Tribuna

Aurelio Matos: la sombra que cobija a PPC

Compartir

Complicado encontrar un retrato suyo sedente. Casi imposible. Nunca ha dejado margen al posado. Ni a tomar la palabra en un auditorio. Alérgico a las primeras filas y a los focos. El acierto de moverse en el segundo plano, que no en la sombra. La maestría de crecerse en el cuerpo a cuerpo, de cuidar el “tú a tú”. Tanto con los equipos como con aquellos a quien se está llamado a servir. Liderazgo compartido, pero no de esos en los que uno se escuda en lo asambleario para diluir su responsabilidad.



Sabedor de que la Iglesia no se cuela en el mundo de la empresa para enriquecerse, pero, consciente de que hay que ingeniárselas para que garantice el pan de cada día a quienes se suman a la aventura. Despojado de toda ñoñería y pamplina clericaloide, abanderado de que a la oficina hay que llegar rezado, pero empapado de un Evangelio aterrizado en la misión de cada día. Esa astucia de las serpientes y sencillez de las palomas que se entreteje entre un bigote y unas gafas de pasta.

Ora a carcajadas, ora con una fulminante mirada, ora dejando caer unas lágrimas compartidas por el dolor del otro. Nunca cayó entre sus manos el tratado de estrategia militar de Liddell Hart que dicen que marcó el proceder pastoral de Bergoglio. Quizá porque está sobrado en batallas de sacristía y él mismo lo podría haber firmado. Por su capacidad para remozar el pasado, plantar cara al presente y diseñar el futuro.

Solo así es posible rubricar que la eficacia empresarial no solo es compatible con la eficacia evangélica, sino posible. Basta con echar mano del retrovisor. A PPC, sin él, le hubiese costado lo suyo pensar, publicar y creer. Porque el vendaval del COVID es solo uno de los temporales con los que ha tenido que brear en tiempos de etiquetas y condenas gratuitas. De ahí que custodiara esa peseta que permitió rescatar a la casa del cierre o tuviera enmarcadas esas siglas en hierro forjado que otrora fueron puerta de entrada. Memoria que no se puede ni se debe perder. Raíces que hablan de un proyecto que se ensancha más allá del papel.

Dando frutos

No piensa en PPC ni como editora ni como imprenta, sino como plataforma al servicio de la comunidad cristiana. Desde un modelo de sinergias. Para internacionalizar un proyecto que nació para contagiar el aggiornamento conciliar. Con la alianza como mantra. Ese “nadie se salva solo” que ahora circula como la pólvora, lo lleva tatuado. Con la convicción de que las Iglesias locales tienen que ser acompañadas en un contexto de incertidumbre y miedos. Llámense diócesis, congregaciones religiosas o movimientos. ¿El resultado? Cientos de catequesis moldeadas mano a mano. Colecciones que hablan de profecía y periferias. Libros de texto, no para fabricar católicos, sino para educar en la fe. Una Vida Nueva global y digital.

Pero, sobre todo, la BIA. O, lo que es lo mismo, la Biblia de la Iglesia en América, bajo el paraguas del CELAM. Esa traducción común para facilitar que todos los hispanohablantes sean discípulos y misioneros. Con la convicción de que solo la Palabra inculturada es la que se reconoce como propia y, por tanto, como salvadora. Un empeño faraónico. No por los recursos destinados, sino por el empeño incansable en tiempo récord de quienes han cargado con él a sus espaldas a uno y otro lado del charco.

Aurelio Matos se baja en esta estación como director global de la familia. Merecido parón que ahora le dejará volcarse en echar algún que otro rato más en su jardín, esas tareas que le oxigenaban de la tensión que, entre horas, solo templaba cigarro en mano. Ocio en primer plano para el viñador zamorano incansable. Dos décadas volcado en cultivar, abonar, dejar crecer, podar, trasplantar. Dando fruto. Y sombra que cobija a PPC.

Lea más: