José Luis Pinilla
Migraciones. Fundación San Juan del Castillo. Grupos Loyola

Pan y paro


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Días pasados, compartiendo vida y espíritu en El Puerto de Santa María, una religiosa nos recordaba la cruda realidad padecida por muchos hombres y mujeres –vecinos a nosotros– ante la crisis de los Astilleros en Puerto Real. En una provincia que tiene uno de los más altos porcentaje de paro de España. Cuando se presenta en el ofertorio compartido el pan partido y repartido resuena el grito de la justicia que no llega.



Y, al mismo tiempo, migrantes varados en la calle. Me hablan de una familia que lleva varios días en ella tras la última arribada de migrantes en Ceuta (vecina de Cádiz). Me quedo con la información paradigmática de que el cabeza de familia, Driss, que era panadero, se quedó sin trabajo por la pandemia. Y sin los 250 euros mensuales aproximados para mantener a su familia (cinco en total) desde hace meses. Con las deudas subsiguientes acumuladas. Por eso han cruzado la frontera. Y ahora se encuentra consolando a los suyos, especialmente a los niños pequeños, que se preguntan llorando por qué no tienen techo ni posada. No les dejan siquiera entrar en el Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes.

El cáliz y la patena se llenan con las dos experiencias en el ofertorio de la eucaristía: la de los trabajadores y la de los migrantes en la calle.

Solo el 6% de la inmigración llega a España de forma irregular

Respecto a los migrantes, contrasto con la insultante realidad de que, aunque solo el 6% de la inmigración llega a España de forma irregular (de los 2.,2 millones de migrantes que llegaron a Europa en 2018), la impronta mediática los pone siempre en primer plano y ennegrece nuestra visión sobre la migración con sus titulares llamativos y englobantes. ¿Verdad que parece mucho más del 6% por las declaraciones de algunos políticos? Así se lo peguntaba Gonzalo Fanjul, uno de los mejores analistas sobre migraciones en un reciente programa de ‘Salvados’ en La Sexta. Ese 6% es el que más soporta la exclusión en todas sus formas, desde la mediática y la política, hasta la exclusión física. Y a la vez denunciaba el negocio que se esconde en la industria del control fronterizo. Al menos 660 millones de euros en los últimos 5 años.

No hablemos del paro. Hablemos de los parados. No hablemos de las migraciones. Hablemos de los migrantes. Humanicemos el discurso.

amasar pan masa manos

¿Por qué no me moriría del coronavirus como mi primo? Oí de un parado. “Porque si te hubieras muerto no solo no hubiera pasado nada sino que nunca cupo tanta fiesta como en el bello día de tu entierro” (Neruda, ‘El enfermo toma el sol’). Uno menos a repartir el pan.

Y escuchamos en la tele que los que entienden les auguran que “lo suyo no tiene arreglo porque es estructural”. Quizás el trabajador en paro y el migrante en la calle bajan la vista y se miran sus manos baldías que no pueden cumplirse, asir, tocar, abrazar. El parado es un atado de pies y manos: no un número junto a otros muchos. “Quitarle a un hombre su trabajo –me escribe Fernandez Martos– es preguntarle: ¿para qué existes? ¿Por qué no te mueres y alivias a nuestra Seguridad Social? Tan duro como gritarle al árbol seco: ‘¿Qué hiciste de tus ramas, árbol muerto?’”.

Y si, de soslayo, miran a su mujer y a sus hijos, la enorme vergüenza de no solo no traer un salario a casa, sino que le parte el alma, ser una carga que no puede brindar nada a nadie. Solo mendigar y pedir. Parados: ¿todavía vivos o semimuertos? ¿Podremos hacer algo? Para ello no se precisan carismas especiales.

En la eucaristía en Andalucía que he celebrado hace días imaginaba al ex panadero migrante, y un trabajador en paro de Puerto Real presentando el pan y el vino.

Y yo me empequeñecí al coger sus ofrendas en mis manos.