Rosa Ruiz
Teóloga y psicóloga

San Galgano y la Ascensión


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Esta semana tropecé, por casualidad, con una imagen que me conmovió. Es la Abadía gótica de San Galgano, en la Toscana. Nunca he estado allí pero espero visitarla algún día. Puede que hoy te parezca esta columna una guía turística.



Cuentan que allá por el siglo XII, un joven tan vigoroso y capaz como soberbio y prepotente, se convirtió en la peor pesadilla de sus paisanos. Hasta aquí nada que no se repita siglo tras siglo y ciudad tras ciudad.

 

Con el tiempo, como también ha ocurrido a tantos a lo largo de los siglos, la insatisfacción y el vacío le llevan a decidir un cambio de vida radical. En su caso, se retiró a las afueras de Chiusdino, su pueblo natal, como un ermitaño más, buscando el silencio y el descanso que no había logrado encontrar por la fuerza y los excesos.

Giro drástico

También como casi todos, cuando decidimos dar un giro drástico a nuestra vida, Galgano necesitó de algún símbolo claro y tangible que lo expresara. Eligió clavar su espada en una roca y así, orar frente a ella a modo de cruz, dejando atrás la violencia y abusos que anteriormente había cometido. Cuando fue declarado santo, solo cuatro años después de su muerte, las gentes del lugar levantaron una Iglesia junto a esa misma roca.

Hasta aquí la historia. La leyenda proviene de la explicación. Cuentan que estando en pleno apogeo de sus fuerzas y desmanes, el mismísimo San Miguel Arcángel le pidió que cambiara de vida. Su respuesta fue clara: eso es tan imposible como que mi espada quede clavada en una roca. El final ya lo sabemos: en cuanto el joven rozó la roca con su espada, quedo introducida con toda suavidad como si de mantequilla se tratase.

Espada en la roca

Pues bien, lo que hoy podemos visitar son los restos de una abadía cisterciense levantada en el mismo lugar, poco después, con una espectacular planta de cuz latina. A pesar de estar en ruina o quizá justamente por eso, su belleza es espectacular. Y un detalle -que podría haber sido su final- la engrandece aún más: no tiene techo. Se derrumbó en 1786 cuando un rayo golpeó el campanario; por eso, se desechó como Abadía y fue utilizada como establo hasta que en 1926 se reconoció su valor cultural y empezó a protegerse. La cuestión es que la falta de techo permite contemplar desde abajo el cielo abierto en forma de cruz, tal como su planta fue levantada.

Seguramente todos tenemos una espada clavada en la roca que nos recuerda un momento de nuestra vida, un cambio, una decisión, una renuncia, una elección. Y es bueno que así sea porque nos ayuda visualizar -de algún modo- aquello que da sentido a nuestra vida actual, más allá de la historia que hayamos vivido. Y, llegado el caso, nos recordará también que es tiempo de una nueva espada o una nueva roca.

Ascensión permanente

Seguramente, todos hemos construido algo que merezca la pena contemplar, desde su planta hasta el último adorno de la cúpula. Y puede que, en algún momento, también nuestra “particular abadía vital” se haya quedado sin techo, atravesada por algún rayo y convertida en establo. Puede que incluso hayamos dudado de que tal esfuerzo hubiera merecido la pena o nos hayamos replegado sobre nosotros mismos asustados por no saber cómo sería vivir sin techo a partir de ese momento.

Si es así, mira la imagen de la actual San Galgano. Mira el cielo colándose por un aparente fracaso o ruina. Mira que la espada sigue hincada en la roca, como un testigo de tu verdad. Mira que la belleza de tu vida no depende de esto ni de aquello. A veces solo es cuestión de que alguien encuentre la perspectiva adecuada y elija contemplar la planta en el cielo abierto. Y, en todo caso, San Galgano puede recordarnos que siempre hay que mirar un poco más hacia arriba, a la intemperie. Incluso nos convenga, de vez en cuando, quebrar algún que otro techo por bello y bien construido que estuviera, no vaya a ser que nos esté impidiendo ir más allá. Como si viviéramos en ascensión permanente.