Tribuna

El papa Francisco todavía puede sorprendernos

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“De momento, no. De verdad. Pero llegará el momento en que vea que ya no puedo hacerlo”, estas fueron las palabras del papa Francisco en una entrevista concedida a Reuters. Así de categórico, desmintió los rumores acerca de renunciar por problemas de salud. Es de conocimiento público que el Papa ha tenido que lidiar, en este último tiempo, con impases de salud que han afectado sus quehaceres y responsabilidades como pontífice.



Todo comenzó con una delicada operación de colon a la que fue sometido a comienzos de julio de 2021, y que afortunadamente, sorteó de buena manera. Luego, ha sido el fuerte dolor que padece en su rodilla derecha, episodio que le obligó a cancelar, por consejo de los médicos, un viaje a la República Democrática del Congo y Sudán del Sur. Sin embargo, hace poco, retornó a sus actividades y pudo realizar su viaje a Canadá para la Jornada Mundial de los Abuelos.

¿Dimisión?

Lamentablemente, su situación de salud ha desencadenado una serie de especulaciones sobre una posible dimisión, como hizo su predecesor, Benedicto XVI, en 2013. Los medios de prensa y sectores ultraconservadores, que resisten el actual pontificado de Francisco, acentúan su estado de deterioro. Así lo ratificó una versión que publicó el diario Libero, el cual afirmó que “Francisco está pensando en dimitir y que los rumores sobre la posibilidad de un cónclave para elegir un nuevo Papa son cada vez más insistentes”.

Ante tantos trascendidos es bueno saber qué pasaría si nuevamente la Iglesia se ve afectada por la renuncia del Papa. Sabemos que la dimisión de un Papa es algo atípico en la vida de la Iglesia y su historia. Ejemplos como el de Celestino V (Pietro di Morrone, su nombre secular, 1294), marcó un hito en la historia de la Iglesia. Las causas de su abdicación se debieron a su enfermedad, que lo incapacitaba a cumplir su oficio, como también a su deseo de retornar a la vida de ermitaño. Fue juzgado duramente por sus colegas y entorno, pero no por eso la Iglesia dejó de proclamarlo santo.

Otro Ejemplo es el del papa Gregorio XII que se vio obligado a renunciar voluntariamente (1415) −mediante una bula− en la que reconocía al concilio y la teoría “conciliarista”, según la cual el Concilio se encontraba por encima del Papa, y este debía plegarse a las decisiones del Concilio.

Ante estas “dimisiones”, el Derecho Canónico contempla que la causa más común para que un Papa cese en sus funciones de oficio −por tener este una duración intrínsicamente vitalicia− es la muerte. Sin embargo, establece la hipótesis de la renuncia al Ministerio petrino sobre todo, cuando afirma que, “si el Romano Pontífice renunciase a su oficio, se requiere para la validez que, la renuncia sea libre y se manifieste formalmente, pero no que sea aceptada por nadie, porque como es suprema autoridad de la Iglesia, no puede ser juzgado por nadie: ‘Prima Sedes a nemine iudicatur’, (“La primera sede o sede primada no está sujeta al juicio de nadie”, cánones 331-332). No obstante, el Derecho Canónico prevé y regula exhaustivamente la renuncia de un Papa (Cfr. cánones 124 a 128 y 187 a 189).

Por tanto, la dimisión debe ser un acto libre, no solo en el sentido de que el Papa no debe estar condicionado (física o moralmente) por alguien o por algo, sino que ha de estar a resguardo de aquellos defectos con relación a la “voluntad”, es decir, como el error, la violencia o el dolo, que hacen inválido un acto jurídico. Por la misma razón, para un acto de esta relevancia debe haber una correcta y clara manifestación. Por eso, en función de la certeza del Derecho, se pide que la voluntad de renunciar al cargo sea declarada formalmente y con una prueba evidente. Si bien el Derecho Canónico contempla una serie de disposiciones al quedar vacante la Sede de Pedro, la decisión de dimitir de un Papa y más, en estos tiempos, es una cuestión que la Iglesia habrá de considerar y aceptar.

Benedicto XVI y Francisco se saludan ante la mirada de George Gänswein papas

El gesto de Benedicto XVI

En nuestra retina quedó aquella imagen de Benedicto XVI cuando dijo en febrero 2013: “siendo muy consciente de la seriedad de este acto, con plena libertad, declaro que renuncio al ministerio de Obispo de Roma, Sucesor de San Pedro, que me fue confiado por medio de los Cardenales el 19 de abril de 2005”. Después del gesto extraordinario del Papa emérito, que generó algunas circunstancias forzadas o muy confusas por todos conocidas, su decisión de abdicar confirmó aún más su sensatez, prudencia y sapiencia teológica. De esta forma, se rompía un tabú muy extendido en la conciencia eclesial y secular, que casi era inadmisible de que un Papa renunciase. Más aun, se pensaba que no era posible, ya que el Vicario de Cristo no tenía a quien presentar su dimisión, porque únicamente ante Dios era responsable. Pero, Benedicto XVI tenía autoridad teológica y moral suficiente para realizar tamaño acto de coraje y asentar el precedente que marcó otro hito en la historia de la Iglesia.

