Tribuna

El don de la amistad

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Una vez escuché decir que “hay amigos, amiguitos y amigotes”. Me parece ilustrativo para determinar lo que es la amistad. Borges decía que “lo importante es sentir a una persona como amiga. Lo demás, la frecuentación, la confidencialidad, todo puede ser prescindible”. En suma, se trata de gratuidad, proyectos comunes y seguridad por contar con ese sentir. Tanto el tener amigos como ser amigo es un don y, como todo don, exige responsabilidad, respeto, determinados códigos.



A lo largo del Evangelio Jesús resalta el don de la amistad en la elección de los apóstoles, en el llanto por la muerte de Lázaro y la cercanía con sus hermanas Marta y María y otras escenas más. En la última Cena[1] le dice a los apóstoles “ustedes son mis amigos” y agrega “no hay amor más grande que dar la vida por los amigos”. Lo dice antes de morir, a modo de testamento como algo que quiere que los apóstoles lleven grabado en el corazón y no se lo olviden más.

A simple vista podríamos pensar que el amor más grande es el de los esposos o el de la madre por un hijo. Sin embargo Jesús define al amor más grande en términos de amistad. Ése es el amor más grande: dar la vida por los amigos. Y Jesús la da, en la cruz y en la Eucaristía. El amor al otro como es, se trata de sentirlo amigo, compañero de humanidad. Es una actitud que parte de uno y resuena en el otro. Dar la vida por el otro, en el sentido del que habla Jesús, te llamo amigo porque soy capaz de dar la vida por vos, no mido si la puedes dar por mí. Yo te llamo, te considero amigo.

Servicio a los marginados

En este tiempo, el Papa Francisco nos regaló la Encíclica Todos Hermanos. Allí habla de la fraternidad y la amistad social. Invita a vivir de tal modo la fraternidad que al considerar al otro como prójimo, la sociedad sea un verdadero ámbito de amistad. Allí no hay amiguitos o amigotes por sección, sino amigos en el proyecto de bien común. Amistad social que se vive desde el silencio del servicio. Servicio de un barrendero, de un médico de guardia, de una madre que vela a su hijo, de un hijo que cuida a su padre anciano, de la sonrisa gratuita, de la escucha activa. Amistad que se construye desde el servicio a los marginados. Por eso para que sea posible la amistad social en nuestros pueblos, primero necesitan ser “curados”.

La primera condición para hacer posible la amistad social general es ayudar al pueblo pobre trabajador a salir de la pobreza, la segunda condición es educar en verdaderos derechos humanos y en tercer lugar es importante tener gobernantes austeros y combatir la corrupción. Que todos nos animemos a mirar al otro a los ojos para hacerle sentir nuestra amistad, nuestra aceptación.

“Un principio que es indispensable para construir la amistad social: la unidad es superior al conflicto. La solidaridad, entendida en su sentido más hondo y desafiante, se convierte así en un modo de hacer la historia, en un ámbito viviente donde los conflictos, las tensiones y los opuestos pueden alcanzar una unidad pluriforme que engendra nueva vida. No es apostar por un sincretismo ni por la absorción de uno en el otro, sino por la resolución en un plano superior que conserva en sí las virtualidades valiosas de las polaridades en pugna[2]”.

Pareciera imposible ¡es demasiado! Pero si no comenzamos será más difícil.

Un buen modo sería saborear la frase “ustedes son mis amigos”. Así me llama Jesús, así me ama pacientemente. Con su ayuda, su presencia y su ejemplo me pregunto ¿no puedo intentar hacer lo mismo? También podría ayudar la pregunta ¿soy amigo, amiguito o amigote?

 

 

[1] Relato del Evangelio de Juan, capítulo 15 y ss

[2] Evangelii Gaudium 228