Tribuna

Adiós a Encarnita, el ‘pase de oro’ de los santos españoles

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Se da por hecho que este es el tiempo de romper techos de cristal. Dando la sensación de que no se dio un paso alguno antes. Como si todo fuera cosa de anteayer. Y el hoy cambia, porque otras iniciaron procesos. Conquistando pequeñas o grandes cimas. Ahí está Encarnita. María Encarnación González Rodríguez. Fue la primera mujer en convertirse en directora de la Oficina de las Causas de los Santos de la Conferencia Episcopal Española.



Este Domingo de la Misericordia ponía rumbo a la Casa del Padre, a la Casa de aquellos a los que tanto mimó desde la calle Añastro esta historiadora y canonista de la Institución Teresiana. Burgalesa de Villaveta, acabó ocupándose de quienes son elevados a los altares por cosas de Dios.

Punto de partida

Después de ganarse su plaza como profesora de Historia en un instituto de Tarrasa, desde la Institución Teresiana se le pidió volcarse en el estudio de los orígenes y desarrollo histórico del carisma iniciado por Pedro Poveda. Pidió una excedencia, dejó las clases y respondió con creces, hasta tal punto que fue la primera investigadora en ostentar la Cátedra de Historia de la Institución Teresiana, creada por la Fundación Institución Teresiana.

Encarnación González Rodríguez

Encarnación González Rodríguez

Esta misión le llevó a cursar el Diploma de la Congregación de las Causas de los Santos para convertirse en Postuladora General de la Institución Teresiana. A partir de ahí, se echó a las espaldas los procesos de Pedro Poveda, Victoria Díez, Josefa Segovia y Elisa Giambelluca. Un obispo la echó el ojo y no dudaron en ficharla en 2001. Intuición más que acertada. Once años de entrega a la Iglesia que peregrina en España, con dos hitos innegables: ser postuladora del doctorado de san Juan de Ávila y  coordinar las causas de más de 500 mártires del siglo XX en España.

No a las aduanas

Dos hazañas visibles. Pero lo invisible también era cosa suya. Sí, porque ella que siempre estaba rodeada de santos, nunca quiso para sí arrogarse la autoridad de ejercer de jueza censora para dirimir quien merecía un trato vip para contar con un tapiz en la plaza de san Pedro, como si su despacho se tratara de una aduana o una ventanilla de expedir sellos de catolicidad.

Encarnita era por facilitadora por genética bautismal, trampolín para que las causas llegaran a Roma sin una coma que tocar, sin un pero que poner. Lo certifican todos aquellos que vieron cómo entraban los historiales que pasaban por sus manos y cómo salían, o la minuciosidad certera con la que resolvía las preocupaciones que asolaban a postuladores poco experimentados. Encarnita posibilitaba ese ‘pase de oro’ del particular ‘Got Talent’ de las beatificaciones y  canonizaciones.

De un día para otro se dejó de contar con ella. No porque flojeara, no. Más bien, por lo contrario. Porque sabía lo que hacía y cómo lo hacía. Se fue sin hacer ruido, porque no era su estilo el de levantar la voz y perder las formas. Recibió alguna palmadita en la espalda tras el desprecio sufrido, pero poco más. Lamentablemente. Hasta que Francisco la reivindicó, otorgándole la medalla de Dama Comendadora de la Orden de San Gregorio Magno. Se retiró con dignidad, con la humilde exquisitez de quien se sabe hija de Poveda, sirviendo a la Iglesia sin buscar el foco, para que otros, sus santos y mártires, brillen.