Editorial

Solidaridad real con los migrantes

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Francisco se reunió el 15 de enero con el presidente y los obispos de Canarias. La audiencia se centró en la presión migratoria y acabó con una invitación al Pontífice para visitar el archipiélago como escala en su viaje a Argentina, previsto para este año. Solo en los primeros quince días de 2024, las islas han recibido 3.480 migrantes en 53 embarcaciones, nueve veces más que en el mismo período del año anterior. Este dato refleja que la huida desesperada de África, lejos de aminorarse, se multiplica. Esto se traduce en una situación de colapso, como sucede en Lampedusa, y habla de cómo ni España ni Europa están afrontando este fenómeno global con la madurez requerida.



Ahí está el más que cuestionable pacto aprobado el 20 de diciembre, con la creación de centros de detención fronterizos, reforzando las devoluciones en caliente y permitiendo que los estados paguen 20.000 euros por refugiado para cederlos a otro país, en lo que se ha presentado como una medida ‘solidaria’. Resulta sonrojante la adulteración del término ‘solidaridad’ para normalizar las violaciones de los derechos humanos a través del mercadeo de los más vulnerables.

A la par, se avalan los discursos populistas con tintes xenófobos y aporofóbicos que criminalizan al extranjero, al que se tacha de invasor. Se destierra, por tanto, la posibilidad de activar una política migratoria verdaderamente responsable, que reconozca que Europa necesita de la savia nueva de quienes vienen de fuera, ante su invierno demográfico, y que invierta en África para que el continente negro pueda ofrecer estabilidad frente al hambre, la guerra, la persecución…

Mientras los líderes políticos se empecinan en imponer medidas disuasorias y de contención más que cuestionables, no solo desde el punto de vista ético sino efectivo, se sigue sin dar una acogida real a quienes han llegado. A la vista está, en el caso de nuestro país, ante el desamparo de los menores no acompañados, los muros invisibles que las autonomías levantan y cómo los parlamentarios miran para otro lado, postergando sin motivo un reparto equitativo de quienes se hacinan en Canarias.

Salir al rescate

En medio de este desconcierto, la Iglesia, junto a otras plataformas sociales, sale al rescate de quienes logran llegar en patera sin perecer en el Atlántico. Sin embargo, sus manos parecen insuficientes y su voz apenas logra tener el eco que corresponde a la gravedad de esta tragedia silenciada. Urge, por tanto, una verdadera solidaridad, sin perversiones ni condicionantes. Solidaridad afectiva, pero, sobre todo, efectiva, que nace de esa Buena Noticia para la que “ya no hay judío ni griego, ni hombre ni mujer, ni esclavo ni libre”. Ni ciudadano de primera ni migrante de segunda.

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