Tierra, agua y aire, componentes de nuestra Casa común


Compartir

En la encíclica ‘Laudato si”, el papa Francisco escucha el clamor de la Madre Tierra, el melodioso sonido del correr del agua vital para la vida y el aire puro que nos permite respirar, en un contexto donde los desafíos sociales y ambientales son de suma urgencia.



Así como en el Antiguo Testamento existieron los gritos del pueblo de Israel en protesta de las esclavitudes, y Dios se manifestó a través de las mediaciones de Moisés, Aarón y Miriam, tenemos hoy urgencias socio ambiental que requieren de mediaciones. Este fue el clamor que el papa Francisco escuchó y no lo dejó pasar, se dejó impresionar por los gritos de la Casa común.

Un llamado a la conversión ecológica y la búsqueda de una ecología integral en un mundo interconectado

Hay algunas actitudes que son fundamentales para leer el texto de la encíclica ‘Laudato si”, dos de ellas se presentan en el Capítulo IV: Una Ecología Integral, y se vincula con “la realidad de escucha” y “la realidad del diálogo, de la interconexión”. El Papa tiene una actitud dialogante, no lo sabe todo, es humilde, pregunta, escucha, consulta, y pide la colaboración de todos/as para poder abordar los desafíos actuales que tenemos.

Este trabajo implica incluir a investigadores, activistas, personas que realizan el aseo, niños/as, jóvenes, personas dedicadas a las políticas públicas, etc. No se puede pensar en una comisión solamente de especialistas que van a solucionar los problemas socio ambientales; la casa común requiere sentarnos a la mesa de la reflexión y de la acción para poder dar un paso más en la perspectiva de la vida recíproca, vincular, interconectada. La crisis no es sólo social o ambiental, la crisis es socioambiental y esto trae consecuencias en la postura de vida, de visión religiosa y pública. No es un tema de moda, es una realidad que clama por cuidado y liberación.

Se requiere de una conversión ecológica: necesitamos sacarnos los zapatos y descubrir la belleza de lo sencillo, lo cercano, de la amabilidad, y la conciencia lúcida para educarnos en un estilo de vida diferente. Aquí la espiritualidad, la teología, juegan un papel fundamental, damos continuidad a la teología de la prosperidad, del dominio, o nos descalzamos a tocar, curar las cruces socio ambiental… En una nueva Ecología Humana cómo se piensan las relaciones de violencia, de muerte, de opresión, de dominio en todos los sentidos de la vida. Hay que hablar de las relaciones violentas en los vínculos familiares, laborales, etc.

Un llamado a la humildad y colaboración en el desafío de una ecología integral

Son paradigmas diferentes y se requiere discernimiento, lucidez, porque la propuesta de la productividad, de lo rápido, sesga la mirada, y se pierde el sabor de la contemplación, de la acción solidaria con toda la creación. El poder agradecer, alabar, nace de un espacio contemplativo y de confianza. Nos movemos muchas veces en espacios de desconfianza, de competencia, de números, de títulos y se deja de lado el llamado a una Ecología Integral que es donde podemos ir reencontrando la sabiduría de la vida, de las interconexiones.

Otras actitudes presentadas en este texto son la de labrar, cuidar y no de dominar. La importancia del capítulo II es fundamental, muchas veces se interpretó en el relato de la creación que el ser humano tiene que ser el que domina. En este sentido el texto hace una autocrítica a esta interpretación bíblica que tiene consecuencias pastorales, teológicas para nuestra vida común. La invitación es comprender que en la creación Dios nos convida a ser aquellos/as que labramos y cuidamos la tierra y no la dominamos. No es este el espacio para hacer un análisis profundo de esta autocrítica, pero considero fundamental no pasar por alto el capítulo II para comprender el texto en su conjunto, y entrar en la dinámica de una conversión integral.

En el capítulo II se destaca la relevancia de poder labrar y cuidar el jardín del mundo. Labrar significa cultivar, arar o trabajar. Cuidar significa proteger, custodiar, preservar, guardar y vigilar. Esto implica una relación de reciprocidad que cuestiona ciertos paradigmas de dominación. Otra actitud es la humildad, no caminamos solas/os sino que buscamos a otras personas que puedan colaborar en este desafío que tenemos.