Como sociedad vivimos tiempos álgidos, convulsionados y de muchos cambios vertiginosos. La Iglesia no escapa a esta realidad y creo que ha llegado la hora de la actualización al gobierno eclesial. Benedicto XVI así lo entendió y tuvo la capacidad de romper con un tabú sacralizado. Quizá para los más conservadores su actitud sepultó todo dogma y principio eclesial, pero lo suyo fue lo más normal y comprensible: edad avanzada y casi sin fuerzas. Además, se sumaron los conflictos internos e intrigas curiales, que definitivamente afectan a la sociedad y la Iglesia, porque en ambas se ha perdido el “sentido común” del evangelio de Jesús.

Sabemos que después del Concilio se llegó a un acuerdo de que los altos cargos jerárquicos, obispos y cardenales, presenten su renuncia a los 75 años. ¿Por qué esa normativa no debiera aplicarse también al Papa? Además, el vertiginoso ritmo histórico, la globalización de la sociedad y el pluralismo cultural claman por “cambios significativos” como también el ser flexibles y no temer a esos cambios. En este sentido, las grandes órdenes religiosas, demostraron de que el carácter electivo y la temporalidad en los cargos son el instrumento más apto para lograrlo. De acuerdo con los tiempos, me parece que el gobierno eclesial ganaría mucho, si el gobierno del Papa fuera no solo electivo, sino también por un período de tiempo. Es decir, hasta que el sumo pontífice esté, con sus facultades físicas y mentales, en buenas condiciones. Pues a la Iglesia le urge mandos ágiles y renovables que le permitan navegar como la Barca de Cristo.

Sin duda, que la Iglesia está frente a un problema teológico−eclesial que aún no se agota, pero que deja entre ver que la realidad de ella es dinámica y que, en sus años de historia, ha tomado conciencia de que hay que saber leer los “signos de los tiempos”. Así, por ejemplo, con el Concilio de Trento (s. XVI), la Iglesia entendió que un obispo debía vivir siempre en el territorio de su diócesis; más adelante, apenas en el siglo XX comprendió que hay una edad en la que un obispo (salvo excepciones) ya no está en condición de gobernar a su grey, y por eso instituyó la renuncia de los obispos al llegar a los 75 años.

“De momento, no…”

Quizás, las palabras del papa Francisco dejan una ventana abierta con la figura de los “obispos eméritos” y así lo confirmó a la periodista mexicana, Valentina Alazraki, (corresponsal de Noticieros Televisa en el Vaticano): “hace setenta años, no existían los Obispos eméritos. Y hoy tenemos mil cuatrocientos. O sea, se llegó a la idea de que un hombre después de los 75, alrededor de esa edad, no puede llevar el peso de una Iglesia particular”. Además, agregó: “lo hecho por Benedicto XVI fue abrir la puerta de los Papas eméritos”. Por eso, Francisco considera que el Papa alemán es como “una puerta abierta institucional” que dio pie a que los pontífices puedan renunciar. Hoy lo del Papa emérito no es una cosa rara, sino que se ha abierto la puerta para que se admita esa posibilidad.

Con razón o sin razón, el Obispo romano declaró que su Pontificado “va a ser breve. Cuatro o cinco años”. Explicó que su presentimiento “es como una sensación un poco vaga. (…) No sé qué es. Pero tengo la sensación de que el Señor me pone para una cosa breve, nomás… Pero es una sensación. Por eso tengo siempre la posibilidad abierta ¿no?”. Esta declaración emitida por Francisco todavía causa escalofríos y puede ser un insulto para la rúbrica y la norma. Sin embargo, todo indica que el camino del “sentido común” del evangelio nos debe llevar a pensar que lo más normal es que la renuncia de un Pontífice sea posible. No obstante, el papa Francisco ha sido tajante en su respuesta: “De momento, no. De verdad…”. Sin duda, que ha sido honesto, pero también es evidente el deterioro de su salud. Por ahora, el precedente más reciente dejado por Benedicto XVI hace realidad su gesto final, porque si se repite será de gran vitalidad para el camino de renovación de la Iglesia que el propio papa Francisco ha iniciado.