Trinidad Ried
Presidenta de la Fundación Vínculo

Una realidad compleja


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Uno de los hábitos más reiterativos de nuestra mente es esforzarse por condensar lo que experimentamos con el propósito de gobernarlo, asimilarlo y anticipar lo que vendrá, de forma que podamos navegar en ello con cierta confianza. Por ende, anhelamos diagnósticos, investigaciones, disciplinas científicas, avances tecnológicos y datos, y nos aferramos a estos como el único evangelio de donde emergen nuestras resoluciones, reflexiones y emociones sucesivas.



Dependiendo de los resultados adquiridos, podemos fluctuar entre el optimismo y el desconsuelo absoluto, lo que frecuentemente nos provoca ansiedad, aflicción y una acumulación de cortisol ardua de gestionar. Sin embargo, al actuar de este modo, no solo nos engañamos y padecemos innecesariamente, sino que también ignoramos la hermosa y rica complejidad que simboliza la existencia y cómo Dios está entrelazado en ella. Esta perspectiva nos vuelve “ateos”, pesimistas y promotores de un ambiente lúgubre que solo agrava lo peor y debilita nuestra fuerza vital.

Un realismo saludable

Indudablemente, existen muchos aspectos inquietantes actualmente; realidades que incluso amenazan la supervivencia de muchísimas especies y de la raza humana. También existen fenómenos profundamente dolorosos en todos los espectros sociales, políticos, económicos y espirituales que causan muertes, divisiones y un sufrimiento insondable. Nos encontramos frente a circunstancias extremadamente adversas como la delincuencia, la violencia, la pobreza y la inseguridad. No podemos eludir la acumulación de sucesos y procesos extremadamente críticos y aparentemente irresolubles hasta el momento.

Los análisis y proyecciones de todo esto pronostican un desenlace o una destrucción inminente de lo que conocemos. Sin embargo, la esencia del asunto es que la realidad no se reduce a eso. Junto a todos los conflictos y dolores del mundo, también existen infinitas variables y elementos que no se comunican ni se suman, pero que pueden marcar la diferencia. La vida es mucho más opulenta, compleja, resiliente e impredecible de lo que la mente puede llegar a captar y siempre se abre camino, más allá de cualquier pronóstico o cálculo racional.

Un ejemplo para ilustrar esto

Mi hijo mayor, quien hoy tiene 30 años, sufrió un infarto cerebral al nacer que ocasionó la muerte de una parte importante de su masa encefálica. Como padres, visitamos a más de diez neurólogos buscando un diagnóstico y una proyección de cómo sería la vida de nuestro primogénito. De manera unánime, todos concluyeron que no podría caminar, hablar ni desarrollarse con normalidad, y que debíamos empezar a hacer el duelo desde ya.

Lloré durante semanas, hasta que un día, Dios tocó mi corazón con la fe que había dejado guardada en un cajón, y me rebelé contra las 20 páginas que pronosticaban el futuro de mi hijo. No ignoré la información (al contrario, sigue siendo un desafío hasta el día de hoy), pero estaba segura de que su existencia era mucho más que ese diagnóstico. La generosidad y el misterio de la vida (junto con mucho trabajo y esfuerzo) permitieron que no solo caminara, hablara y llevara una vida normal, sino que además obtuviera un título universitario, un máster y aún no sé qué más logros alcanzará.

Ser proactivos, prudentes y esperanzados

El “bombardeo” constante de negatividad en diferentes contextos requiere que estemos muy atentos para no sucumbir ante la “realidad parcial” que se nos presenta. La proactividad es una garantía para protegernos de la desesperanza. Buscar soluciones nuevas, pensar de manera innovadora, trabajar en una lluvia de ideas con otros, formar comunidades de vida, conocer la diversidad y aprender de ella son formas de ampliar nuestra perspectiva de la realidad y entender su complejidad.

No se trata de ser ingenuos y exponernos sin necesidad; tampoco de negar las problemáticas más urgentes, sino de vivir llenos de esperanza porque, aunque creamos que controlamos mucho, las evidencias nos dicen que controlamos bien poco. Dado el dato de la “variable humana”, sí podemos esperar que la vida salga adelante y nos sorprenda como tantas veces lo ha hecho.

Un nuevo equilibrio

Sabemos que el lenguaje crea realidad, por lo que debemos ser extremadamente cuidadosos con nuestras conversaciones en cualquier contexto con los demás, con lo que vemos en las pantallas, las fuentes de información que utilizamos, lo que compartimos en las redes sociales y lo que pensamos en nuestra intimidad. Debemos asegurarnos de que no solo nos enfoquemos en el lado oscuro y triste de la realidad. Más bien, sería deseable que también nos convirtiéramos en promotores de buenas noticias, de vida, de bondad y belleza, que son mucho más abundantes, pero a menudo no se comparten de manera equitativa.

En el ámbito de las ciencias, la tecnología, los datos y los estudios, muchas veces se omiten “los buenos resultados” porque no tienen el mismo impacto comercial o que permitan ganar algún “fondo” para investigación. Todo lo que nuestra mente logre procesar es una herramienta muy valiosa a considerar, pero, en primer lugar, debemos priorizar el “Reinado de Dios”, creer en él y vivir con la certeza de que el Señor guía la historia y que, en la pequeñez de cada uno de nosotros, Él se manifiesta para que tengamos vida y seamos instrumentos de esperanza.