Editorial

Fraternidad o barbarie

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El inesperado ataque terrorista de Hamás, perpetrado el 7 de octubre, ha desatado una guerra que va más allá de un salto en la escalada de violencia entre Israel y Palestina. No solo amenaza con un conflicto que desestabilice Oriente Medio, sino que, lamentablemente, viene a fortalecer la tesis del Papa sobre ‘una Tercera Guerra Mundial por fascículos’, con focos diferentes pero con los los mismos actores internacionales que refuerzan sus polos de poder. Basta ver la implicación, más o menos directa, de Irán, el posicionamiento de Arabia Saudí o la reacción de Estados Unidos y Rusia.



Este análisis necesario desde la geopolítica corre el riesgo de abordar la tragedia como si se tratara de un mero tablero de juego, con la tentación de relegar a un segundo plano la masacre real. Solo en los primeros cinco días de conflicto, se contabilizan más de 1.200 muertos y 2.900 heridos en Israel a manos de los terroristas de Hamás, mientras que en Gaza se contabilizan 950 muertos y al menos 5.000 heridos, junto a miles de desplazados.

En este escenario apocalíptico y con una condena sin fisura alguna a cualquier acto terrorista, Francisco ha defendido la legítima defensa de Israel, a la vez que ha cuestionado el asedio total previsto sobre la Franja de Gaza. No es para menos, teniendo en cuenta que en el territorio en el que se enraíza Hamás viven hacinados dos millones de personas bajo el umbral de la pobreza, casi la mitad niños.

A la vista está que el fanatismo yihadista no conoce límites y que la venganza es la reacción primaria que nace ante la matanza cometida. Sin embargo, una sociedad democrática no puede dejarse contagiar de la brutalidad en aras de la justicia. Esta tentación del ‘ojo por ojo’ emerge en estos días y es consecuencia de una comunidad internacional que en estas décadas no ha hecho los deberes para rebajar la tensión cotidiana y, sobre todo, ha mirado para otro lado mientras se enquistaba la cuestión palestino-israelí. Ahora es tarde, quizá con un punto de no retorno, a lo que se unen proclamas populistas en uno u otro sentido cargadas de un maniqueísmo que lleva a identificar a Gaza y Palestina con Hamás o a demonizar a Israel.

Frente a esta dualidad errada, emerge la verdadera dicotomía que marca el devenir de la humanidad, ya sea en Tel Aviv, en Kiev o en Yuva, que propone el Papa en su encíclica ‘Fratelli tutti’: Fraternidad o barbarie. De la inclinación hacia uno u otro extremo –de cada Gobierno, de la Unión Europea y de la ONU– depende la vida de cada israelí, de cada palestino. Mientras esta reflexión se demora en los despachos y se guarda en un cajón, la tierra donde nació el Príncipe de la Paz continuará siendo el terreno de juego del sindiós de la guerra.