Editorial

Construir y no destruir ante las urnas

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El 23 de julio, más de 35 millones de españoles están llamados a las urnas para elegir el próximo presidente del Gobierno a través de unos comicios en los que se escogerá a los diputados y senadores de las Cortes Generales. Se trata de una convocatoria inédita en todos los sentidos en la historia de la democracia de nuestro país.



Tan solo unas horas después de la derrota del Partido Socialista en las elecciones municipales y autonómicas del domingo 28 de mayo, Pedro Sánchez sorprendía con un adelanto electoral que tendrá lugar en plenas vacaciones de verano, cuando en principio tenía previsto prolongar su mandato hasta diciembre.

Este reajuste en el calendario genera no pocas incógnitas sobre el resultado de unos comicios generales que se producirán tan solo dos meses después de lo que parece ser un cambio de ciclo en favor del Partido Popular, pero con la incertidumbre sobre la abstención y otras cuestiones de índole política, como la desaparición de Ciudadanos como alternativa de centro, el auge de la ultraderecha que representa VOX, el papel siempre condicionante del independentismo y la fragmentación del voto a la izquierda del socialismo, en esa confluencia que aglutina a una amalgama de partidos que se mueven entre Sumar y Unidas Podemos.

En esta campaña a contrarreloj que amenaza con ahondar en la polarización y los populismos de distinto signo que se han venido acrecentando a lo largo de esta legislatura, la Iglesia y los católicos no pueden quedarse al margen ni pasar de largo, pero tampoco dejarse embaucar.

La secularización reinante y las propuestas de brocha gorda que se suelen lanzar en todo período electoral pueden opacar e incluso ignorar al hecho religioso como asunto primordial. Sin embargo, a buen seguro que en los programas electorales, en mítines o en polémicas que surjan al paso, la Iglesia puede verse envuelta de forma inesperada e involuntaria en el centro de la diana, devenir en arma arrojadiza que unos quieran lanzar contra otros o transformarse en un tótem del que alguna de las formaciones que concurren a las elecciones quieran apropiarse, ideologizando el mensaje del Evangelio o hasta al propio Papa.

Máxima tensión

Por ello, en este sprint que ahora se inicia hasta el 23-J, donde la tensión se retorcerá probablemente hasta límites insospechados, obispos, sacerdotes, religiosos y laicos están llamados a hacerse presentes con mesura y sentido común en este contexto desde los principios del humanismo cristiano que recoge la Doctrina Social. Con la conciencia de que, hoy por hoy, ningún partido puede arrogarse ser el partido de la Iglesia ni la Iglesia cuenta con ningún candidato que sea cabeza de lista.

El propio secretario general de la Conferencia Episcopal, César García Magán, en un primer análisis a ‘Vida Nueva’ sobre esta encrucijada social, política y eclesial, hace un llamamiento a “que todos sintamos la corresponsabilidad en la construcción de la España del presente y del futuro”.

Ciudadanos ‘Fratelli tutti’

Construir y no destruir. No es una apreciación baladí, teniendo en cuenta que esa crispación que recorre tertulias, foros y mentideros varios también se cuela, lo mismo en sacristías que en el salas de reuniones parroquiales. Frente a la tentación de dejarse atrapar por un frentismo que amaga con romper la convivencia, a los cristianos, desde el respeto a las diferencias y a la legítima diversidad de opciones políticas, corresponde ser ciudadanos ‘Fratelli tutti’ que hagan realidad “la mejor política”, ejerciendo su derecho al voto con responsabilidad, pero también con sus actitudes cotidianas hasta llegar a la urna. Un compromiso sin edulcorantes que se puede materializar en el día a día, tanto para aquel que tiene voz desde un púlpito como para el que puede reconducir una agria conversación entre amigos o el que sabe templar los ánimos en las redes sociales.

Defender la verdad y la vida, así como todas las vidas y la dignidad de todos, nunca puede ir de la mano de radicalizar los discursos y echar más leña al fuego en la plaza pública. La madera de la fe, dentro y fuera de una campaña electoral, mejor para construir puentes.

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