Tribuna

Dios es uno solo y es amor

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En Job entramos en contacto con la idea de un Dios rico en misericordia, es decir, ese gesto notablemente amoroso que nos impulsa hacia el que sufre, de allí que Dios es amor. En el Salmo 136 se nos dice reiteradamente que demos gracias al Señor, porque Él es bueno, porque su amor perdura para siempre. El profeta Isaías nos dice que, en su infinito amor, Dios hace caminos en las montañas y pavimenta los senderos, consuela a su pueblo y se compadece de los afligidos.



De tal manera que el amor es principio de todo en cuanto al hecho cierto de que Dios es amor y no es sino por medio del amor que llegamos al Padre siendo Cristo la manifestación carnal del amor divino: rostro de la misericordia de Dios. Entonces, si esto es así –y lo es–, ¿por qué existen tantas dificultades para abrirnos al corazón de aquel que no sigue el mismo camino de fe que nosotros seguimos?

¿Dónde está Dios?

San Agustín nos cuenta sobre un niño que intentaba meter toda el agua del océano en un pequeño hoyo. Vanos serán siempre nuestros esfuerzos por comprender con nuestra mente finita el misterio de Dios que es infinito. Swami Abhishiktananda, monje francés que se fue a la India buscando la vida contemplativa, afirma que si el Espíritu es la presencia y la acción de Dios y del Señor en mí, “es por naturaleza inaprensible. Para captarlo con el pensamiento necesito darle nombre, objetivarlo y separarlo de mí. Pero si lo separo de mí, entonces, mi relación con Dios se desvanece”. De allí que el maravilloso universo islámico comprende que quien logre enumerar los noventa y nueve nombres de Dios conseguirá el paraíso.

Por esta razón –y otras tantas más– el sacerdote jesuita José Ignacio González Faus admite que buscar una aproximación y confrontación con otros universos religiosos no podrá ser resultado de un mero diálogo de conceptos, sino a través de una mistología, es decir, de una reflexión cuidadosa a partir de las místicas es que podríamos introducirnos confiadamente en cada experiencia fontal, y generar desde allí un esfuerzo respetuoso por entender, por comparar y por aprender el universo espiritual del otro.

El filósofo Raimon Panikkar nos refiere al concepto de anicónico: aquello que no tiene imagen ni forma, por ello el arte islámico y hebrero, expresión de la belleza de Dios, es anicónico. Dios es uno solo, es la misteriosa armonía que lo abraza todo, pero su interpretación es múltiple y se sustenta en la relación del hombre con Él, es decir, lo que denominamos religión y, como afirma Benedicto XVI, cualquier religión es inseparable de su marco cultural, aunque no se identifique con ella.

Dios es uno solo y es amor

¿Sobre qué discuten las grandes religiones? ¿Cuál es el objeto de su discusión? ¿Dios es ese objeto? Los Upanishads admiten de manera radical que Dios “no es esto, ni es aquello”. San Agustín afirma que si hemos entendido a Dios, eso no es Dios. Nuestro problema no está en Dios. El problema realmente se encuentra en nuestras limitadas facultades mentales, muy especialmente en Occidente, tan racionales, tan temerosos a lo extraño, a aquello que no logramos entender y que pone en crisis nuestros principios de no-contradicción, tan carentes de experiencias místicas.

Chiara Lubich nos pide que aprendamos a mirar a todas las flores y para ello, debemos acallar todas las voces y abrirnos al silencio de la vida, que no es otro que aquel arte de saber silenciar las actividades de la propia vida para llegar a la experiencia pura de la vida. Mirar todas las flores implica erosionar las bases racionales que han conllevado al hecho cierto de hacer que identifiquemos a la vida con las actividades de la vida e identificar nuestro ser con nuestros pensamientos, sentimientos, deseos, voluntad con todo cuanto hacemos y tenemos. Paz y Bien.


Valmore Muñoz Arteaga. Director del Colegio Antonio Rosmini. Maracaibo – Venezuela