Tribuna

De la escuela de los saberes a la escuela con sentido

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El paradigma educativo tradicional academicista, enciclopedista y homogeneizante está en crisis. Si queremos transformarnos y transformar la realidad, no es suficiente con acumular datos y saberes, hay que pensar, y pensar no significa una etapa más de los procesos epistémicos de la persona. 

Somos humanos y, por ende, podemos ser mejores personas, con la posibilidad de elaborar un proyecto de vida de acuerdo con nuestra propia vocación y con una direccionalidad de cara a mejorar la historia (tu historia, nuestra historia, mi historia). Somos seres de valores que podemos dar siempre más de nosotros mismos, superando las apariencias y abiertos a enriquecernos con los otros que suman a nuestro caminar, a nuestro paso por la vida.

Crisis en la escuela

Podemos transitar por una ‘excelente escuela de saberes’, de las más renombradas y costosas, y egresar de allí –en palabras de Oscar Picardo Joao– como “sutiles profesionales cínicos, expertos corruptos, eminentes asesinos, brillantes explotadores, sabios déspotas, lumbreras de fraudes, ilustrados hedonistas, excelentísimos materialistas, venerables consumistas y personas ignorantes”.

El mismo autor nos dirá que, “los medios educativos y científicos, y por ende el conocimiento son la clave del desarrollo; sin embargo, el conocimiento, por sí mismo, ha sido también la base del devenir inhumano, de donde han emergido las carreras armamentísticas, la tecnología deshumanizante, la manipulación genética y las diversas formas de economicismo salvaje”.

Recuperar el sentido

Fuertes palabras que nos golpean, pero a veces no tan distantes de la realidad. Por ello, ¡qué importante es la tarea vocacional de recuperar el sentido!, para cargar precisamente de sentido lo que soy, lo que vivo, lo que aprendo: ¿para qué?, ¿por qué?, ¿hacia dónde?, ¿con qué objetivo?, ¿con qué intencionalidad?

Para el teólogo belga Adolphe Gesché, “el sentido posee su autonomía”, y lo importante será descubrirlo y comprenderlo allí donde él se manifiesta. Por tanto, “es preciso dejar que el sentido aparezca allí donde él mismo se anuncia, no donde otros decretan su existencia”. El sentido habla por sí mismo, es una revelación, pues se sobrepasa a sí mismo y ocupa un lugar único en nuestra experiencia y nos permite descubrir espacios que de otra forma resultan insospechados.

Creadores e inventores de sentido

El sentido es portador de un universo que desborda nuestra conciencia inmediata y nos permite hacernos creadores e inventores. El sentido habla de un horizonte, habla de un lugar para lo posible, para lo imprevisto.

Otto Maduro, en su libro Mapas para la fiesta, afirma que “quizás lo que mejor define la vida de un ser humano cualquiera no son sus respuestas, sino las preguntas que carga a cuestas. Son las preguntas las que empujan a buscar, crear, pensar, imaginar, inventar, transformar, mejorar, enriquecer, preocuparse, ocuparse, cuidar, dialogar, escuchar y darse. Las respuestas en cambio, sobre todo si nos las tomamos demasiado en serio, definitiva y terminantemente, cerrándonos a escuchar otros ensayos de respuestas e interrogantes diferentes, corren mucho más el riesgo de paralizar, congelar, clausurar e imponer”.

La CIEC, la CLAR y las federaciones de la CIEC construyen sinergías durante el III Encuentro Interamericano de Pastoral Educativa.

Pedagogía de la pregunta

Si no hay preguntas, no hay respuestas, y simplemente estaríamos atravesados por meros recitados memorísticos, como lo expresa Paulo Freire: “es necesario desarrollar una pedagogía de la pregunta. Siempre estamos escuchando una pedagogía de la respuesta. Los profesores contestan a preguntas que los alumnos no han hecho”.

Gesché nos ofrece cuatro palabras clave para entretejerlas como plataforma para una ‘escuela con sentido’:

– La libertad, como invención y creación.

– La identidad, como confrontación con el otro y, especialmente, con Dios.

– La esperanza, como aquello que nos concede aliento de vida.

– El imaginario, como aquello que nos hace vivir en fiesta, en la que sabemos que Dios no nos ha abandonado.

Y he aquí una primera premisa para los educadores: estamos llamados a ser garantes del sentido de aquello que enseñamos, y esto en el intento de evitar definirnos como personas de pura cabeza y de repetición mecánica. Nuestro saber debe ser un saber que sirva para la vida, que cargue de sentido la vida.

* Algunas de estas ideas fueron expuestas en el III Encuentro Interamericano de Pastoral Educativa de la CIEC, en Panamá, el 1º de junio de 2019.