¿Qué le dice el Génesis a la Amazonía?


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Como es sabido, está previsto que el próximo mes de octubre se celebre una edición especial del Sínodo de los obispos sobre la ‘Amazonía: nuevos caminos para la Iglesia y para una ecología integral’. Aparte de las pistas que proporciona el documento preparatorio, no es muy arriesgado pensar que la encíclica ‘Laudato si’’ desempeñe en la reunión sinodal un papel importante como referencia.

En los números 66 y 67 de ese texto del papa Francisco de 2015 se recordaban dos grandes cuestiones, provenientes del libro del Génesis, que articulan o fundamentan el pensamiento cristiano sobre la ecología. En primer lugar, en el n. 66, el hecho de que “la existencia humana se basa en tres relaciones fundamentales estrechamente conectadas: la relación con Dios, con el prójimo y con la tierra”, relaciones que se romperán a causa del pecado. Esa relación íntima entre el hombre y la tierra viene expresada ya en la propia lengua hebrea por la cercanía y dependencia entre los términos ‘’adam’ (hombre, ser humano) y ‘’adamah’ (tierra, suelo), el mismo juego que se da también en latín entre el ‘homo’ y el ‘humus’.

Asimismo, en el número 67 de ‘Laudato si’’ se afirma que el ser humano no es el dueño de la tierra, sino que esta es un don de Dios, y que, por tanto, la relación del hombre con ella ha de ser “de reciprocidad responsable entre el ser humano y la naturaleza”, habida cuenta de que está llamado a labrarla y cuidarla.

Esto se basa en el significado de dos términos hebreos que aparecen en Gn 2,15: ‘‘abad’ (trabajar, labrar) y ‘shamar’ (cuidar, guardar). Pero estos términos poseen además un significado más profundo: ‘’abad’ quiere decir también servir, y de hecho se usa para la liturgia en cuanto ‘servicio divino’. Por su parte, ‘shamar’ puede significar asimismo ‘observar’, un verbo que se utiliza con un claro matiz ético, en el sentido de la ‘observancia’ de los mandamientos.

Así pues, tanto ‘‘abad’ como ‘shamar’ apuntarían a una relación del ser humano con la tierra de respeto casi sagrado, porque es don de Dios, aunque sin olvidar nunca que, para la Biblia –específicamente en Gn 1 y 2–, solo Dios es Dios, cosa que a veces olvida cierto ecologismo desbocado.