Editorial

La burocracia del día después de la lava

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Aunque afortunadamente el volcán de La Palma no se ha cobrado ninguna víctima humana, a estas alturas resulta todavía imposible calcular el impacto que tendrá a corto, medio y largo plazo para miles de familias que, de un día para otro, han visto cómo desaparecía su hogar bajo la lava y cómo se truncaba su forma de vida.



En paralelo, una vez más, ha puesto de manifiesto la solidaridad de tantos y la capacidad de reacción de una Iglesia de cercanía, que a través de sus sacerdotes, religiosas y catequistas ha formado parte de ese equipo de emergencia para dar alimento y techo, pero también para consolar y acompañar en la adversidad. Esta rápida capacidad de respuesta de la población civil y de la comunidad católica necesita de esa misma celeridad por parte de las administraciones públicas.

Los alcaldes y los párrocos no abandonarán a su pueblo, como han permanecido hasta ahora, cuando todo se ha derrumbado. Sin embargo, sería deseable que, en un escalón por encima de la proximidad afectiva física y temporal, la burocracia y la lucha partidista no sepulte la entrega de todos y de cada uno, pero, sobre todo, la minada esperanza de los palmeros.

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