectos comunes construidos entre todos, que orienten el camino, que generen paz, esperanza y un futuro común. Ahí cobran su relevancia los acuerdos construidos “entre nosotros, los pueblos”, reunidos en Naciones Unidas en 2015. El fundamental, por ser más integral, es la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, reforzado además por la Agenda de Acción de Addis Abeba de Financiación del Desarrollo y el Acuerdo de Cambio Climático de París.

No juzgar de oídas

¿Qué propone la Agenda 2030? ¿Por qué crea polémica en algunos sectores de la Iglesia? Lo primero y principal es leer el texto original. No se puede juzgar de oídas. Como diría Kant, debemos asumir nuestra mayoría de edad, pensar con espíritu crítico y por nosotros mismos. El texto original “Transformar nuestro mundo: la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible” es la Resolución de la Asamblea General A/RES/1/70.

La Agenda se estructura en un preámbulo y cuatro partes: declaración política; los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), los medios de implementación y el sistema de seguimiento. El preámbulo empieza reafirmando la Carta ONU, por la que “nosotros los pueblos” nos damos esta agenda. Naciones Unidas no es un ente abstracto. Son todos los Estados miembros los que aprueban, en este caso por consenso, esta Agenda. Y lo hacen tras un proceso de negociación abierto y participativo de tres años, como nunca antes en la historia. Todos los países pudieron participar con voz propia y en igualdad de condiciones. Así lo hacía España, pero también lo hacía la Santa Sede, que mantuvo en todo momento una posición muy activa y coherente con los principios de la Doctrina Social de la Iglesia.

El preámbulo enmarca los fines de esta Agenda de desarrollo: la dignidad de las personas en el centro, la protección del planeta, la generación de la prosperidad compartida, la paz basada en la justicia, y esto solo puede lograrse entre todos. La declaración política está muy reforzada por un enfoque de derechos humanos e incluye una visión del desarrollo humano y sostenible, donde la dignidad de las personas es central, y donde no se dejará a nadie atrás. Para que no quede en buenas intenciones se concreta en 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible, que incluyen las tres dimensiones: social, económica y ambiental. Estos objetivos, aterrizan todavía más en 8-10 metas cada uno, haciendo un total de 169 metas y 231 indicadores para poder medir su evolución y cumplimiento anualmente.

Un equilibrio muy fino

Cualquier negociación de Naciones Unidas se consigue aprobar con un equilibrio muy fino; hasta que todo no está negociado y aprobado, nada está aprobado. Por lo tanto, la negociación es muy complicada. Es necesario un gran esfuerzo por parte de todos los Estados para lograr avances tan importantes en metas como la multidimensionalidad de la pobreza, el hambre cero, el enfoque de derecho humano al agua, la educación de calidad para toda la vida o la salud universal. Además, se incluyeron objetivos muy transformadores como la producción y el consumo responsable o las ciudades sostenibles. Y, finalmente, se tuvo en cuenta a nuestra “casa común”, es decir, la protección de la biodiversidad marina y terrestre, los océanos y la lucha contra el cambio climático.

En total coherencia con el papa Francisco, somos custodios y no dueños de nuestra “casa común” y debemos pensar en las generaciones futuras. Este equilibrio global y este acuerdo se lograron por unanimidad de todos los Estados miembros, y se aprobó en la Cumbre de Desarrollo Sostenible, que se inició con el discurso del Papa Francisco en la Asamblea General de la ONU, el 25 de septiembre de 2015, afirmando que “la Agenda es una importante señal de esperanza”.

La posición de la Santa Sede

Es cierto que, para llegar a este acuerdo, en algunos temas complejos se utiliza un lenguaje ya consensuado anteriormente, que juega con cierta ambigüedad diplomática. Esto sucede con casi todos los acuerdos de Naciones Unidas y es lo que permite avanzar, cerrar negociaciones y dejar abierto a que sea cada país cómo lo van a interpretar y aterrizar en sus territorios. Ahí es donde la Santa Sede presentó su propia posición en 2016, para aclarar cómo lo interpreta la Iglesia, para inspirar a los países en su implementación y para no dejar lugar a ninguna ambigüedad.

Este es otro documento imprescindible: “Nota de la Santa Sede relativa a la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible”, presentada en la Asamblea General de Naciones Unidas en 2016 (Resolución A/71/430). En ella se reafirma el respaldo a la Agenda y se explica la posición de la Iglesia en temas tan importantes como el respeto a la vida, la centralidad de la persona, el concepto de dignidad humana, la promoción de las mujeres y los hombres, la salud, los derechos y deberes de la familia, la libertad de religión o el desarrollo humano integral.

En consonancia con el magisterio papal

La Iglesia apoya la Agenda 2030 porque es básicamente una agenda de lucha contra la pobreza y las desigualdades, de desarrollo humano y sostenible, donde la dignidad el ser humano es central y donde nadie se quedará atrás. Es un eslabón más en la promoción de la cultura del encuentro de Francisco, la caridad en la verdad de Benedicto XVI, la civilización del amor de san Juan Pablo II y el desarrollo integral y de los pueblos de san Pablo VI. Este es el camino a seguir.

Ahora son 17 ODS, pero va mucho más allá de ellos y de 2030, porque es un camino compartido, también por la Iglesia, porque es el camino de la dignidad. Combatir la cultura de la indiferencia, hacerse cargo del prójimo, del pobre, del inmigrante, del anciano… En definitiva, se trata de generar capacidades que permitan vivir una vida en condiciones dignas y de generar procesos de desarrollo integral, humano y sostenible que permitan ilusionar de nuevo a la humanidad en proyectos comunes, compartidos y generadores de esperanza.


*Marta Pedrajas, doctora en Filosofía y economista, es experta en desarrollo humano y sostenible en la ONU, el Vaticano y el Ministerio de Asuntos Exteriores. Fue la coordinadora de la posición española para la negociación de la Agenda 2030.

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