El cuidado de la Casa común es un desafío transversal que requiere una espiritualidad educativa que pasa por todas las dimensiones de la vida, por eso es importante la reflexión y la acción en conjunto. En los próximos meses estaremos preparando el encuentro de la responsabilidad social y la economía de Francisco, otro clamor que debemos escuchar, una vida social y económica más justa y solidaria.

Ojalá que el grito del espíritu que gime en la Creación crucificada sea escuchado por los cristianos/as, (Rom 8,22). Es un desafío educativo, teológico, pastoral, y un compromiso público que tenemos con nuestra Madre Ecología. El gemido de la Tierra es el grito que nos cuestiona, y que nos mueve a un estilo de vida de más amor y justicia.

Para mí, admiradora de la Familia Salesiana, el amor y el compromiso por la vida, en cualquiera de sus manifestaciones, encuentra en Don Bosco un modelo y un maestro.

Desde niño Don Bosco demuestra una gran vitalidad; aprende de su madre, Mamá Margarita, a descubrir la belleza de la naturaleza y de la vida; sabe gozar del esplendor del paisaje, de las colinas y de los campos en flor que rodean I Becchi, contempla admirado las noches estrelladas, se aficiona a un pajarito y le cuida con ternura. En todas estas cosas su madre le enseña a descubrir la obra de Dios creador que se preocupa de sus hijos, su sabiduría y su infinito poder y, sobre todo, su amor. De este modo Juan se abre a una visión positiva y providencial de la vida, sabe gozar de los momentos sencillos de la vida campesina y afrontar, sin desanimarse, las dificultades que encuentra desde joven en su misma casa.

Descubriendo la belleza y grandeza del mundo: el llamado a celebrar la vida con gratitud y oración

Inspirada en la encíclica ‘Laudato si” y en la Espiritualidad Salesiana, concluyo expresando que los frutos del anuncio del evangelio de la vida son la alegría, la admiración, la alabanza, la gratitud a Dios, amante de la vida, por su don. El anuncio suscita una actitud profunda de celebración del evangelio de la vida. Toda vida, en cuanto don de Dios, tiene no sólo una dimensión de compromiso y de trabajo que desarrollar, sino también de culto. Ya de por sí es manifestación de alabanza, porque toda vida humana es un prodigio de amor. Acogerla constituye ya alabanza y acción de gracias.

Celebrar la vida sugiere e impulsa a cultivar una mirada contemplativa ante la naturaleza, el mundo, la creación, la vida, para los que muchas veces tenemos actitudes utilitaristas o consumistas; ante las personas, con las que con frecuencia mantenemos relaciones superficiales o funcionales; ante la sociedad y la historia, que tantas veces consideramos sólo según nuestros intereses.

Es preciso superar nuestros comportamientos egoístas para lograr una actitud contemplativa, que comporta una mirada en profundidad para captar y admirar la belleza y la grandeza del mundo, de las personas, de la historia. Hay que aprender a acoger, respetar y amar las cosas, las personas, la vida en todas sus formas. Es preciso saber gozar del silencio, aprender la escucha paciente, la admiración y la sorpresa frente a lo imprevisto y a lo inimaginable. Hay que saber hacer espacio al otro, para poder establecer con él una nueva relación de intimidad y de confianza.

Desde esta perspectiva contemplativa surge la alabanza y la oración. Celebrar la vida es admirar, amar y rezar al Dios de la vida, que nos ha entretejido en el seno materno. Significa bendecirle y agradecérselo: “Te doy gracias porque me has hecho portentosamente; porque son admirables tus obras” (Sal 139,14). La vida del hombre constituye uno de los prodigios más grandes de la creación.

Fuentes:
Columna de opinión de la Dra. Ana Formoso, mcr (Misionera de Cristo Resucitado), académica de la Facultad Eclesiástica de Teología de la PUCV.
Espiritualidad Salesiana de Don Bosco.


Por María Nilsa Battaglia de Marecos. Decana de la Facultad de Ciencias Químicas. Universidad Católica “Nuestra Señora de la Asunción” y exalumna de la Academia Internacional de Líderes Católicos.