José Luis Pinilla
Migraciones. Fundación San Juan del Castillo. Grupos Loyola

Vallas hasta el cielo


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14 años de vida en Costa de Marfil. Y no se sabe cuántos países más recorrería – ya cadáver – hasta llegar a París. Laurent Barthelemuy tenía 14 años cuando, hace muy poquitos días, del recién comenzado 2020, murió escondido como polizón en el tren de aterrizaje de un avión que viajaba desde Costa de Marfil hasta París. Estos días vi la lágrimas de sus compañeros de instituto, profesores y familia cuando le recordaban. Esas lágrimas me llevaron a una carta de hace años.



Era a propósito de un suceso parecido en 1999 en Bruselas. Eran dos hermanos de la misma edad: Yaguine Koita, de 14 años, y Fodé Tounkara, de 15 . Estudiantes de Guinea-Conakry. Murieron congelados en el tren de aterrizaje de un avión que les llevaba, clandestinos, al corazón de Europa. Aunque iban muy abrigados, no pudieron resistir las bajísimas temperaturas (entre 40 y 55 grados bajo cero). Fueron los autores de una carta de sencillez y clarividencia admirables, una auténtica bofetada a los intolerantes. Se la recogieron abriendo su mano apretada contra el corazón. Al final os la transcribo.

¿Qué pasará con los menores migrantes? Es una de mis preocupaciones al hilo de la noticia que enmarca este blog y de la formación de las estructuras de Gobierno actuales. Laurent Barthelemuy, si hubiera llegado a aterrizar vivo, sería uno más de los niños migrantes que son una parte de esos menores de edad que sufren las consecuencias de la injusticia, de la falta de respeto a sus derechos fundamentales y de la indiferencia de la sociedad. Un niño migrante no acompañado no tiene nada más que el día y la noche. Y la calle como hogar. Lo comprobé personalmente en Melilla estas Navidades mientras el centro de acogida oficial de la Purísima seguía hipotecado por su saturación.

“El continente más bello y admirable”

Este niño de Costa de Marfil del que os hablo quería volar para que sus sueños por un mundo mejor fueran realidad. Imagino que tendría también preparadas palabras para cuando llegara. Escritas, ¡seguro!, en su corazón. Las mismas o parecida a las de Yaguine Koita y Fodé Tounkara.

Estas: “Excelencias, Señores miembros y responsables de Europa. Tenemos el honorable placer y la gran confianza de escribirles esta carta para hablarles del objetivo de nuestro viaje y del sufrimiento que padecemos los niños y los jóvenes de África. Pero, ante todo, les presentamos nuestros saludos más deliciosos, adorables y respetuosos con la vida. Con este fin, sean ustedes nuestro apoyo y nuestra ayuda. Son ustedes para nosotros, en África, las personas a las que hay que pedir socorro. Les suplicamos, por el amor de su continente, por el sentimiento que tienen ustedes hacia nuestro pueblo y, sobre todo, por la afinidad y el amor que tienen ustedes por sus hijos a los que aman para toda la vida. Además, por el amor y la timidez de su creador, Dios Todopoderoso, que les ha dado todas las buenas experiencias, riquezas y poderes para construir y organizar bien su continente para ser el más bello y admirable entre todos. Señores miembros y responsables de Europa, es a su solidaridad y a su bondad a las que gritamos por el socorro de África. Ayúdennos, sufrimos enormemente en África, tenemos problemas y carencias en el plano de los derechos del niño”.

Cerrar fronteras “por seguridad”

Muchos huyen , navegan y vuelan porque – como me decía otro emigrante “nadie abandonaría su casa a menos que la propia casa te empuje hacia el mar, a menos que tu casa te diga ‘ponte en camino, apresúrate, deja atrás la ropa, arrástrate por el desierto, vuela como puedas, atraviesa océanos, ahógate, sálvate. Pasa hambre, pide limosna, olvida el orgullo, porque es más importante que sobrevivas’”.

Todos caminan, navegan, malviven y mueren, por aquellos que dejaron atrás. O por los brazos que esperan encontrar adelante para vivir y trabajar codo con codo . Y, si fuera preciso, hasta vuelan en el vientre de los aviones. No huyen solo de la guerra. Son fugitivos de una vida imposible. A los que intentamos expulsar externalizando nuestras fronteras para mayor seguridad… propia. O con la pobre y fácil solución de nuestras vallas o la defensa con concertinas que soltamos aquí para que las coloquen los de enfrente. Son vallas que ingenuamente queremos poner al mar. Mucho me temo que con sucesos como los que os cuento intentarán ponerlas tan altas, tan altas, que puedan llegar hasta el cielo. ¡Patético!