Rixio Portillo
Profesor e investigador de la Universidad de Monterrey

Rescatar el sentido de la palabra amor


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El 14 de febrero, día del amor y la amistad, comercialmente se ha vuelto una celebración universal, y aunque suene a un sentimiento cursi, urge rescatar el sentido real del término amor.



La palabra amor es manoseada y desgastada constantemente, o en términos de Bauman, licuada con otro tipo de expresiones que se reducen a sentimentalismos, gustos, apetencias, preferencias y hasta caprichos, como si la vida fuese un antojo permanente.

Sin embargo, todos necesitan sentirse amados, reconocidos y respetados, pero esto será posible, si se es capaz de amar; cosa nada sencilla y más en el diluido escenario.

No todo se llama amor

En el primer nivel, el consumo, en el que se reduce el amor a las cosas, lo cual, podría devenir en consumismo, y no solo en los lugares de libre mercado, en sociedades con restricciones comerciales, con sistemas de extrema izquierda, es dónde más se alimenta el deseo de tener cosas, y quererlas como si fuesen personas.

El segundo aspecto, en una desviación al extremo, plantas y animales, obviamente desde la perspectiva de alejarlos de su propia esencia, humanizándolos y desnaturalizándolos. El asunto no es que se tengan mascotas, lo cual es loable y hasta en cierto punto necesario, sino considerar que realmente esa sería la única forma de recibir y dar amor.

Por último, en el plano de las personas, en el que se mezcla el amor con las relaciones sociales e interpersonales, lo cual, podría quedar reducido al sentirse bien y a gusto, una perspectiva netamente hedonista.

Pero en el fondo, todos estos escenarios solo hablan de utilitarismo, de utilizar cosas, animales, plantas y personas para recibir amor, o para condicionar, qué tipo de amor se puede ofrecer.

El tema se hace más complejo cuando a nivel social no hay formas de expresión de amor, pues la realidad reinante es la del utilitarismo, y por ende, la cultura del descarte, que es una forma de odiar.

Amistad social, como reflejo del amor

El papa Francisco es uno de los pocos, sino el único, en plantear una forma de amor, en la perspectiva humana, denominada amistad social, pues el amor, en la antropología cristiana tiene una dimensión superior.

La antropología cristiana evoca la antropología del don, y la palabra don viene de la misma raíz griega de caridad, por tanto, es un don o regalo que se ofrece desde la gratuidad; y lo primero que se nos ha dado de gratis, es el amor de Dios, pues Dios es amor, es caridad, es ágape, es don que se entrega.

Pero esta verdad puede quedar encerrada en el ámbito religioso, y la amistad social, como proyecto civilizatorio que emerge de Dios, que es amor, y ha creado a su imagen y semejanza al hombre, para amar y ser amado, exige una disposición distinta, incluso más allá de lo estrictamente religioso.

El desafío de la amistad social

De allí que, no sea una utopía plantear la caridad social, si, la amistad social entre derecha e izquierda; amistad social entre homosexuales y heterosexuales; amistad social entre migrantes y nativos; amistad social entre ricos y pobres; amistad social entre antagónicos; amistad social en el ideal (origen y meta) de la fraternidad. Caridad social, no relativismo, que son cosas distintas, pues verdad y caridad, van de la mano.

El papa dice: “El amor que se extiende más allá de las fronteras tiene en su base lo que llamamos ‘amistad social’ en cada ciudad o en cada país. Cuando es genuina, esta amistad social dentro de una sociedad es una condición de posibilidad de una verdadera apertura universal”.

Si, caridad social como forma de ese amor que Dante describió en el paraíso de la Divina Comedia: “amor que mueve el sol y las estrellas”, amor que sostiene al mundo, y que se traduce en bien común y solidaridad, expresiones de la tan necesaria, amistad social.


Por Rixio G Portillo R. Profesor e investigador de la Universidad de Monterrey