Editorial

El regreso de los lefebvrianos

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El Papa acaba de dar urbi et orbe una lección de tolerancia al acercarse a los lefebvrianos. Esta es una comunidad presente en 72 países, con 613 sacerdotes que ejercen en Francia (225), en Estados Unidos (112), en Alemania (49), en España (10), con cinco seminarios y dos noviciados. Esta comunidad mantiene su fidelidad a las normas y pensamiento de la Iglesia anterior al Concilio Vaticano II, al que miran con distancia crítica cuando habla sobre libertad religiosa, ecumenismo, liturgia, temas en los que han trazado las líneas rojas del “no cederemos”.

El Papa les ha hecho un reconocimiento canónico como instituto clerical y se propone su reconocimiento como prelatura personal, condición parecida a la del Opus Dei. El papa Francisco, según palabras de este grupo, ha sido “bondadoso, comprensivo, los reconoce como católicos, no cismáticos y busca facilitar el acercamiento”. El secretario de la Pontificia Comisión Ecclesia Dei los ve como “una herida que debe ser sanada”.

A pesar de todo, la herida sigue abierta. Para el superior de los lefebvrianos, “la declaración de comunión con Roma difícilmente será satisfactoria”; y explican su apego al ritual antiguo porque “el antiguo no ha sido abrogado” y sienten que es un escollo “la adhesión al Vaticano II”.

“Hay temas en que no cederemos”, dice. “Es conditio sine qua non que nos acepten como somos”.

A pesar de todo esto, continúa el proceso de acercamiento que Francisco, cuando era cardenal de Buenos Aires, había iniciado. ¿Por qué?

El diálogo mantenido con el Papa busca, en primer lugar, la eliminación del mayor obstáculo para la comunión entre cristianos: la Iglesia de la polarización. La expresión es de Karl Rahner, citado por José Antonio Pagola (Cristo Resucitado, nuestra esperanza).

“La Iglesia aparece en este episodio como una comunidad en búsqueda”

El autor español describe las características del espíritu con que Francisco se acerca a este grupo: “nadie puede colocarse por encima para juzgar a los otros, nadie debe absolutizar su propia postura, has de presentar el testimonio de tu propia vida antes que las grandes palabras. La tolerancia y el respeto mutuo son exigencia del amor que construye la comunión eclesial” (Pagola, 178).

Lejos de la postura inflexible de quien defiende verdades absolutas, la Iglesia aparece en este episodio como una comunidad en búsqueda, que cree en las novedades del Espíritu Santo y, por todo esto, abierta a las sorpresas de Dios.

Esto la distancia de la actitud de los que, apegados al pasado, miran con sospecha y con miedo lo nuevo, pero al mismo tiempo le da capacidad para dialogar y entender a quienes piensan de modo diferente, bajo la convicción de que la vocación a la unidad no se realiza “desde la imposición de la autoridad sino desde la acción del Espíritu” (Pagola 175).

Francisco cree en esa acción del Espíritu, pues “la comunión de la Iglesia es carismática antes que jurídica” (Pagola 175). 

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